THOREAU Y  LOS ANTROPOCENTRISTAS

Remonto otra vez la pared norte Rosendo de la Peña, subsistema noroeste del macizo de las Monjas, montañas arriba del pueblo de Chico, sierra de Pachuca, estado de Hidalgo. Casi termina el invierno de 2019.

Escalé por primera vez esta ruta con Manuel  García, gran escalador del Club Exploraciones de México. Esta interesante vía había sido abierta apenas el año anterior por Hernando Manzanos, otro excelente escalador del Club Exploraciones de México, de la ciudad de México (se hace la aclaración porque hubo un tiempo en el que el Club  Exploraciones de México tuvo sucursales en varios estados del país). 

 Manuel García tomó parte en la conquista del flanco oriental del Chiquihuite, en la Sierra de Guadalupe, lado  norte de la ciudad de México. Y fue también uno de los escaladores que emprendieron la escalada, que entonces se tenía como inescalable, en el lado norte de La Cabeza de la Iztaccihuatl, en los 5 mil. Manuel igual escalaba en los 2 mil que en los 3 mil que en los 5 mil, en roca erosionada, nieve y hielo.
 
 
 
 
Manuel García. Cuarto desde la izquierda.
 
Al fondo El Colmillo,
en la región de los Frailes,
de Actopan estado de Hidalgo, México.
Foto de José Méndez




Igual escalaba en los 2 mil que en los 3 mil que en los 5 mil, en roca erosionada, nieve y hielo.



Esta ruta en la que nos encontramos vivaqueando era la escalada preferida de Manuel García y  volvía a ella cada invierno. Varias ocasiones subimos en la misma cordada. Hace años que murió. En  recuerdo puse su nombre a una escalada nueva que tracé en el Chiquihuite.

La meta en esta ocasión no es la cumbre de la Rosendo de la Peña, sólo la “repisa”, a unos ochenta  metros sobre  la base. Mañana, o pasado o a ver cuándo, lanzaremos las cuerdas al vacío y descenderemos otra vez al valle.

 Hace tiempo hemos inventado otra práctica del alpinismo que llamamos  vivaquismo. Parecido a acampar, pero en lo vertical.  Vivaquear es permanecer en algún lugar alto de la montaña, pared o aguja.   Exige  tener la paciencia de un lama del Tíbet.

Cada mañana, cuando los primeros rayos del sol apenas rozan las copas de los árboles, escuchamos el canto de un ave. No conocemos de pájaros y nunca los hemos visto, pero ese canto yo lo escucho  cada mañana que acampo en esta parte de la Sierra de Pachuca.

La primera ocasión que lo oí subimos a la  La Pezuña, en este mismo Circo del Crestón. Contra nuestra costumbre de pasar la noche en la Cueva del Muerto,  entre el valle del León Alado (Diego Mateos) y la roca Los Panales, pernoctamos al pie de La Pezuña. Fue idea de Manuel Ramírez. Era el 3 de abril de  1954. Ese amanecer lo escuchamos en dirección oeste, en los árboles,  entre La Pezuña y la aguja, también al oeste, que algunos llaman El Centinela.
Manuel Ramírez
Tercero, de pie,  desde la izquierda

Manuel Ramírez era un diestro escalador  de Pachuca. Hace tiempo que murió. Fue el que realizó, al final de los años cuarenta, la primera a El Obelisco, en la Región de los Frailes, arriba  de Actopan. Su hermano, Benito, murió escalando El Colmillo, en esta misma región de los Frailes. Raúl Revilla al conquistar una de las rutas  más difíciles del Circo del Crestón, le puso a la pared el nombre de Benito Ramírez.
Foto de José Méndez


Manuel Ramírez
en la cumbre de El Obelisco
Foto de Armando Altamira G.




Esta mañana el canto sale de los arboles exactamente allá en el fondo, bajo nuestros pies. Un lado de la cruz que recuerda a Eulalio Rivera, escalador de Pachuca. Murió en esta misma ruta  en la que ahora no encontramos vivaqueando, cuando él y yo trazábamos una nueva variante.
Eulalio Rivera
Primero desde la izquierda

Hay  razones (o sinrazones) por lo que el habitante de la ciudad no va a  la naturaleza de los bosques y las montañas, le oigo decir a mi compañero Yuma.

Dice que estamos en la era de la distracción, la vida cómoda de la civilización, la carrera al presupuesto nacional por medio de la carrera política. El argumento más importante es el que no  quiere concientizar la gente. Lo sabe pero lo elude. Se llama antropocentrismo.
Hay   sinrazones por lo que el habitante de la ciudad no va a  la naturaleza de los bosques y las montañas.Vivimos en la era del sedentarismo y  la distracción digital.
 
Amanecer en la Sierra de Pachuca Hgo. -5° C. Izquierda: Armando Altamira G., Diego Altamira C. y Omar Altamira A.
 
Foto de Omar.17/03/2019

Puede mencionar todos los argumentos que quiera o sepa. El triunfo del homo sapiens sobre el neandertal, la posesión de la conciencia que un día va a morir, la conquista del espacio, la conquista del alfabeto, ser propietario de la intuición (el conocer antes del conocer), creerse descendiente directo de la divinidad o hurgar hasta encontrar bajo el microscopio el principio de todo su linaje en la célula primordial de la evolución…Tiene al menos otros cien buenos argumentos. Eso dice el hopi.

 Yuma nació en el desierto de Yuma, Estados Unidos. Debía ser un yuma pero sus padres eran de la etnia hopi. En atención al lugar donde nació le pusieron Yuma.

Mirando a lo lejos, desde nuestra “repisa”, hacia los valles, en la cañada que va en dirección  norte, al pueblo de Amajac, percibimos que algo se mueve, pero no acertamos a  distinguir, ni siquiera con nuestros binoculares, si se trata de un perro, una cabra o un hombre. No distinguimos por la distancia a la figura antropomorfa, antropocéntrica.

Yuma vuelve con el tema.

Vista a cierta distancia la ego manía del hombre  es imponente pero en la escala de la naturaleza apenas se distingue su presencia. Cita a Thoreau en el trascurso de uno de sus diarios paseos, del poeta estadounidense, por el campo:

“Desde una colina puedo ver desde lejos La civilización y las casas de los hombres; pero lo granjeros y sus obras apenas son más evidentes que las marmotas y sus madrigueras.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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