CRONIN, LAS LLAVES DEL REINO-novela


 

Prefigura la novela Las llaves del Reino, la vida de la Iglesia Católica en sus ámbitos espirituales y del mundo.

Y de un mundo en conflicto, en el cual, con frecuencia, la Iglesia es “la carne del sándwich”.

Sucedió   cuando los cristianos franceses entraron en guerra contra los cristianos ingleses del tiempo de Juana de Arco. Así va suceder cuando estalle la Segunda Guerra Mundial.

Una novela (vamos a llamarla dialéctica) que hace pensar en la historia accidentada de la Iglesia. Llevando modos trascendentales de vida hacia afuera y, a la vez, siendo parte del “siglo”.

El texto va describiendo la vida del padre Francisco Chisholm que se afana por llevar aliento a los precarizados, a  los que ya nadie quiere mirar, por su pobreza o por su maldad. O por su culpabilidad en haber provocado tal pobreza.

(Hacemos punto y  aparte de  los ricos que promueven la ética en sus negocios).

Contrariado una veces en su labor evangelizadora por la estructura jerarquizada, y en otras sacado del atolladero por esa misma jerarquía.

El padre Francisco ve lo que tiene enfrente y no puede lograr una visión de satélite, panorámica, como sus superiores que deben velar por su Iglesia frente a los poderes del mundo.

No es historiador de la Iglesia o de temas religiosos, sólo es un sacerdote que busca y rebusca rescatar entre los basureros de la sociedad humana.

Tiene que descubrir el padre Francisco que, entre la estructura jerarquizada de la Iglesia, y los sacerdotes que bregan en los arrabales,  es un mundo fractal en diferentes ámbitos.

Igual que un soldado raso lucha por la misma causa que su general, de alto rango, pero en diferentes escenarios.

El padre Francisco no es más que un sacerdote anodino que, debido a su vocación evangelizadora inquebrantable, se le dice, es enviado a un pueblo perdido de China a llevar la palabra y el modo de vivir de Jesucristo.

Si bien, en ocasiones se siente como esos personajes, de la política, que son enviados de embajadores a países lejanos para no tenerlos cerca.

El padre Francisco debe empezar desde cero en suelo asiático. Para ser exactos, debe empezar desde antes de  cero.

Como el presidente de un país encuentra la podredumbre, que le dejó su antecesor, y debe barrer antes de empezar a desarrollar sus planes positivos para la nación.

El sacerdote católico que le antecedió, en su remoto pueblo chino, construyó un somero templo y además en un lugar tan inadecuado que para  cuando llegó  el padre Francisco el vendaval ya lo había destruido.

Lo peor, de alguna manera pagaba, compraba, voluntades chinas, para que se convirtieran al cristianismo. Con el resultado que esos mismos “católicos”, cuando el padre Francisco ya no les pagó, fueron los primeros y más fanáticos enemigos de la Iglesia.

Igual que un indigente que vive en la calle, él tiene que pasar sus primeros días en las ruinas del “templo” teniendo como paredes unas cobijas que había llevado  consigo desde Inglaterra.

Desolado y algo enfermo, entre la gente más pobre de aquella localidad, el padre Francisco cree firmemente que el Espíritu Santo le dará la necesaria fuerza para, desde la nada, sacar adelante la misión que sus superiores le han encomendado.

 Desde sus días de seminarista y miembro de una familia con serios problemas, y luego su trato incómodo con superiores de la categoría jerárquica, anquilosados, que ven sus parroquias como su coto de caza, y celosos de la sangre innovadora de los sacerdotes jóvenes, y cuentan las monedas en lugar de buscar a los pobres, el padre Francisco lucha por fortalecer su fe.

 En China se abre paso, no obstante, sostenido siempre por amor evangélico hacia la humanidad entera, en especial por esa gente que ha sido hipostasiada, vejada hasta la miseria, por los poderes materialistas.

Dos o tres inmensos fraudes al erario público, cada medio año, confirman que no hay país pobre sobre la faz de este planeta. Lo que hay son grandes multitudes de personas a las que ya no les llegan los beneficios del  siempre ordeñado erario público.

 Mal nutridos, enfermos, en busca de trabajo, comida, escuela y cultura, vagando de un país a otro o de un continente a otro, esas masas miserables  son las que el padre Francisco busca para tratar de consolar.

Sobre esta lastimosa realidad el padre Francisco construye, aledaño a su modesta iglesia que con el tiempo por fin logra levantar, un local  para niños pobres  y abandonados.

Para tal efecto solicita a sus lejanos superiores que envíen tres religiosas, las que, en efecto, cuidarán a los niños.

Tres religiosas católicas que durante años trabajarán muy unidas auxiliando a los niños, cuidándolos, dándoles amor y de comer, animándolos y proporcionándoles instrucción escolar y religiosa.

Pero cuando a la remota provincia china de Pai-tan llegaron las noticias que Alemania había invadido Bélgica y Francia, las tres santas religiosas entraron en guerra abierta entre sí.

Una es de nacionalidad belga, la otra francesa y la madre superiora alemana. Aquellas dos se unieron contra ésta.

Fuera de sí, y buscando las palabras más hirientes, y abofeteando en seguida el rostro  de la madre superiora, una de ellas le gritó: “Son unos barbaros, brutos. Asesinos de mujeres y criaturas…Los aliados ganarán la guerra y habrá justicia”, haciendo énfasis en la palabra unos.

A lo que la madre superiora respondió, lo más tranquila que le fue posible: “El ejecito alemán está formado por caballeros. Alemania y Austria nunca tuvieron justicia. Alemania debe tener su sitio bajo el sol.”

“El padre Francisco Chisholm podía ver los tres rostros en fila, beatíficamente dirigidos a lo alto, rogando por victorias opuestas.”

Con eso Cronin expone la idea que soy internacionalista mientras no toquen a mi nación. 

Jasper: “Lo importante no es la historia universal, que no está en manos de nadie, sino la historicidad de este momento; aquello que me  transforma  realmente, lo que encuentro, lo que amo, qué tareas concretas cumplo en mi profesión, qué imagen del hombre subyuga a mi espíritu, en qué horizonte de la comunidad humana vivo yo, a qué pueblo y a qué patria pertenezco, y cómo, en fin, a través de todo ello, percibo el ser, cómo mi relación con la trascendencia, con la eternidad.”
 

Más profética resulta esta novela cuando Cronin describe el momento en que las monjitas, luego de elevar sus plegarias, pidiendo el triunfo para sus respectivos ejércitos:

 “Cuando las tres  desfilaron saliendo del cuarto, Francisco advirtió que no se habían reconciliado. De repente sintió un escalofrío; un temor indescriptible se apoderó de él. Por un momento tuvo la  extraña sensación de que el tiempo quedaba suspendido fatídicamente, a la expectativa de lo que pudiera ocurrir.”

Y lo que ocurrió fue la Segunda Guerra Mundial.

La madre superiora siente desde el primer día una animadversión hacia el padre Fráncisco y esa es otra lucha que debe librar el sacerdote consigo mismo.

El doctor Tulloch, viejo amigo del padre Francisco de su lejana ciudad inglesa de Tynecastle, acude a su llamado cuando en la localidad china se desata una epidemia de fiebre que deja varios centenares de muertos. El mismo doctor cae enfermo y muere. Se mantiene ateo hasta en sus últimos momentos de vida.

En efecto, el doctor Tulloch muere en los brazos del sacerdote y, con inmensa dulzura, le dice al padre Francisco, su gran amigo, que no se haga ilusiones de último momento, sostiene hasta el final que no cree en Dios. El padre sólo le dice:

“Él cree en ti”

La madre superiora le reprocha al padre el haber tratado a un librepensador. Más, cuando se entera de la añeja amistad que había en los dos. Sigue un corto dialogo desabrido entre monja y sacerdote:

“Hija mía-dice el padre-los contemporáneos de Nuestro Señor lo tomaron por un peligroso librepensador…y por eso lo mataron.”

De seguro Dios no lo perdonará, dice ella, no obstante la labor valiosa que el doctor prestó al dispensario, cuando la fiebre, y salvó a muchas personas adultas y niños. “Pensaba como ateo”.

Dios no juzga por los pensamientos, sino por las obras, le dice el padre: “Dios no juzga por lo que creemos sino por lo que hacemos.”

Convencidas estas buenas monjitas que sirven a la verdad universal del espíritu, un día descubren que, tal vez, el terruño de este planeta está primero  que la patria celestial, al grado que una de ellas, para burlarse de la madre superiora, le canta en plena cara:

Allons, enfants de la patrie

Carl Jasper en su libro Nietzsche y el cristianismo, se refiere a estos dos ángulos complejos de la Iglesia Católica, tan complejos que el mismo Nietzsche con frecuencia pierde el piso y anida sentimientos encontrados de abierta crítica condenatoria a la vez que otros de franca apología.

Jasper: “del cristianismo considerado como fenómenos histórico de una enorme importancia, no es posible poseer un conocimiento total. Si semejante conocimiento actúa exteriormente al cristianismo, ignora las fuerzas existenciales que le hacen vivir interiormente, y no puede más que acumular las derivaciones psicológicas, las trasposiciones, los elementos superficiales y aparentes; por otra parte, si procede de lo interior, y el que conoce es entonces un hombre de vida y  de fe cristiana, no puede tratarse sino de un conocimiento en el englobarte (algo así como Dios) que retiene ciertos aspectos provisionalmente  fijados de algo que se le escapa. Como consecuencia de la corrupción que resulta de una idea falsa de la realidad histórica, desde hace un siglo y medio siempre que se hace  la historia de la cultura, se pretende conocer como cosa objetiva esa realidad que sólo es por su existencia en la unidad del ser y del saber. Y así, igualmente, hablamos de la esencia del cristianismo, sin observar que nos extraviamos en vagas generalidades, o que sólo percibimos detalles concretos que no tiene ya en sí mismos nada de esencial.”

El padre Francisco no es el padre de la Iglesia brillante trascendental pensador, como San Agustín. Es, como el otro Francisco, pobre y su único apostolado es llevar, con obras, el amor a los necesitados.

Jamás tendrá el padre Francisco sobre su cabeza el solideo de obispo. No tenía pasta para ello. Su radio de acción dentro de la Iglesia es anodina, sencilla, batalladora. No gusta de alejarse de la playa donde enseñaba Jesús. El mar encrespado es para los teólogos. Él se siente más cómodo lavando los pies cansados del migrante. 

El ecumenismo religioso tiene su lugar en la novela. Escrita por Arnoldo José Cronin, en el siglo pasado, fue visionaria ya que todavía en siglo veintiuno, en algunos medios electrónicos y de la prensa escrita, sigue echándose gasolina a la yesca para seguir provocar incendios religiosos.

En otras iglesias no pasa nada, como si fueran habitadas por noúmenos y no por humanos falibles. Son herméticas, tienen sus puertas bien atrancadas a las miradas del exterior. La Iglesia Católica, en cambio, muestra sus puertas abiertas al mundo desde hace veinte siglos. Se le conocen sus abundantes errores y sus abundantes  virtudes.

Después de todo, algunos, o muchos, de los que cruzan sus puertas, son lo peor de la humanidad que va en buscas de redención. No es la Iglesia para sólo los puros, es, sobre todo, para que los perdidos encuentren en ella  su camino.

Un día llegaron a Pai-Tan los protestantes.  Cargados con toneladas de dólares y en poco tiempo levantaron un soberbio edifico para su Misión Metodista, como el padre Francisco con sus veinte años en el lugar no pudo lograr ni de lejos.

Cuando alguna vez se atrevió a pedir ayuda a su diócesis de Tynecastle, para ensanchar su misión, el diligente Anselmo Mealey le respondió que no era posible: "En Europa estamos en guerra,  tú no"
 

El mandarín de la localidad, para entonces ya muy amigo del padre Francisco, le dio a entender que una sola palabra suya y el protestantismo no se volverían asomar nunca en Pai-tan. Tienen todo el derecho del mundo como cualquiera, le respondió el padre Francisco.

Debido a la temprana visita amistosa que el padre Francisco hizo a la casa del matrimonio Fiske, para darle la bienvenida a Pai-Tan, y desearles toda clase de bienestar, los católicos y los metodistas de la localidad no protagonizaron la salvaje carnicería humana que sí había tenido lugar en la historia de las religiones.

No eran incautos, los ministros católico y metodista, ni se chupaban el dedo, respecto el terreno que ambos  pisaban. Cuando hubieron convivido, y logrado el suficiente grado de confianza, comentaron cosas que en sus respectivos campos habían escuchado o leído.

El ministro-doctor Fiske, de la Misión Metodista, recodó de alguien: “El mayor mal de la actualidad es el crecimiento de la Iglesia Católica gracias a las intrigas diabólicas y nefandas de sus sacerdotes.”

En otra ocasión el padre Francisco le citó algo (con lo cual él no estaba de acuerdo) que había leído de un eminente teólogo católico. “El protestantismo es un sistema inmoral, que blasfema de Dios, degrada al hombre y pone en peligro a la sociedad.”

Ambos se encogieron de hombros y siguieron reuniéndose para  tomar el té y continuar con sus "amigables desavenencias."

Fue posible porque, algo que le reprochaban al padre Francisco, algunos de sus superiores de la lejana Tynecastle, era esa especie de “contaminación asiática” que se le había pegado hasta en la sotana, al grado de decir:

“Nadie que proceda de buena fe  puede perderse. Nadie. Ni los budistas, ni los mahometanos ni los taoístas…ni los más feroces caníbales que devoran alguna vez a un misionero…si son sinceros, de acuerdo con su leal entender, se salvarán.”

En otras épocas el padre Francisco no se hubiera salvado de católicos, ni de protestantes, por la mitad de esas palabras.

Cronin pudo ver a la distancia la historia y anticipó en su novela la tragedia de los desplazados que, debido a los conflictos caseros o a los externos, deben tocar las puertas de todos los continentes (este día, 3 de octubre de 2017, el gobierno de México ha declarado puertas abiertas para todo venezolano-a que vengan huyendo de la dictadura de su país).

Los dos cabecillas que se disputan el control de Pai-Tan, empiezan a dispararse  cañonazos uno contra otro, y la misión católica está a medio camino de ambos bandos de guerra.

El padre Francisco ordena a José, su ayudante, que abra los portones para que los desplazados entren y pueden encontrar refugio en su interior: “Por ellos entraba en caravana su feligresía cargada con sus efectos: jóvenes y viejos, pobres seres humildes y analfabetos, asustados, ansiosos de ponerse  a salvo, la esencia misma de la humanidad doliente.”

José apuraba a la gente y quería cerrar ya los portones. El padre Francisco le puso la mano en el hombro al tiempo que le decía: “Recién cuando estén todos adentro, José.”

La novela contempla la disyuntiva en la que la Iglesia Católica se ha visto, no pocas veces,  a través de su historia: cruzarse de brazos y perecer o colgar el rosario y actuar.

El sanguinario Wai amenazó con destruir el templo, el orfanatorio, llevarse a las mujeres que se habían refugiado en la misión, y fusilar a los heridos de la guerra, sino le entregaba un tributo tan exagerado en comida y dinero que el padre no tenía.

Fue cuando el padre Francisco se olvidó del espíritu de paz y fraternidad que venía enseñando desde sus años de seminarista. Se decidió, tomó partido en la guerra y comunicó al otro bando cómo acabar con el arma poderosa conque Wai dominaba la guerra hasta ese momento.

Así lo llevaron a cabo y la misión y sus niños quedaron  libres del peligro cuando Wai y sus huestes se retiraron derrotados.

De todos modos: “una mezcla caótica de triunfo y remordimiento, un implacable  y cargante asombro de cómo él, un ministro de Dios, había  podido levantar la mano para matar a sus semejantes. Apenas podía hallar una justificación para  sí mismo en la salvación de su  pueblo.”

 No había sido tan diferente el padre Francisco  que las monjitas que veían por sus respectivos pueblos.

Anselmo Mealey, su amigo desde la infancia y compañero del seminario, ahora convertido en  canónigo, brillante príncipe de la Iglesia, obispo fuerte, diligente, para enfrentar en lo corredores de palacio los asuntos del mundo, es el encargado de comunicarle de su retiro por edad.

El padre Francisco regresa a Inglaterra. Anciano, pobre y  casi desconocido, por su prolongada estancia en China.

Una de las últimas escenas de esta novela es para reiterar su vocación ecuménica. 

Uno de sus superiores, Monseñor Sleeth, está encargado de rendir un informe de la labor desempeñada por el padre Francisco en China, para que su obispo le otorgue, o no, una parroquia que tanto necesita para seguir con su labor evangelizadora, pero ahora ya en suelo ingles.

 Lo encuentra un tanto incómodo, viejo y con ideas que, a su parecer, no van tanto con el espíritu de los Evangelios.

-Usted parece tener poca consideración por la Santa Iglesia Católica-le refriega en la cara.

Padre Francisco: " La Iglesia es nuestra gran Madre, que nos conduce por el camino...como a una partida de peregrinos, a través de la noche. Pero hay quizá otras madres. Y quizá haya también algunos pobres peregrinos solitarios que encuentran solos su camino, a los tropezones."



 

CRONIN
“Archibald Joseph Cronin fue un novelista y médico escocés, autor de La ciudadela, y Las llaves del reino, ambas novelas convertidas en películas, y nominadas al premio Oscar. Fecha de nacimiento: 19 de julio de 1896, Cardross, Argyll, Reino Unido Fallecimiento: 6 de enero de 1981, Montreux, Suiza.” WIKIPEDIA

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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