EN NOVIEMBRE REGRESAN LOS DIOSES MEXICANOS

 

 


 

La muerte es lo único cierto en esta vida.

Lo demás está por comprobarse.


zompantli o muro de los cráneos (tallados es piedra).Museo del Templo Mayor


Cada pueblo tiene sus mitos religiosos, filosóficos y laicos. Desconocerlos es   a merced de los colonizadores que más tarde o más temprano te llevarán para su cubil.

La muerte como castigo por los pecados cometidos es un cuerpo extraño en los pueblos originarios en Nativoamerica.

Es un espantajo terrible, huele mal y es acompañado de seres feos como brujas, figuras antropomorfas con patas de cabra, y todos esos seres del Walpurgis, imaginados por el gran Goethe.

Ese mito, que huele a azufre, llegó a Nativoamerica en el siglo dieciséis con la espada y la cruz.

En México nativo la muerte es un recordatorio que todo pasará, y que más vale vivirla lo mejor posible “Para bien”, dice Platón.

El Mural de Tepantitla, en el lado noreste, dentro de la Ciudad Sagrada de Teotihuacán, es una idea del Tlalocan: “Donde nunca faltan los bastimentos, hay flores y canto y revolotean las mariposas solares, que una vez fueron humanos.



Tepantitla


Al Tlalocan llegan todas y todos. Aquí la divinidad, en plural, no tiene preferidos, no es elitista.

El 1 y 2 de noviembre llegan a México los familiares y amigos ya fallecidos. Primero los niños y le siguen los adultos.

 Al despuntar el alba, del día 3, todos regresan al Mural de Tepantitla, a vivir su vida en plena libertad, lejos de todo imperativo categórico.


maqueta del adoratorio a Tlaloc, en la cumbre del monte Tlaloc (4,150 ms.n.m.)

La calzada de su acceso mide 200 metros de extensión








Entrada al adoratorio


esto es tan cierto como que el Sol de Día (Nanahuatzin) “sale” cada mañana y lo seguirá, al oscurecer, el Sol de Noche (Tecuciztecatl), para iluminar el camino de los todavía mortales.


Con alegria el pueblo mexicano se prepara para recibir a sus muertos


Mientras tanto, pongamos el “pan de muerto”, con sus huesos cruzados, la flor amarilla, que se eleve el humo de copal, preparemos los tamales, el atole y el pulque (bebida sagrada erótica, que garantizará la continuidad de los mortales en esta tierra bendita ( Chicomecoatl), porque los dioses, que antes fueron humanos, están por llegar.

 

                                                                                  

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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