La defensa, cuento de Graham Greene

En apenas cinco páginas, y un relato sencillo, Greene nos lanza de cabeza a toda la complejidad de la cultura occidental.



En la calle Northoowd, de una ciudad de Inglaterra, se supone, pues el autor no aclara este punto, fue asesinada una anciana, la señora Parker. Aunque eran las dos de la mañana una vecina vio el rostro del asesino, en ese momento que salía de la casa y arrojaba un martillo entre el pasto: “un hombre fuerte y corpulento, con los ojos hinchados e inyectados de sangre”. Realmente s e trataba de un aspecto como para espantar a cualquiera.



Este hombre iba por la calle con paso inseguro y alguien estuvo a punto de atropellarlo. De esta manera, casi inmediatamente al crimen, el asesino cayó en manos de la policía.



En el juicio que se le siguió la señora Salmón, quien fue la que atestiguó contra aquel hombre, reiteró, todos los requerimientos del juez, que estaba absolutamente segura que era él el que había visto salir de la casa de la ahora difunta señora Parker.



-¿Está segura?



-¡Absolutamente segura!



Era noche de luna y la luz de farol le daba en pleno rostro.



El juez pidió a la señora Salmón que mirara hacia el fondo de la sala de audiencias. Ahí se encontraba otro hombre exactamente igual al que  ocupaba el banquillo de los acusados. Era el hermano gemelo del acusado.



-¿Podría jurar, todavía, que el acusado es el que vio salir de la casa de la difunta señora Parker?



La señora Salmón dudó



-No, no estoy segura.



De esta manera el acusado fue absuelto. A la salida de los tribunales los dos hermanos, puestos ya en libertad, fueron abordados por una multitud que esperaba afuera del edificio. Seguramente para hacerles preguntas. Pero fue tanta la gente que uno de los hermanos perdió pie y cayó en el momento que pasaba un camión y lo atropelló muriendo al instante.



Ahora bien, el asunto es ¿quién murió, el hermano inocente o el culpable :”si él era el asesino o el inocente, nunca nadie lo podrá saber.” Antes Greene se había hecho esta pregunta: “¿Venganza divina?” Es uno de los clásicos finales de este gran novelista inglés. Lleva a la reflexión respecto de la justicia, o injusticia, divina. Para la cultura occidental no cabe la existencia del Dios castigador, pues el Dios del cristianismo es amor, no punitivo.



Graham Greene

Esta fórmula, que parece resolver toda la cuestión, por el contrario, nos vuelve a colocar en la disyuntiva teológica: el Dios del catolicismo que dio su vida por las faltas de los humanos o el Dios de los hombres que todavía condena a morir a pedradas a la mujer (no al hombre) que comete una falta…



Greene parece decir que hay libertad para escoger el tipo de Dios que uno prefiera. Después de todo lo mismo sucede en filosofía. Unos son estoicos y otros cínicos.



Esto parece llevarnos al antropocentrismo genético donde “el individuo es como es”. Pero la pregunta que Greene quiere que nos hagamos es ¿quién reparte esos caracteres? Y otra vez  estamos de vuelta en el teocentrismo.



Así es Graham Greene…

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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