CON EL VIEJO DESCARTES


 

Es una manera de decir, Descartes y todos ellos, filósofos del espíritu y filósofos de la materia, siempre serán actuales.

Porque así son nuestros modos de pensar. Ellos no los inventaron, sólo los observaron y formularon una interpretación, muy propia de cada pensador. Con un nombre o con otro se refieren a lo mismo. Platón dice idea y Aristóteles, para lo mismo, dice forma.

Son, al estilo de Eurípides, que no inventó la ira femenina, sólo la observó y la describió a través de su  Medea. Miguel Ángel no inventó al forma humana, lo que hizo fue reproducir el modelo natural que tenía enfrente.

Con la ley natural y con la divina pasa lo mismo. Ahí están y lo que hacemos es observarlas y nos acercamos a ellas con la Razón humana, la primera, y con la Caridad la segunda. De ésta dice Jean Wahl: "hay en el ser algo que no puede reducirse a la pura razón."

¡En la banqueta, de los libros usados, otra vez Descartes!

Lleno de polvo y algo maltratado de la pasta. Diez pesos, de la editorial, ya desaparecida, Sopena. Era un delicia leer de esta editorial por su tipografía, su carátulas como pérdidas en el sepia y, sobre todo, por su precio bajo. Algo de tomarse en cuenta esos  días que comprar un libro era cosa de  despedirse de la cena. Salambó, de Flaubert, Casa de Muñecas, de Ibsen…

En casa hay dos ejemplares del Discurso del método, en ediciones distintas. Todas subrayadas por las veces que han sido leídas. No hay por qué llevar otra vez lo mismo.

Pero, me digo, leerlo otra vez, sin las subrayadas, descubrir otra vez lo que dice. Me sucede con la obra de Jean Wahl, cada vez que la leo. Otras ralladuras, ora con tinta verde, para destacarlas de las ralladuras anteriores de negro y rojo. 

Cuando subo una montaña que ya he subido muchas veces, siempre le encuentro algo nuevo, no porque sean nuevo sino porque yo no había puesto atención o no estaba preparado para ello.

Como dice el dicho, un geólogo, un botánico, un fotógrafo, un pintor, un arqueólogo y un poeta ven diferentes cosas en el Popocatépetl.

“Puede llevárselo en cinco”, oigo que me dice  el dueño de la librería al aire libre y bajo el sol. Casi estoy por llorar, lo hojeaba por nostalgia, no como filosofía  de regateo que tanto gusta a los mexicanos.

De este solo volumen las editoriales lo dividen en  tres partes, tres ediciones distintas y, cada una de ellas, en la librería formal, cuesta seiscientos o novecientos pesos, o más. ¿Cómo va a leer de filosofía alguien que gana cien pesos al día? ¡cuando los gana!

 Le doy veinte y le digo que no tengo cambio pero que voy a comprar jitomates y regreso. Agarro por otra calle sacudiendo el polvo del viejo libro.

 “Yo pienso, por lo tanto tengo la certeza   de ser” me encuentro a boca de jarro, por N ocasión, el pensamiento viejísimo, todavía caminando entre los puestos del mercado sobre ruedas, en tanto hojeo mi “nuevo” Descartes.

Y, de pronto encuentro un sentido a esas palabras jamás comentado por otros, eso creo. Es la vieja película. Todos creen haber rencontrado el sentido como lo pensó Descartes. Tarea difícil porque para unos  el sum es sujeto, para otros  predicado  y otros lo entienden como verbo.

“Bajar” el tema a las calles del barrio es lo que necesita la gente porque todo esto fue observado del barrio y después encerrado en los recintos académicos.

Considerar que estar, estamos, en el mundo desde que nacimos, como cualquier otra criatura del reino animal o del vegetal. O la piedra en el camino, está.

Pero ser tiene que ver mucho con el desarrollo del intelecto, tanto escolar como cultural. Es otra manera, más cercana a nosotros, más de la tierra, más de la calle, aquello de “pienso, luego existo”.
 
Siempre y cuando le haga caso a la vida de la calle sin distracción de los medios que nos mantienen aislados.

dibujo tomado de
El País.28/3/2015
Hay pueblos enteros, países completos, que están esperando ser por medio del conocimiento. Factores ambientales no les abren el camino. Están pero no son.

Algunos de estos países se han quedado en el pleito rancio de conservadores y liberales, del siglo diecinueve, y no se dan cuenta que en el siglo veinte ya hasta hubo dos guerras mundiales.

Familia y Estado, en ese orden, tenemos la responsabilidad de que los niños no sean sólo un número estadístico de población. Una piedra que alguien dejó en el camino.

Un copular  para estar sino copular para que alguien sea. Lo primero es solipsismo y lo segundo la oportunidad que se conozca esta bella vida y sea feliz.

Prepararse para ser funcional en el mundo del trabajo es tarea de la educación escolarizada. Encontrar un lugar en el mundo laboral, resolver las necesidades básica y tanto mejor si también se incluyen las lúdicas como divertirse, pasear, hacer deporte, ir de vacaciones, escalar montañas, cruzar desiertos…

Pero Descartes nos habla de lo otro, de lo cultural, del ser más que una estadística (choco por ir leyendo a Descartes con otro que, en sentido contrario, también distraído viene viendo su celular). Del Ser y lo escribía con mayúscula, el Ser “debe su existencia a un Ser supremo, que es el pensamiento perfecto e infinito.”

Algunos consideran   que ese Ser no va más allá de las fronteras materiales. Otros que es el Ser inteligible porque está fuera del tiempo y del espacio.

 En este ring se suben los luchadores “contarios”  y, con sus diversos puntos de vista de Descartes, realizan la tensión dialéctica que mueve al espíritu.

DESCARTES
 

“René Descartes1 (La Haye, Turena francesa, 31 de marzo de 1596 - Estocolmo, Suecia, 11 de febrero de 1650), también llamado Renatus Cartesius, fue un filósofo, matemático y físico francés, considerado como el padre de la geometría analítica y de la filosofía moderna, así como uno de los nombres más destacados de la revolución científica.”Wikipedia.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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