C.S. LEWIS, LA EXPERIENCIA LOCA DE LEER


 

 

Lewis hace esta reflexión provocadora:

“¿Qué valor tiene, e incluso, qué justificación puede tener, interesarse con tanto entusiasmo por unas historias que narran cosas que nunca han sucedido, y participar indirectamente de unos sentimientos que no nos interesaría en absoluto experimentar en nuestras vidas? ¿Qué valor tiene concentrarse para imaginar cosas que nunca podrían existir, como el paraíso terrenal de Dante…”

El Positivismo se atrinchera en su abstracción del todo en el medir, pesar y comprobar. El Romanticismo busca la aprehensión de lo absoluto.

Veinticinco siglos de grandes pensadores y dos mil guerras que todo lo precariza. Y todo empieza de nuevo desde las ruinas:

Programas hueros de la televisión, la propaganda con técnica de conflicto que se hacen algunos artistas, los pleitos de las familias de la realeza que, fuera de su establishment, nadie conoce ni conocerá y, por si algo faltara, las cínicas y mercenarias fake news llenando los canales de la televisión, radio y redes sociales.

Esto lo decide todo. ¿Que valor tiene, se pregunta Lewis, leer a novelistas, poetas y  filósofos.


Lewis

 "Clive Staples Lewis, popularmente conocido como C. S. Lewis, fue un apologista cristiano anglicano, medievalista, y escritor británico, reconocido por sus obras de ficción, especialmente por su saga Las crónicas de Narnia. Wikipedia

Nacimiento: 29 de noviembre de 1898, Belfast, Reino Unido
Fallecimiento: 22 de noviembre de 1963, Oxford, Reino Unido

Influenciado por: J. R. R. TolkienG. K. Chesterton"  ·                                     


Diez minutos viendo canales de televisión para decidirse por la fantástica realidad de los novelistas.

¿Y la gente pobre (noventa por ciento de la población mundial) que no tiene para comprar tarjetas de programas televisivas seleccionadas?

Virgilio y Dante están listos para guiarlos en un tour por los mismísimos infiernos del estrés.

Nos apresuramos a buscar el viejo libro de poesías, a Eurípides, a Salgari, a Esopo…

“Como cuando volvemos a algún sitio hermoso que conocimos de niños-escribe C. S. Lewis en La experiencia de leer-.Apreciamos el paisaje con nuestros ojos de adultos, pero también revivimos el placer, a menudo muy diferente que nos produjo cuando éramos pequeños”.




El Pais, 27 octubre 2014, dibujo de Max.




En cada etapa de mi vida he pensado de manera diferente respecto de lo que Cervantes quiso decir. Los cien, o tal vez más, ensayos que se han escrito analizando esta obra, me dan la razón.

Cada quien ve  la misma calle de diferente manera. ¡Y por la tarde, esa misma calle le parecerá diferente a él mismo! Hay cien Aristóteles, cien Kierkegaard, cien Omar Khayyam… La reminiscencia de los griegos antiguos: saber es recordar. La intuición de Henri Bergson: saber antes de saber, saber antes de razonar…

 Lewis: “Por naturaleza, cada uno de nosotros ve el mundo desde un punto de vista”.

Para Platón todo cambia tan rápido e incesantemente que casi no se le puede poner nombre a las cosas. Como contraste de  las imperturbables esencias.

¿Todo pasa rápido? El mismo autor de una obra, según pasa el tiempo, va considerando otro modo de ver de cómo lo escribió por primera vez. Los trabajos de filosofía son donde más se ve este fenómeno cuando encontramos la expresión “En mi obra de juventud…”

Kant, en la segunda edición de su Critica le agregó capítulos y le quitó otros. Schopenhauer escribió  mil páginas, en Parerga y Paralipómena, para completar lo que no dijo en su obra principal de doscientas páginas.

Luego están los fastidiosos dogmatistas que, a mi manera de ver una calle, me dicen cómo debo de verla. El Romanticismo tanto como la Ilustración no escasean de esos dogmatistas. Alternativamente han sido dueños de  la guillotina.

 Los filósofos de ahora escriben sendos trabajos enmendándole la plana a lo que escribió Aristóteles y Aristóteles, a su vez, no pierde renglón, al menos en su Metafísica, marcando lo que, a su modo de ver, cometió Platón, etc.

De ahí que Oswald Spengler escribió en La decadencia de occidente: “ Los posteriores se han originado en transformación de los anteriores”.

Santayana, el gran filósofo estadounidense-español, no se la cree eso de los dogmatistas. Se refiere a las teorías filosóficas de todos los tiempos, incluida su obra, como meras literaturas.

En otras palabras, dice, son trabajos liricos u ocurrencias que cada quien tuvo (Santayana se auto consideraba como ”un filósofo vejestorio”).

Con todo, este ramonear de los pensadores de todos los tiempos, es lo que tiene pendiente de un clavo cierta cordura frente al mundo fake news.

 Lewis: “Para una clase de personas la primera lectura de una obra literaria suele ser una experiencia tan trascendental que sólo admite comparación con las experiencias del amor, la religión o el duelo. Su conciencia sufre un cambio muy profundo. Ya no son los mismos. En cambio, los otros lectores no parecen experimentar nada semejante”.

Como ir por primera vez a escalar una montaña. Unos no sentirán nada interesante en esa acción y no volverán. Se apoltronarán  en la deliciosa  ciudad industrial, de los pantalones rotos, celular en la mano  y tatuajes en el trasero, para ya nunca salir de ella.

 Para otros puede ser una experiencia tan trascendental y harán del alpinismo no su deporte ocasional sino su modo de vida.

¡Que locura esto de leer! Estamos en  la disyuntiva.

Navegamos en el mar encrespado de las ideas de calidad de todos los tiempos o,

nos arrellenamos en el sofá, comiendo papitas muy saladas, viendo los programas hueros, en espera que  Virgilio y Dante nos lleven en su próximo tour a la nada fresca mansión de Dite.

                                                           

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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