UNA FILOSOFÍA PARA NUESTRO TIEMPO DE PARANOIA

“Vive tranquilo y sosegado en la calentura que disfrutando de cabal salud.”

 Eso escribió  Epicteto en sus Máximas. Epicteto fue un esclavo en el impero romano que vivió del año 50 de nuestra era al 130, que más tarde se liberó y dio lecciones  de filosofía en diferentes foros, de manera que sabía de qué estaba hablando. Hablaba filosofía desde la vida (valga  la tautología), no hablaba filosofía desde los libros.

Epicteto, Séneca, Marco Aurelio, Cicerón, todos ellos más o menos contemporáneos, estaban viviendo, diciendo y escribiendo,  desde la filosofía y de la cima del poder del paganismo, lo que diría el cristianismo, en lo religioso, desde el sótano, que a la sazón andaba todavía ocultándose  en las catacumbas y madurando, o poniéndose de acuerdo, respecto de los preceptos bíblicos: sábado, circuncisión ir hacia los paganos o no…

Unos tenían como modelo, cinco siglos antes, a Platón y otros a Jesús. Pero como a la gente le acomoda más la religión que la filosofía, es por lo que Jesús sería abrumadoramente  más conocido, aunque poco seguido.

De eso hace ya veinte siglos, en lo romano, o veinticinco, en lo griego. Pero lo que dicen aquellos filósofos nos parece tan  cercano a nosotros, tan reciente, tan fresco, porque tratándose del ejercicio del poder, ya democracia, oligarquía o dictadura, sus preceptos, semejantes a imperativos categóricos, arrojan en la conducta de  sus habitantes, o gobernados, la misma carga de tensión.

Dibujo tomado de El País
24 de marzo 2018
La filosofía de Epicteto es que a las cosas, y a las situaciones, hay que nombrarlas por lo que son, así de sencillo.

Un hule que se llamara madera o una roca que se llamara papel, sería una loquera, por desacertado.

El nombre que le corresponde a cada cosa, situación o persona, según lo que hace o lo que es. Parece una perogrullada pero está lejos de serlo.

¿Por qué la gente se dice cristiano y no lo es, ni ha leído la Biblia ni actúa como cristiano, sino todo lo contrario? Sabemos que es injusto generalizar pero eso es lo que, al menos,  predomina, a juzgar por el mundo torcido en el que vivimos. No hagas filosofía, dice Epicteto, sólo asómate por la ventana.

 ¿O por qué se dice ateo sino es la ética la que rige sus acciones del día?

 La sociedad funciona porque estamos en la actitud de que la verdad existe. La verdad no es una entelequia que solo existe en las nubes o en los libros. O que ya no existe y ahora está la posverdad y cosas así.

Creemos que un encuentro de box va ser limpio, sino nadie iría a ver el encuentro, o no  apostaría por su gallo. Creemos  que las elecciones para diputados son limpias sino nadie acudirá a las urnas a votar.

dibujo tomado de El País
11 de octubre 2014
Es decir que la sociedad  funciona (aunque haciendo aguas por todos lados) porque todavía creemos en que la verdad existe. En que nos están hablando con la verdad. Y para que no haya chapuzas, la nación más fuerte en la actualidad todavía jura sobre la Biblia. Un hábil mentiroso puede engañar a los hombres, pero no a la divinidad.

Este afán de Epicteto por definir la personalidad según los hechos, es porque ya en su tiempo era fuerte el relativismo cultural, ya por ignorancia o por conveniencia.

La vaguedad cultural  no necesita de periódicos ni de redes sociales, las opiniones deformadoras existen desde el tiempo de las pinturas en las cuevas.

 Las mismas corrientes políticas eran un ejemplo de ese eclecticismo disolvente porque en un tiempo algunos militaban en el partido republicano y, el mismo individuo, tiempo después en el partido al que tanto había combatido. Pocos, como Cicerón, que fueron fieles a su partido hasta el sacrificio, cuando lo del asesinato de Julio Cesar se les revirtió a los del partido republicano.

Esta trashumancia política, de los de arriba, era el modelo de referencia para el pueblo (para la plebe, como le llaman algunos historiadores) y la creencia   en la verdad fue siendo cada vez más laxa.

Entonces los oráculos, los augures, que todavía inspiraban confianza, vieron aparecer una multitud tocando a sus puertas  buscando el elixir para  sus ya muy desquiciados “nervios”. Ya se sentían muy nerviosos por la inseguridad social.

Es cuando Epicteto dice que el remedio para esa inseguridad es hacer de tal manera de no tener que arrepentirse de lo que se hizo (apoyándose en esto de Epicteto,  Nietzsche escribiría muchas páginas respecto del arrepentimiento).

El mentiroso puede engañar a todos pero a él mismo no es posible. Por más anfetaminas que ingiera, un gusanillo lo estará carcomiendo.

 Pasteur  inyectaba virus al cuerpo humano. Para cuando llegaran esos mismos virus del exterior, los del interior los neutralizaran.

Esto, que parece estrambótico, es lo que ahora se llama “vacuna” o parte de la medicina preventiva. Lo contrario de la preventiva, sabemos todos,  es la medicina correctiva. Y es la más practicada. Hasta que enfermamos buscamos al médico y a su antídoto para nuestro mal.

Pero tratándose de deseos, estos  son más fuerte que los  virus( aunque a la postre ambos nos matarán). Es el terreno de lo subjetivo donde nos saltamos las barreras con ligereza. Es lo que está más allá de la necesidad señalada por el instinto. El instinto es de sobrevivencia y el deseo de apetencia.

Es lo que  Epicteto anota en una de sus Máximas, a manera de filosofía preventiva:

 “En no tener jamás deseos frustrados ni temores mal dirigidos, en prevenir todos los males; en arreglar convenientemente todos los movimientos del alma; en que todos los designios sean hijos de prudente y madura reflexión y en que las afirmaciones sean tan sólidas y certeras que jamás vayan  seguidas del arrepentimiento.”






 [U1]


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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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