AGUSTÍN, EL RIESGO DE LA LECTURA


 

Leer es el imperativo que escuchó Agustín, cuando estaba  bajo una higuera.

Hay varias versiones sobre este episodio en la vida del santo. La más cercana a él es la voz  del cielo que le señalaba la lectura de la Biblia.

Llevaba ya muchos años investigando, y hasta militando, en diversas corrientes de pensamiento que venían de la antigüedad griega. Pero sentía que eran modos no suficientes de valores vitales.

¿O que leyera a Platón, era lo que le decía la misteriosa voz? Es conocida la fuerte influencia que este filósofo tuvo en el pensamiento de Agustín.

El punto es que él declara a su madre, Mónica (Santa Mónica), que tanto le insistía se convirtiera al cristianismo, que mucho de lo que aquí se profesaba ya lo conocía:

 “Púseme a leer y descubrí que todo lo que había leído de verdadero allá en los platónicos se decía acá.”

O pudo tratarse de una adecuación literaria del propio Agustín-piensan algunos biógrafos suyos-  de algo que había oído de Ponticiano.

 Como haya sido estamos ante un a priori facilitado por la lectura de Mateo XIX, 21 que habla de lo que le sucederá a aquel joven rico que quería seguir a Jesús. La condición era que lo dejara todo, pero no pudo.

La lectura es eso, un a priori, un conocimiento antes de haber tenido personalmente la experiencia empírica.

Semejante sería la experiencia del joven judío rico, con Jesús, a la literatura personalizada que dijera a alguien que busca: “¡Deja tu celular y sígueme!”

No porque esa maravilla tecnológica sea mala sino porque distrae al tomarse como un fin y no como un medio de comunicación.

Nadie puede decir que el dinero o el celular sean malos, puesto que todos los buscamos. Pero como dijo Jack Reacher, el personaje de la película: “el oro vale según la persona que lo posea”

Lo mismo puede decirse de un libro. Lo que se busca en la lectura del libro no es lo que dice el libro sino cómo soy yo, el que lo lee.

Stekel, el psiquiatra del primer tercio del siglo veinte,  autor del célebre libro La mujer frígida, dejó asentado que la práctica de la ciencia, de cualquier disciplina académica, va ser desarrollada no según  la lógica de la razón académica sino cómo el académico es.

La materias de la Facultad de Medicina son las mismas para todos pero hay médicos que son una salvación para la vida y otros su molde contrario.

Rififi entre los hombres fue una película francesa, de mediados del siglo veinte, que mostraba cómo unos malandrines planean robar un banco alquilando  el departamento arriba de ese banco. Siguiendo la lección en México se dieron varios casos copiando los pasos de la película.

Otros, en cambio, hicieron lo posible, o hasta lo imposible, por ayudar. Como el caso del defraudador de inversionistas, del cuento de Graham Greene. Seguramente había   leído en su niñez, o escuchado de algún predicador, y ahora era la oportunidad de ponerlo en práctica.

El sagaz defraudador de inversionistas murió tratando de salvar a un perro. Greene deja entrever que ese perro es el avatar de la divinidad que viene a salvar al defraudador, no al revés, el defraudador salvando al perro.

 Y ese es todo el proceso que implica el ponerse a leer, buscándose a sí mismo.

Al revés del  que no quiere encontrarse a sí mismo, como el hombre- vampiro que no tiene espejos en su castillo. O como dice Séneca: “Buscas a otros no por su amistad sino para no encontrarte contigo mismo.”

Ahora le echamos la culpa, de todas esta distracciones, al liberalismo moderno, que apartan la atención, de los pueblos, de temas considerables, para ir tras de las ruidosas  banalidades.  

Pero Werner Jaeger dice lo mismo de la gran cultura griega en el siglo cuarto antes de Cristo: “Se prefiere la peor comedia  a las sentencias más escogida de los poetas más profundos. Con la literatura ocurre lo mismo que con la comedia: no gusta lo que es sano, sino lo que produce placer.”

Paideia, los ideales de la cultura griega. Fondo de Cultura Económica, México, 2002.

Ampliamos la experiencia de Agustín bajo aquel árbol: “Toma, lee y encuéntrate  a ti mismo”. Lo hizo  en la lectura de Mateo, él sí se encontró y dejó todo y se fue en pos de Jesús.

No hace falta, como hizo Dorian Grey,  encerrar su metafísico retrato bajo llave para que nadie descubriera su realidad. En la actualidad el famoso liberalismo moderno me  proporciona muchas maneras de distraer mi atención para que no mire hacia el libro.

Y hay países en los que su Secretaría de Educación Pública no llama mucho la tención de su pueblo hacia la lectura del libro.

Toda su obra de Agustín gira en torno del ejercicio de su enorme voluntad de no hacer lo que quería hacer. Apreciaba  la realidad del mundo fenoménico casi como un sibarita. Y su mérito, que lo llevó a Jesús, fue no hacer lo que tanto deseaba hacer.

Gareth B. Matthews, comentando la obra de Humpty Humpty dice, a propósito de la fuerza de voluntad: “Fuerza de voluntad es tratar al máximo de no hacer algo que realmente queremos hacer.”

El niño y la filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 2014

Pregunten a un bebedor  crónico, a un fumador empedernido o a un comedor compulsivo, si es fácil no hacer lo que se desea con toda el alma hacer...  

Es un hecho que los escritores encuentran  su vocación siendo lectores. Agustín mismo es un excelente escritor porque, cuando llegó a las  playas del cristianismo, ya había leído cuanta teoría filosófica caía en sus manos, sobre todo de la cultura helénica y su paradigma Platón. Siguió con los romanos clásicos, Cicerón, Séneca, Marco Aurelio, Plotino…

El libro es como la hidroquinona (o el elon), la substancia química en fotografía, que hace aparecer la imagen en la charola del cuarto oscuro del laboratorio de fotografía.

La imagen que aparezca en el fondo de la charola del revelador ya no es responsabilidad de la substancia hidroquinona.

Si lo que resulta es un Al Capone o un San Agustín, ya no es cuestión del libro…

 
AGUSTÍN

"Agustín de Hipona, conocido también como san Agustín o, en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis (Tagaste, 13 de noviembre de 354-Hippo Regius, 28 de agosto de 430),1​ es un santo, padre y doctor de la Iglesia católica. El «Doctor de la Gracia» fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio y según Antonio Livi uno de los más grandes genios de la humanidad.2​ Autor prolífico,3​ dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y teología, siendo Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más destacadas.” WIKIPEDIA





 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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