Ovidio, Ifis, Hemingway, y la heterosexualidad

Ovidio
Las metamorfosis

Hombre, mujer, gay, lesbos. Cada quien su libertad personal en la preferencia sexual.


Lo que Ovidio pone sobre el tapete es ese afán de sentirse Dios y querer dirigir las pulsiones de otros tanto pre como pos parto. Casi todos los hombres quieren que su hijo sea hombre y si nace niña la visten de hombre y hay madres que visten de hombre a su hija.


Sólo los padres sabios aceptan de buena convicción que el feto sea Y o X.


El lector tiene dos casos para reflexionar sobre el tema.



Cubierta de George Sandys, para la edición inglesa de Las metamorfosis,1632 
 La madre de Ernest Hemingway se afanaba por vestir a su hijo como si fuera niña. Más aun, a un nieto de ella, hijo de Ernest, le enviaba también como regalo en su cumpleaños, vestiditos. El que conoce la vida amorosa del gran novelista estadounidense, sabe que fue de lo más inestable. Filtre aba abiertamente con las mujeres aun delante de su esposa en turno. Siempre buscaba reafirmarse como hombre en ese terreno. Odió a su madre al punto de decidir, cuando ésta murió, no acudir a su funeral. Sabido es que, finalmente Ernest acabó con su vida por la vía del suicidio.


Y ese es el tema que Ovidio abordó hace más de dos mil años. El poeta nació el 20 de marzo del año 711 de Roma, que corresponde al 43 antes de Jesús. En Las Metamorfosis escribe sobre Ligo, habitante de Creta. Cuando éste se dio cuenta que su esposa, Teletusa, estaba embarazada, le ordenó que la criatura fuera hombre. De otra manera prefería que la criatura muriera.


Teletusa le pide que no ponga tan dura condición pero el otro es inflexible. La mujer tiene que cargar con las molestias o trasformaciones de su cuerpo embarazado (por eso se llama “embarazo”, alterado, contrariado) y con la angustia que vaya a tener una hija cuya vida está amenazada por el padre.


En sueños la diosa Io, a la que Teletusa es devota, le dice que viva tranquila y que, en todo caso, engañe a su marido y le diga lo que él quiere oír. Si el marido no es congruente no es merecedor de consideraciones. Lo que nace es una niña pero entre Teletusa y la nodriza hacen creer que, en efecto, es un niño. Le ponen el nombre de Ifis, que es común a los dos sexos, como, por ejemplo, entre nosotros los mexicanos “Guadalupe”. La vestían de hombre y procuraban darle trato de niño para que el padre no sospechara. Aunque su modo de caminar y su ademanes eran las de una niña.


A la edad de trece años el padre la entrega como prometida, según las costumbres de la época de aquel lugar de Grecia, a la rubia Janta, “célebre por su belleza entre las doncellas de Festos, hija de Telestes”.


En la creencia que eran dos sexos diferentes las dos niñas se trataron y “De aquello nació un amor que penetró en las ingenuas almas de las dos compañeras”. Janta, la novia, espera el día de la boda en que Ifis se mostrará como hombre. Ifis, en cambio, ya se ha dado cuenta que “ama sin esperanza de llegar a poseer el objeto de su amor.” Cae en la desesperación porque observa que en la naturaleza, en cuestión de sexo, todos tienen su contraparte que se complementa.


Teletusa, la madre, entiende la angustia que está pasando Ifis y pide a la diosa que vaya en su auxilio. Después de todo, la divinidad le dijo que confiara, que no se angustiara.


Y, sucede. Al salir del templo, Teletusa ve que Ifis se comporta de manera diferente, su manera de andar es distinto al de una mujer, el comportamiento, las facciones s e han endurecido. Al día siguiente de la boda, en efecto, “El joven Ifis posee a su querida Janta.”


Se da aquí, con Ovidio, el recurso al que los novelistas de los siglos que estaban por llegar, hasta nuestros días, recurren, cuando ellos ya no saben cómo sacar a sus personajes del atolladero en el que los meten. Es lo que se llama el deu ex machina o la intervención divina que desbarata el Nudo Gordiano y todo acaba lleno de felicidad, como en las películas de Hollywood.


Pero, es una pregunta que se hace el lector de Ovidio, ¿y si la divinidad no acude y soluciona el embrollo que han hecho los humanos?

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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