EN LA CULTURA, CON CHESTERTON


 

Escribir un cuento, una poesía, novela o filosofía, es tan necesario en los tiempos que corren como comer un plato inteligente, no comida chatarra.
 
Además eso de escribir  y leer se recomienda contra el Alzheimer.

La comida chatarra es la que nos rodea por todos lados y a la que acudimos con suicida   frecuencia porque nos acostumbramos (nadie nos acostumbró) a no hacer el esfuerzo de preparar algo más natural.

Natural, sin conservadores y cantidades asesinas de sal, azucares y grasas  infames, que nos hacen saborear el producto como algo delicioso.

Lo sabemos pero comer chatarra  nos hace sentir que estamos en el mundo moderno, ágil y dinámico.

No en aquel de las abuelitas que ponían las ollas para hervir las papas, la carne y los frijoles. Con su imaginación que hacía diferente, “receta de la casa”, al plato de frijoles que también confeccionaba la vecina,   o la nuera, cuando la gente todavía intercalaba, por cortesía, platos de comida.

Ese modo se acabó. No es cosa de intercambiar un plato de “sopa rápida”, por otro de “sopa rápida”, en la que el fabricante ya dijo la última palabra de la receta.

El uso que hacemos de la televisión y de los medios de información en general, es el equivalente a la “sopa rápida”, donde todo está resuelto: usted vea, oiga y no opine.

Hay que apresurarse a decir que ni la televisión ni los medios son los malos de la comedia. Lo malo es el uso que de ellos hacemos. Es la segunda intención. Nosotros nos acostumbramos a la televisión, nadie nos obligó hacer tal cosa.

Somos diestros en  fabricar  culpables. La televisión es uno de eso “culpables”. Las cárceles del mundo están llenas de “culpables”. El primer  culpable que fabricamos tiene nombre, apellido y domicilio, se llama Satanás. El Diablo no nos pierde, nosotros corremos a su encuentro, como las esquirlas hacia el imán. Confesarse a diario, ante el sacerdote, es una muestra que, saliendo del templo, nos apresuramos a pecar de nuevo.Uno de los primeros que aceptó esto fue San Pablo: “Sé lo que  es el bien y hago lo contario”.

Se sataniza a los medios porque se les considera como un fin, no como un medio. Los medios son información, son noticias, no son dogmas de fe.

 El periodismo es la talacha de lo que acontece este día, lo presente, lo pasajero, porque mañana ya será otro  presente. La filosofía, en cambio, con toda su maraña propia, de tesis y contratesis, es lo permanente.

La mejor fórmula para la cultura sería ver  periodismo escrito y de pantalla y leer a los filósofos de todos los tiempos. ¡O resignarse a  comer sólo “sopa rápida”.

Es lo que se llama la segunda intención que le damos a lo que sale de las manos del fabricante. En este caso la mercadotecnia. Aun las vitaminas, tan necesarias para nuestra salud, el medico las recomienda tomar sólo por unos días, no para siempre. El fabricante de autos diseña más velocidad en sus motores pensando en las ventas frente a la competencia, no para que el propietario acabe sus días estampado contra un árbol.

La televisión y los medios nos proporcionan noticias de cómo se mueven los contextos locales, nacionales e internacionales. En ese sentido son excelentes como jamás antes  habían estado. Tautología: son información, son noticias, no son dogmas de fe.

(Es una palabra sabrosa la tautología, les gusta mucho a los intelectuales. Pero más sabrosa es como la decimos  los ciudadanos de banqueta: “Vuelvo a repetir.”)

Tomar a las noticias  como un fin, como la última palabra, es como comer la “sopa rápida” en la que toda ficción propia queda anulada. Ya no hay reciprocidad. Escuchar al mundo y que el mundo me escuché a mí.

“Toda persona sana debe de alimentarse tanto de ficción como de realidad, en algún momento de su vida; porque la realidad es una cosa que el mundo le da, mientras que  la ficción es algo que ella da  al mundo”.

G.K.Chesterton, Ensayos

Sólo que para la imaginación se requiere comer el plato inteligente. En otras palabras, leer a los clásicos acreditados por los siglos, Y hurgar entre contemporáneos porque entre tanta chatarra puede estar germinando algún clásico.

Los países que llamamos de punta, o de primer mundo, no llegaron ahí por obra y gracia del Espíritu Santo, como dice el  lugar común. Llegaron porque leyeron, y siguen haciéndolo, a los clásicos en filosofía.

¡Aunque no le guste a nuestro ego nacional, así es!
Dibujo tomado de
El País
28 de junio 2014

 Son los países que invierten (no que gastan) buena parte de su presupuesto para fomentar la cultura en su pueblo. Y que éste tenga criterios de decisión cuando llegue a sus manos la información escrita o en pantalla y en pantallita.

En el Internet cualquier puede ver el porcentaje del PIB que los gobiernos del planeta invierten (vuelvo a repetir: invierten, no que gastan) en cultura. Con esa información es fácil entender que hay una relación de por qué unos países son precaristas (en valores esenciales, morales, en dinero y en seguridad social) y en otros países  son menos, y cada vez menos, precaristas.

De ahí que Chesterton anote: “ La literatura es, en realidad, uno de esos nobles lujos que todo Estado bien gobernado debería de extender  a todos; e incluso debería ser mirada como una necesidad en el más noble sentido de la palabra".

Un Estado que luche, a través de la cultura, que su pueblo abandone hablar en opiniones inanes y, en su lugar,  exprese  conceptos.

Ante un mundo ya hecho, en noticias,  películas e incluso libros, para comer como se come la “sopa rápida”, está el antídoto de echar a andar la ficción propia.

Esta ficción, imaginación, sensibilidad, es lo que hacen los últimos poetas, novelistas y filósofos  que quedan en el planeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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