UNA LOCA ANALOGÍA ALPINA CON MAX SCHELER


 

Agrégale más y más agua a un vaso de buen vino  y verás lo que queda del vino.

Café exprés es una bebida concentrada. Lo sabemos bien los adictos a la cafeína. En la medida en que se le agrega agua va siendo menos concentrado, menos café, más agua. Es lo que Scheler y otros pensadores llaman la desrealización.
Max Scheler Idealismo-Realismo.

Emerson se desrealizó de su parroquia y se fue al mundo de las ideas universales, empezando por Platón, le siguieron Plotino y Swedenborg. Sin llenar los requisitos estrictos de un filósofo, iluminó al mundo con sus ideas más que veinte filósofos de primer nivel.

Partiendo del materialismo “puro”, y yendo en dirección opuesta, o de contraste, se va internando hacia el terreno de la esencia, del idealismo, de lo no empírico.   Lo material se va diluyendo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              
Igual, a lo ideal se le va quitando la categoría de esencia y va quedando cada vez más lo material.

De estas dos condicione han nacido sendas teorías filosóficas a lo largo de casi treinta siglos. ¡Y siguen!

¿Qué tiene que ver esto con el alpinismo? ¡Todo!

Permanezco más y más tiempo en la ciudad y me hago extraño para los panoramas naturales. Muchos millones  de individuos, como 7,000 millones (en tanto escribimos esta nota ya se duplicó el número), en el mundo ya nacimos “extraños”. Es decir, nacimos en la ciudad y creemos que la ciudad es lo natural.

EL ALPINISMO COMO PLAN DE VIDA

Al fondo el Pico de Orizaba, 5,700 m.
partiendo del pueblo de Jacal, en el NE. México.

Los montañistas caminan sobre el borde oriental
 de la cañada Jamapa y ladera norte del monte Chichimeco.
Es el inicio del glaciar norte Jamapa,
cuyo curso de agua de deshielo llega al mar. 
Como el patito  que fue incubado entre huevos de pollitos, se creyó que era pollito.

En tanto sea escalador de gimnasio o practique otro deporte del valle, nada se encontrará fuera de lugar. Somos in situ. Este es nuestro lugar y que el planeta siga su curso. Entonces ir a la montaña es desrealizarse como citadino.

 Muchos logran desrealizarse por años y fueron alpinistas en toda la línea. Y algunos extraordinarios como escaladores. Conocí a varios de ellos. Pero un día comprendieron que las montañas no era su ambiente natural y descendieron para no salir ya jamás del valle. Hicieron del alpinismo un deporte, no su modo de vida.

PARED NORTE ROSENDO DE LA PEÑA
En el recuadro Manuel García.
Era su ascensión favorita, La recorrió
varias veces.
M.G. participó en la conquista de rutas
en el flanco oriental del cerro
El Chiquihuite, norte de la ciudad
de México, en los años cincuentas del siglo veinte.
Con escaladores del Club Exploraciones
de México fue uno de los pioneros
en escaladas del flanco norte de
La Cabeza, de la Iztaccihuatl, en los
5,000 m. s. n. m.
 
Ir la montaña, por siempre, es lo natural, es decir que no debería ser nada extraño. Como antropoides del darwinismo nacimos  a pleno cielo y vagamos desnudos durante  milenios por continentes, montañas y valles.

También como individuos  de la Creación anduvimos muchos siglos  encuerados, antes de la fabulosa hojita de parra.

Y ya, más acá, hubo regiones, como lo que ahora es México, que tuvimos la inmensa suerte, de no emplear la rueda. La conocimos
 (el monumental Calendario Azteca es una rueda. José  Deseado Charnay, viajero francés, encontró  en el siglo diecinueve carritos de juguete con cuatro ruedas, procedentes de la cultura tolteca, en un adoratorio de Tlamacazcalco, vertiente norte del Popocatépetl, en los 4 m.s.n.m. Este dato está consignado, con fotos, en la obra de José Luis Lorenzo, Zonas arqueológicas de los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl, editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia)

 pero por algo que no está claro, no la utilizamos como herramienta de trabajo y trasporte. Mientras eso sucedía, no fuimos blandengues.


Manuel García (M:G:) luego de escalar El Colmillo, en la región de los Frailes,
Actopan, Hidalgo, México (foto de Armando Altamira G.)
Todavía hace apenas cinco siglos todo era caminando y cargando sobre las espaldas. ¡Ni rueda ni animal de carga! Las grandes caminatas, de niños, mujeres y hombres a lo largo de 500 o más kilómetros, para el 12 de diciembre llegar a la Villa de Guadalupe, en la ciudad de México, en la actualidad, es una reminiscencia de aquellas largas travesías desde Centroamérica o de la Gran Chichimeca (unos 2 mil kilometro para finalmente subir al adoratorio del monte Tláloc, 4,150 m.s.n.m.).


Llegó la civilización tecnológica occidental y nos encerramos en el valle. Las piernas se nos hicieron flacas y la barriga nos creció. ¡Y fuimos unos extraños para la montaña!
 
Un  parangón con Séneca: Sé lo que debo hacer pero hago lo contrario.
Naturaleza, bosques y ejercicio, mejor la dulce vida.

Dibujo tomado de
 El País
15 diciembre de 2018 
 
El argumento sustantivo, esencial, para el alpinismo como plan de vida, es que la voluntad está fuera de la fenomenología. Por lo mismo permanece  tan integra a los cien años, o más de edad, como al nacer. La voluntad no envejece. La voluntad no sabe de viejitos  quejumbrosos arrinconados en algún lugar de la casa mirando obsesionados el pastillero.
 
El argumento pragmático es que precisamente, brincando el medio siglo de edad,  tanto los sistemas hormonales, a la par de  un modo de vivir y de alimentación, que no siempre  es el más adecuado, por carencias o por ignorancia, nuestro cuerpo físico  cada día va para menos. Es una realidad.
 
Y es el ejercicio,  no como mecanicismo del diario vivir, el que nos va a llevar adelante lo más humanamente posible.
 
Lo ideal es estar vigente siempre, hasta el último día que, como dice Epicteto, el capitán  de la nave de la orden de partir. Hasta ese día hay que bajar la mochila de los hombros, antes no.

Hay modos de pensar, tanto religiosos como filosóficos, que llevan a desconfiar de la naturaleza (de la naturaleza natural), en particular en los tiempos de la civilización industrial, que vive del consumo y deshecho.

“No piense en los arbolitos, mejor vea este móvil de 23 megas. Sólo lo tiene el agente 007 y usted lo obtendrá por un precio módico cada mes durante 28 años”

Lo que esto trae  a la larga sucede como cuando un lugar está mal ventilado y empiezan a proliferar bacteria patógena por todos los rincones. En otro nivel lo vemos en cualquier   ciudad del planeta:
EN EL DESIERTO DE SAMALAYUCA,CHIHUAHUA,MÉXICO,49 grados C.

De la obra El rumor del desierto, 1983, de Armando Altamira G.

“La auto-represión era uno de los rasgos distintivos de la religión puritana, y la desconfianza en la naturaleza era algo impuesto a la inteligencia y al corazón”: Emerson.

Empero, por eso que la vida tiene de extraño, quedan  algunos rezagados que todavía van a la montaña, o al desierto, de por vida, y que son tanto del valle, del desierto  como de la montaña.

Son los que aprendieron a ser felices en todas las cotas del relieve terrestre, a los que Emerson se refiere:

“En las altas regiones heladas del planeta nada hay que desear de lo que existe en las latitudes más felices y podemos calentarnos al sol como si nos halláramos en Florida o en Cuba”.

El pensamiento vivo de Emerson, de Edgar Lee Masters, 1945

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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