SAN AGUSTIN, EN EL LABERINTO FRENTE AL MAL

 

 

 Agustín es un hombre de inmensurable fe que sigue al Dios del cristianismo, pero primero fue filósofo.  Ya siendo obispo cristiano, siguió siendo platónico.

 

Todo este proceso de civilización, cultural y espiritual, Agustín lo relata en su libro Confesiones.

 


San Agustín


Ve de cara, le habla de frente, a su amado Hacedor , le hace preguntas y hace reflexiones para sí. No es como los demás cristianos que creen sólo por fe.

 

Él encuentra que su fe es fuerte porque pregunta, cuestiona. Una de sus frases es: “No hay fe más fuerte que la fe que duda”. Igual dijo Dante en el infierno: " tanto como saber, me gusta dudar". 

Agustín considera que una fe ciega  es una posición cómoda, apoltronada y, por lo mismo, endeble cuando, por lo humano, o por Dios mismo, se le somete a prueba.

 

Un terreno muy peligroso pues un paso más y está el escepticismo que primero busca y luego desemboca en el materialismo y, finalmente, en el relativismo donde todo pierde su rostro.

 

 Sugiere que para subirse al ring con los pesos pesados hay que contar con vitaminas culturales. O será como un conejillo queriendo emboscar al león. Vitaminas que sólo se encuentran en la filosofía, si el ring está en el terreno de la fenomenología y su razón pura.

 

 

Agustín ya ha pasado por todo eso en sus largos años de andar buscando la Verdad entre filosofías de su tiempo que es el siglo cuarto d.C., especialmente la platónica. Cuando se convirtió al cristianismo se encontró que lo sustantivo que enseñaban los apóstoles ya lo tenía por conocido, y publicado, Platón cinco siglos antes, “menos la gracia”.

 

“Puseme a leer y descubrí que todo lo que había de verdadero allá en los platónicos se decía acá, más con la recomendación de tu  gracia;”

 

Agustín conoce el revés del molde y no se encapsula en una fe miedosa de conocer.

Conoce de la gran cultura pérsica, de los dos grandes ríos y de Ur. En un tiempo remoto en que los egipcios todavía andaban de nómadas y vivían en carpas. De entonces parten las nociones del bien y del mal. Pero sin el enredo de los siglos que después vendrán. Hay personajes divinos buenos y malos.

En la tradición zoroástrica el cielo es para los buenos y el infierno para los malos, son cosas que luego encontramos en casi todas las religiones. ¿Quién hizo al malo?

Agustín trata de rasgar el velo y llegar al fondo del asunto. Por eso hace esta temeraria pregunta: ¿Quién hizo al diablo? ¿Por qué se le escribe con minúsculas siendo una fuerza tan poderosa? El diablo, con ser bueno, se hizo solo, pero ¿quién sembró en él la semilla del mal?

 

Una y otra vez se pregunta: “Si el diablo es el autor del mal, ¿de dónde viene el diablo mismo.”

 

Planteamientos como este fueron los que hicieron de Agustín uno de los grandes pensadores de la Iglesia Católica o tal vez el más agudo. Marca la senda filosófica que seguirán otros grandes teólogos: San Benito, San Domingo de Guzmán, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino…

 

Una y otra vez volverá a la pregunta:

 

“¿Quién me ha hecho? ¿No ha sido mi Dios que es no solamente bueno sino el bien mismo? ¿De dónde me viene, pues, el querer el mal y no querer el bien?”

 

 ¡Él me hizo libre! ¿Libre?

 

En el México de   la revolución de 1910 se aplicaba la “ley fuga”. Se le dejaba libre al prisionero y en tanto se alejaba, era baleado y cazado como animal. Así, el culpable era el cazado no el cazador. ¿Es así el libre albedrío?

 

Agustín da un paso más, teniendo de frente al mal:

 

“Y si él mismo, por su voluntad mal encaminada, en ángel bueno se convirtió en demonio. ¿de dónde le vino a él la voluntad mala, por lo que se hizo demonio si había sido hecho ángel todo entero por un creador buenísimo?”

 

Al parecer el laberinto cristiano no tiene salida. Dios hizo una criatura pura. Pero el hombre a su vez, pregunta: ¿quién sembró en mí el mal?

 

Siglos antes la filosofía griega se enfrentó con este dilema del mal en el humano.

 

Son otros valores los de la Hélade. Aquiles y Eneas ¡Son héroes por ser mitad humanos y mitad dioses y por ser destructores y saqueadores de ciudades!

 

En el Olimpo los dioses dan la cara: Zeus protege a Héctor y Hera su esposa, se inclina por proteger á Aquiles. “Zeus es famoso por sus conquistas de muchas mujeres mortales —entre las que destacan Sémele, Alcmena, Ío, Europa y Leda” ( y otras que no sabemos).

 

El Dios del cristianismo es todo amor y ¡andrógino!

 

¿De veras son otros valores? Nadie puede negar que, en los últimos veinte siglos de historia los cristianos  han hecho lo mismo que antaño Aquiles y Eneas. Destruido y saqueado ciudades y civilizaciones. Ejemplo: México-Tenochtitlán.

 

El paganismo, no el cristianismo, parece haber encontrado la salida de ese laberintico origen del mal.

 

 Marco Aurelio, el emperador romano sabio, no busca culpables entre las nubes, como ramonean católicos y protestantes.  El mal, por ignorancia, siempre se incubó en lo secular, es la tesis de los pensadores filósofos griegos desde la antigüedad, pero se buscó, por los cristianos, en lo sagrado.

 

 El origen del mal, dice Marco Aurelio  en sus Soliloquios, está (tesis socrática) en la ignorancia:

 

 “Deberás estar de ánimo bueno para con quien pecó por ignorancia”, dice el emperador.

 

Con lo que el origen del mal no se busca en el cielo sino 1) en el  PIB que el estado dedica a la instrucción del pueblo y 2) la dosis de moralidad que esta instrucción tenga.

 

 “!No queremos saber nada de moralina!” dicen los que no pagan sus impuestos  y escatiman el PIB.

 

 Emerson recordará a Marco Aurelio siglos más tarde cuando dice (En sus Ensayos) que la civilización se mide por:

 

“ la clase de personas que produce el país…No puede haber una alta civilización sin una moralidad profunda…El fin de toda lucha política es el de establecer la moralidad como base de toda legislación¸ no es el fundar instituciones libres, no es la republica ni la democracia el fin que se persigue; éstos no son más que los medios. La moralidad es el objeto del gobierno.”

Un gobierno corrupto se lleva, para pocos, lo que le corresponde al pueblo.

Triola, autor de un bello libro español de técnica alpina, valioso por lo técnico como por los pensamientos de calidad cultural, editado más de un siglo ya, va en la misma dirección:

 

 “Convencido  de que es tan perniciosa  la cultura física sin ir acompañada de una perfecta ética, como la cultura  intelectual sin una sólida base de educación social, he de procurar en el trascurso del escrito infiltrar ideas de alta moralidad, para desarrollar al tiempo que el cuerpo, la fibra del sentimiento, avivar el espíritu.”

 

La familia tiene su carga de responsabilidad por no haber cuidado la formación moral y, finalmente, el individuo mismo por no hacer lo necesario y romper esa ignorancia cultural.

 

(Nos apresuramos a decir que nada tienen que ver con todo esto los inocentes que están en la cárcel por habérseles fabricado culpabilidad).

 

Schopenhauer relata el caso de una abuela y una madre que van a implorarle al juez, con lágrimas e hincadas, que salve a su hijo del cadalso. “Si esa preocupación hubieran aplicado, dijo el juez, en la educación cuando su hijo era niño, no estarían ahora en esta situación”.

 




 Dibujo tomado del libro de

La psiquiatría en la vida diaria

de Fritz Redlich, 1968

 

 Este mismo criterio aplica Emerson para los gobiernos de un pueblo que carecen de cierta profundidad para evitarse males en los tiempos que están por venir. Habla en plena guerra civil de (E:U)  que con un criterio de calidad no se tendría el caos por eso de la esclavitud:

 

“Si los Estados libres hubieran cumplido con su deber, se hubiera bloqueado la esclavitud con una barrera infranqueable y evitado para siempre nuestras recientes calamidades.”

 

Según las palabras de Emerson no es necesario engolfarse en el estudio de sendos trabajos de sociología de cualquier punto del planeta: la civilización se mide por: “ la clase de personas que produce el país”.

 

La divinidad, en la Creación, o la célula primordial, en la Evolución, como se prefiera, ya hicieron los suyo. Lo que sigue corresponde a la sociedad y a sus respectivos gobiernos.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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