Aristóteles VS Aristóteles

Aristóteles
Autor: M.D.Roland-Gosselin
Editorial América
México 1943

¿Pensamiento lógico o pensamiento ilógico? ¿O pensamiento lógico y también ilógico? En todo caso Aristóteles  es, en este asunto, no  la máquina de deducciones fenomenológicas a la que estamos acostumbrados a leer en él, sino alguien  tan humano como cualquier humano. Cuando su hijo adoptivo, Nicanor, está en peligro eleva sus ojos a Zeus y ruega por él.

 Estamos en el principio del  devenir con sello dialéctico.  Lo propicia el materialista convencido que alguna vez, de todos modos, entra a la Basílica de Guadalupe en México o a la de San Pedro en Roma. Y  el ferviente creyente que, de todas maneras, alguna vez tiene que pisar las baldosas del escepticismo.  San Agustín es uno de los más clásicos ejemplos de esa lucha entre la razón y la sin razón. Ese dudar es como la obra negra, el material en bruto, de la que se nutre la ciencia filosófica.

Aristóteles quiere ver al hombre integrado en la naturaleza.  Este esfuerzo intelectual ha trascendido los siglos. Dieciocho siglo más tarde a su tiempo, en el siglo trece, su presencia se dejaba sentir muy fuerte ya en plena Edad Media. Tal posición ideológica ha hecho pensar que en muchos aspectos va en contracorriente, con respecto a su maestro Platón, que veía más allá de la materia, la idea que animaba a esa materia.

Sin embargo en su biografía sobre Aristóteles, Gosselin opina que fue Aristóteles al que  se debe el término de “teología”. Alguien que estudia a Dios. Gosselin apunta: “Con mayor precisión, en su metafísica, reserva la apelación a los filósofos que tratan de conocer la naturaleza del ser divino…y, en efecto, a pesar de su preocupación por corregir la filosofía de su maestro reintegrando en la naturaleza al ser real, Aristóteles no deja de preguntarse sí, en un sentido que habría que precisar, no habría de retener algo de la enseñanza de Platón, y si más allá de las substancias corporales no habría que admitir también la existencia de substancias inmateriales. Y termina por concluir en su existencia.”

Al igual que otros grandes pensadores, como luego harían Schopenhauer, Nietzsche, Emerson, Aristóteles no puede salvarse de sus propias contradicciones que ya anotamos más arriba. Ese como remolino que hace el devenir de las tesis y las contratesis. Con frecuencia la gente se pregunta ¿qué haríamos con un solo modo de pensar? Aunque teóricamente este modo de pensar  fuera el non plus ultra.  Este mundo sería un gran manicomio. O como los marineros de la antigüedad que nada más comían  papas o patatas. Acabaríamos en el escorbuto cultural.

 La historia  tiene la respuesta. El pensamiento cristiano, la pura teología, se enseñoreo sobre todo de Europa central durante mil años. Y fueron los pensadores seglares, del siglo, laicos, con los teólogos cristianos por delante, que dieron una vuelta de timón y surgió el Humanismo, con su laicismo cultural por delante. Siempre, aun en plena Edad Media,  hubo filósofos pero en adelante ya se fue dando un cierto equilibrio en las corrientes de pensamiento racional y el abstracto. Y los hombres de letras, como Petrarca, empezaron a hurgar entre los viejos manuscritos de los monasterios. Fueron,junto con los árabes, los que desempolvaron las obras de los griegos de la antigüedad.

Hay tal armonía en el universo que  difícilmente puede dejarse su existencia  al azar. No sólo llega a aceptar ese primer motor al que se refiere Schopenhauer (La cuádruple raíz de razón suficiente) sino que es politeísta al hablar  en pluralde inteligencias más allá del fenómeno. Recuérdese que Aristóteles vivió en el tiempo de la democracia celeste, donde había tantos dioses como manifestaciones de la naturaleza:”A pesar de esto, no es dudoso que para él estas inteligencias estaba subordinadas a un pensamiento supremo cuya preeminencia absoluta se deja sentir en el universo entero”.

Aristóteles
Sin embargo este “pensamiento supremo”  no es el que van firmando decretos llenos de determinismo. Es la influencia de la perfección la que se  deja sentir. La que va marcando el camino a seguir para el que la quiera seguir. Igual que hablan los sociólogos de influencias negativas o positivas emanadas de un ambiente tal, así es como hace el Primer Viviente o la Primera Inteligencia o el Primer Pensamiento o como se le quiera llamar.

Aristóteles, creyente en el abstracto, es, sin embargo, el que hurga más profundamente, en su tiempo, sobre el fenómeno. O al revés, el autor de la Gran lógica, llegado el caso, ruega a Zeus por su hijo.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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