El arte de la novela, de Henry James

En El arte de la novela  Henry james se dirige al que piensa escribir una novela, más que al lector de la novela. No es un manual de gramática y de redacción. Se trata de la manera de ir por la vida tomando notas de lo que nos llame la atención, pero desde la manera cómo vemos la vida cada uno de nosotros, no como nos han inducido a verla.

Desde ese subjetivismo propio que nos hace diferente a los otros. Amado Nervo, poeta, veía a la mujer, en abstracto, de distinta manera que Schopenhauer, filósofo. El Popocatepetl que pintaba Diego Rivera era diferente al que pintaba el Dr. Atl.

¿Y cuando tengo esas notas? Trabájalas como Dios te dé a entender, dice el autor, “tiene que trabajarlas como pueda, y los mismos guías  y filósofos que son los que más tendrían que decirle, deben dejarlo solo  cuando se trata de aplicar los preceptos, tal como dejamos al pintor  en comunión con su paleta.”
Henry James

Quiera o no el escritor escribirá de una sola manera, como él es. Tal vez con la influencia temporal de éste o de aquel novelista, pero al fin y al cabo jamás podrá escribir como aquel y acabará  escribiendo como él es. Como quien dice: nuestro instinto mueve el lápiz (o la computadora) de nuestro modo cognoscitivo. En la calle tal vez no  podemos distinguir quién es quién de las dos hermanas gemelas, pero copulando con ambas si sabremos quién es María y quién es Sara

¿El instinto o la inteligencia? Bueno, la intuición, que es instinto + inteligencia.

James alerta contra el pesimismo y el optimismo excesivo en la novela. Ya sea el escritor de un país frío y envuelto en la bruma y lleno de hielos o en los países llenos de sol y verdor de América, se nota los patológicos  infra pesimismo y el ultra entusiasmo. Con frecuencia con un trasfondo político que destaca la pobreza material y espiritual de un país  o se les pasó la mano diciendo que en otro país todo es colorido, abundancia material y alegría. James lo ilustra como si el pintor o el escritor “trabajara en la oscuridad.”, como esas películas que parece que están filmadas con un foco de cuarenta watts, para acentuar el cuadro patológico. De la misma manera se han escrito novelas  que más pertenecen al campo de la psiquiatría.
Y abundan  las novelas, al estilo de los que escriben historia, que ignorando el método dialectico, escogen las notas de su partido e ignoran que en todo acontecimiento hay por lo menos dos bandos y ambos con sus muy buenas razones. Si de un lado murieron cincuenta millones de individuos, y del otro lado una cantidad semejante, es claro que no se trata  de algo que pueda escribirse  a la ligera. Por ninguno de los bandos.  Ocultar los motivos del otro es inducir mañosamente a que el lector piense de una manera sin dejarle información para que él decida.

James recurre con frecuencia a la semejanza de la novela y la pintura, ambas como manifestaciones del arte. En la pintura, como en la fotografía, hay individuos o cosas con luz y sombra. Pero resulta que en la novela menudean con frecuencia los acontecimientos que carecen de luz o bien carecen de sombra.

Semejantes a la historia política de todos los pueblos del planeta (parece que es un punto en el que s e puede generalizar sin temor al equívoco).Con personajes que  son  pura sombra o pura luz. En México Benito Juárez  es para unos de tal dimensión negativa que mejor ni pronunciar su nombre. Para otros es nada menos que el Benemérito de las Américas y le han edificado un magnifico monumento de mármol en el centro de la Ciudad de México.  Santa Anna es otro caso. Responsable de que los mexicanos hayan perdido más de la mitad de su territorio en la guerra contra Estados Unidos en el siglo diecinueve. Para otros es el personaje por el cual  los mexicanos tienen todavía territorio al derrotar, por las armas, el intento que España hizo de reconquistar México. Agustín de Iturbide es el nefasto personaje que desde el ejercito realista persiguió con saña a los mexicanos que buscaban independizarse del poder de España. Para otros es el primer y auténtico padre de la patria de los mexicanos al facilitar esa independencia al pasarse al bando de los insurgentes. Como estos tenemos al menos otros cien personajes en México que son pura sombra o bien pura luz.

Y  traemos aquí  estos ejemplos que pertenecen a la historia política de los países porque, como sucede en todo el planeta (otra vez sin temor al equívoco), lo político  s e proyecta en la poesía, en el ensayo y en la novela. Y al rato la librerías se llenan de novelas “unilumínicas” que tienden hacia el panfleto, incluidas algunas del Premio Nobel de literatura.

Un tratamiento dialectico, en literatura, ponemos como ejemplo, sería Una gata sobre el tejado de zinc caliente, de Tennessee Williams. Una familia donde sus miembros  no son de todo malos ni es de todo bueno. Son humanos con luces  y sombras

Es lo que James señala al novelista: “tu primer deber es ser lo más completo posible.”



















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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