M.G.MORENTE Y LA INTUICIÓN COMO BRÚJULA DE LA FILOSOFÍA


LECCIONES PRELIMINARES DE FILOSOFÍA
MANUEL GARCÍA MORENTE
Editorial Época.S.A,México,1974



¿Perdido en el laberinto de las intuiciones?

Como alguien que cruza el desierto sirviéndose de una brújula descompuesta, y va dando pasos a tontas y locas, así de vital es la falta de  intuición intelectual en la vida. Fichte dice que “La intuición intelectual es la única posición sólida para toda la filosofía.”

Hay varios tipos de intuición pero es la intelectual  la que no pierde piso. Requiere disposición de conocer y cuando ésta falta se va por la libre y lo más fácil es minimizar a la intuición. Morente tiene juicios duros para los que van por el desierto con la brújula descompuesta y creen que funciona a las maravillas.

Morente señala la intuición como método de la filosofía moderna. Fue iniciada por  Descartes y seguido por los filósofos alemanes Schelling, Hegel y Schopenhauer. Hay dos métodos (y hasta tres) en que se contraponen y se explican uno y otro.

Uno es el método discursivo y el otro es el intuitivo.

 El discursivo conoce la realidad del objeto y de esa manera el concepto. 

El método intuitivo es lo contrario. “Esta intuición es inmediata, es una comunicación directa entre mí y el objeto.”

La intuición de carácter volitivo es la que, dice Fichte, se dedica a resolver obstáculos (como una manera de descubrir y afianzar mi yo)

Todos estamos familiarizados con la palabra intuición. Aunque no siempre se tenga una idea clara qué es eso de la intuición. Intuyo, por pura intuición, es fácil intuir, etc. Un poco como si dijéramos a bote pronto: me imagino, creo que esto, tal vez sea esto o aquello…

No es el ejercicio de ir analizando tesis y más tesis sino sólo un golpe de contemplación, una visión: “Por medio de la intuición se obtiene un conocimiento inmediato; mientras que por medio del discurso, el discurrir o razonar, se obtiene un conocimiento mediato, al cabo de ciertas operaciones sucesivas.”

Al estilo de lo que dice Jean Wahl respecto del conocimiento de la filosofía. Algunos arrancan de cero sin saber, o sin importarles, que hace veinticinco siglos los griegos arrancaron ya de ese cero pero con todo el método posible: “Hay que conocer la tradición en filosofía antes de decirle un respetuoso adiós”, dice Wahl.

Ignorarlo es cuando se dan pasos a tontas y locas  con la brújula descompuesta. Algún golpe  tal vez dé en el blanco por un sin número de garrotazos al viento. 

Como cuando tratamos de darle a la piñata con los ojos vendados.

Pero no se trata de una intuición sensible (que sería aplicada a una cosa en particular) sino de algo que aplica a objetos generales, universales de los objetos:” Existe, pues, una intuición espiritual, que se diferencia de la intuición sensible en que su objeto no es objeto sensible. Esta intuición tampoco se hace por medio de los sentidos, sino que se hace por medio del espíritu.”

Esto de la intuición implica aspectos intrínsecos tanto individuales como generales al estilo de mi libertad para creer o hacer. Los más  reconocidos sistemas filosóficos le dedican tiempo y espacio para su estudio y comprensión. Vale la pena profundizar para su entendimiento porque, como escribe  Fichte, es la clave para el pensamiento organizado.

De otra manera seremos la cáscara de cacahuate, o maní, en medio del inmenso océano.

Por desatender el devenir histórico de la intuición, Morente señala lo siguiente:

“Las modalidades en que esta institución se presenta en la filosofía contemporánea son muy variadas. Dicho sea de paso, existe en la filosofía contemporánea  un inmoderado afán de originalidad. Cada filosofo grande, cada filosofo mediano, cada filósofo pequeño, cada filosofillo, cada filosofito, y hasta los estudiantes de filosofía, pretender hoy tener su propio sistema….Por uno o dos que en efecto son hombres de genio y traen un elemento original a su arte, hay en cambio una infinidad de chapuceros que lo único que hacen es, como dicen en París, en el barrio de los artistas, “epatar al burgués”…

“En filosofía pasa algo parecido, Cada filósofo pretende tener su sistema. Si nosotros quisiéramos seguir  en todos sus variados matices  las divergencias que hay entre éste y éste, estas pequeñas divergencias  que hay entre uno y otros, con sus afanes de originalidad y de decir lo que nadie  ha dicho, nos perderíamos en una selva de nimiedades muchas pocos significativas.”

M.G.Morente

“Manuel García Morente (Arjonilla, Jaén, 22 de abril de 1886Madrid, 7 de diciembre de 1942) fue un filósofo español y, converso católico, en sus últimos años de vida fue sacerdote. Fue un gran divulgador, traductor de obras del pensamiento europeo, filósofo de cuño original, y gracias a su magisterio oral y escrito se iniciaron en la filosofía, y aún hoy día lo siguen haciendo, multitud de promociones universitarias….En 1912 obtiene la cátedra de Ética de la Universidad de Madrid. Su pensamiento oscila en este momento entre el kantismo —tesis doctoral sobre La estética de Kant (1912); monografía sobre La filosofía de Kant, Una introducción a la filosofía (1917); traducciones de la Crítica del juicio (1914), de la Crítica de la razón práctica (1918) y de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1921) kantianas— y el bergsonismoLa filosofía de Bergson (1917)—. Durante los años veinte inciden sobre su mente el biologismo histórico de Spengler (tradujo la famosa Decadencia de Occidente del citado filósofo de la historia alemán), Rickert, Simmel, y la axiología, merced a la incorporación que se hizo de la obra de Scheler y Hartmann a través de la Revista de Occidente. En las postrimerías de este decenio termina las traducciones de las Investigaciones lógicas de Husserl (1929), junto con José Gaos, y del Origen del conocimiento moral de Brentano: el método fenomenológico será utilizado en adelante con singular destreza en su indagación filosófica.”








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores