G. K. CHESTERTON Y EL CRISTIANISMO



ORTODOXIA
G.K. Chesterton
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos…Núm.490, año2007


Agnóstico, ateo y pesimista, Chesterton conoce “desde dentro” al menos cien adjetivos nada favorables adjudicados al Cristianismo, en particular al catolicismo.

En su obra Ortodoxia se refiere a algunos de estos adjetivos. Y termina preguntándose por qué una institución tan deteriorada sigue viva después de dos mil años de haberse fundado. Medita que  no hay en el mundo occidental algo que, de manera abierta,  a la vista de todos, permanezca sobre todas las hecatombes que en el mundo han visto desaparecer reinos y aparecer otros para vuelta a hundirse.

Sobre la Iglesia Católica dirá: “No existe ninguna otra institución estable e inteligente que haya meditado sobre el sentido de la vida durante dos mil años.”

Pero él era un agnóstico. Se metió de lleno y de tiempo completo a estudiar la Biblia y la historia del Cristianismo. Encontró que es  una Iglesia que tiene abierta sus puertas las 24 horas del día y por ella entran mayormente gente pacífica y feliz, pero también  atormentados, santos anónimos, asesinos, profesionales del sexo en busca de oxigeno para aliviar su espíritu, rateros para robar sus cáliz, que creen son de oro,  sus valiosas  pinturas de temas religiosos, y hasta bombistas para dinamitar sus altares. Y que sus mismos sacerdotes no están exentos de errores. Que se le ha atacado abiertamente desde fuera y subrepticiamente desde dentro. Y que ella  sigue.

       Por eso sobre la Iglesia Católica dijo: "No existe ninguna otra institución estable e inteligente que haya meditado sobre el sentido de la vida durante dos mil años. Su experiencia abarca casi todas las experiencias, y en particular casi todos los errores. El resultado es un plano en el que están claramente señalados los callejones sin salida y los caminos equivocados, esos caminos que el mejor testimonio posible ha demostrado que no valen la pena, el testimonio de aquellos que los han recorrido antes (...). Además, la Iglesia defiende dogmáticamente a la humanidad de sus peores enemigos, esos monstruos horribles, devoradores y viejos que son los antiguos errores".


Esto llamaba mucho la atención de Chesterton desde muy joven. Dice de él mismo: “Era un pagano a los 12 años y un agnóstico completo a los 16; y no pude comprender que alguien pasara de los 17, sin hacerse la sencilla pregunta que yo me hice.” Y fue por qué algo así ha durado dos mil años

Como periodista y hombre de letras Chesterton sabía que algo que no significa en la vida de la sociedad  no se le comenta. Se deja pasar. Pero a algo que de manera persistente se le señala algo o mucho tiene, para bien o para mal.

Escribe en Ortodoxia: “El Cristianismo no sólo poseía  los más infamados  defectos, sino que, aparentemente, tenía un místico talento para combinar entre sí defectos que parecían incombinables. Se le atacaba de todas partes  y por razones todas contradictorias.”

“No bien un racionalista  terminaba  de llamar “pesadilla” al Cristianismo, otro comenzaba a  llamarle paraíso de locos.”

“Ahora encontraba que si debía odiar al cristianismo no había de ser porque luchaba poco sino porque luchaba mucho.”

“Los mismos que reprochaban al Cristianismo  la mansedumbre y la pasividad de los monasterios, eran los que ahora le reprochaban la violencia y el valor de las Cruzadas.”

“Swinburne se irritaba por la infelicidad de los cristianos  y se irritaba aun más por su felicidad.”

Chesterton se refiere a esa presión que la laicidad ejerce de manera permanente contra la Iglesia con las voces que se “modernice”, el sacerdocio para la mujer, el celibato para sus sacerdotes, el matrimonio del mismo sexo, etc.

De alguna manera dice que la laicidad debería estar presionando a los partidos políticos para que aprueben las reformas estructurales que sacarán al pueblo de la inopia. Pero sus  cañones la laicidad los dirige contra la metafísica no contra la filosofía. Contra la razón vital, no contra la razón práctica.

Será tal vez porque cuando a la Iglesia la golpean, pone la otra mejilla. Cuando a los partidos políticos los golpean responden con la policía y el ejército. Lo cual en algunos países tampoco está nada fuera de la constitución.

Exigir que la Iglesia se “modernice” es como si la patronal exigiera que el sindicato quite de su estatuto el voto individual, universal y secreto, para decidir sobre sus asuntos internos que sólo al sindicato concierne.

Como el verdadero sindicato progresista, de lucha y autónomo, no acepta, es que la patronal  forma un  sindicato para los trabajadores, muy a doc para los intereses de la patronal. Es lo que en el argot sindical se llama  “Contrato de protección para el patrón”. Ya  hay un  sindicato “moderno”pero entonces este sindicato ya es otro sindicato, no es aquel progresista, de lucha y autónomo.

Por eso Chesterton escribe, ante las voces que la Iglesia se “modernice”: “En ciertas cosas, la Iglesia no puede  desviarse ni el espesor de un pelo, si es que debe seguir su grande y osado experimento del equilibrio irregular. Conque una  vez sola  debilitara una idea, otra idea frente a ella se volvería demasiado fuerte.”

 Chesterton  escribió esto  en su obra Ortodoxia, cuando todavía era agnóstico, ateo y pesimista, casi tres lustros antes de solicitar se le aceptara en el seno de la Iglesia.

Y, cuando ya católico, se le preguntaba por qué  creía en el cristianismo, decía: “Creo en él racionalmente, obligado por la evidencia.”

 
Chesterton

Gilbert Keith Chesterton ['gɪlbət ki:θ 'ʧestətən] (Londres, 29 de mayo de 1874 - Beaconsfield, 14 de junio de 1936), escritor británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes.








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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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