PLOTINO, UN TIPO DURO METAFISICO


 

Sibarita es lo que Plotino señala en todas las páginas de su extensa obra, como el lastre que enferma al individuo tratándose de su físico, y por analogía, de sus potencialidades espirituales.

Señalar algo es porque se está parado en lo opuesto a lo señalado. La cumbre de Peñas Cargadas se ve desde el fondo del valle. El movimiento desde lo estable.

La cumbre de Peñas Cargadas se ve desde el fondo del valle.
Al sureste de Real del Monte, Estado de Hidalgo, México.
Una de las maneras de superar el extra plomo de la cumbre.
Foto de Armando Altamira G. Dibujo de Manuel Sánchez
 
La Stoa ( “Stoa Poikile 'pórtico pintado' al lado norte del ágora de Atenas. En ella enseñó Zenón y de ella tomaron el nombre su escuela  estoica y sistema filosófico estoicismo” Wikipedia)  es desde donde Plotino ve la decadencia del humano. Una humanidad cada vez más técnica, cada vez menos humana. Más comunicación virtual y menos convivencia real, diríamos ahora.

Su estoicismo ya se oía duro en el mundo antiguo donde el hombre estaba muy pegado a la tierra y a los fenómenos naturales.

De tal modo que lo que él llama sibaritismo, para nosotros, en el mundo moderno del consumo y deshecho por miles de toneladas diarias, sería algo blandengue difícil de imaginar.

Procuramos las croquetas para nuestro perro y las wiskis para el gato, pero hay indiferencia ante el hambre de la gente y hasta nos molesta su presencia de precarista.

Es el derrotero que sigue el pensamiento de Plotino con sus temas que parecen cuestiones académicas y elucubraciones metafísicas lleno de mónadas y angelitos.

Difícil de imaginar porque estamos dentro de ese mundo fácil que nos parece que todo va bien.

Espíritu, mundo y Naturaleza, era la triada que llenaba  la vida de los humanos. De tiempo para acá se ha prescindido de la Naturaleza como plan de vida.

Ahora somos del concierto de rock, no del caminar por los bosques. Del ver televisor, no del ver las estrellas. De las citas ciegas en el amor, no de la técnica de seducción cara a cara en la circunstancia fortuita.

Dibujo tomado de
El País
15-12-2018-
No se piense que el estoicismo es alguna secta mistérica o algún modo esotérico. Se puede definir el estoicismo como el no consumismo. Consumismo, se entiende, llevado al extremo de la patología.

Es una sobriedad en lo material como en los afectos.

Trago más de lo necesario y tengo problemas con la salud psicofísica, igual que en el comer menos.

Para Plotino estas cosas del cuerpo son siempre una metáfora de lo espiritual. Mucho orar, mucho leer los libros sagrados, sin poner en práctica lo que  dice la palabra divina, es una mampara que  oculta alguna deficiencia existencial.

Es la sobriedad del mundo antiguo, que nos habla por medio de Plotino, pero que ya no escuchamos dentro del mundo angustiante y a la vez de alegría fácil de la ciudad industrial. Hacemos oídos sordos porque lo que nos está señalando es la dureza de corazón que nos da la obsesión de procurarnos las cosas materiales y descuidamos los valores esenciales.

Lo tenemos a la vista. Todos los países del planeta, sin excepción, son riquísimos en recursos naturales renovables y no renovables como mares, montañas, bosques, selvas, desiertos, ríos.

Pero sus habitantes son tan pobres que deben ir en caravanas buscando mejores condiciones de vivir, trabajar y estudiar, en otros lares.

 Es un enigma que sólo Edipo, el gran conocedor de enigmas, puede descifrar.

Plotino (205-270) considerado como el último de los filósofos paganos, es como la síntesis de la filosofía antigua del mundo grecolatino. En su extensa obra, conocida como Las Enéadas, encontramos ecos de los presocráticos, Homero, Platón, Aristóteles, Séneca, Marco Aurelio, Cicerón, Plutarco y Epicteto.

De prosa abundante y redacción fluida, Plotino es de los tiempos en que los poetas como Homero, Eurípides y Sófocles, tenían mucha claridad en sus ideas y por lo mismo no necesitaban recurrir al expediente de parecer ininteligibles.

Prosa de oraciones largas para mejor comprensión de la idea al no despegarse de la intención inicial. No oraciones cortas que en algunos trabajos de filosofía, sobre todo de los tiempos modernos, atoran, bloquean, el discurso y lo oscurecen un tanto haciéndolo deliberadamente  ininteligible.

Los conocedores de la obra de Plotino saben que este filosofo (considerado entre los grandes pensadores de la antigüedad)escribía compulsivamente, desordenadamente, sin detenerse mucho en la forma de redacción, numeración de las hojas, etc. Es a Porfirio, discípulo suyo, judío sabio, que se le reconoce el mérito de haber llevado a cabo el ingente trabajo y conocer Las Enéadas como ahora las tenemos a la vista.

Titánico esfuerzo al estilo de  Sofía Andréyevna Tolstáya,  la esposa de Tolstoi, que revisó siete veces el manuscrito de La guerra y la paz.

El decir positivo, dice Plotino, el prometer desde la tribuna del orador, orar en el templo, está bien, pues es una buena intención. Pero que de intención no pasa. Una intención es una potencia que no llega a realizarse.

De realizarse no existiría el inferno para los malditos ni caravanas de migrantes trasnacionales  precaristas.

  Es en el hacer donde se revela la intención del sujeto, tanto del mortal como esa instancia etérea que llamamos alma y que Plotino también dice nóumeno.

Como sea, el individuo o el grupo social, lo que tenga de humano, de moral, o de tramposo: “Solamente por sus obras se manifiestan su presencia”.

Plotino, libro tercero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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