ALPINISMO HIDALGUENSE, EN BUSCA DE LA MEMORIA PERDIDA


 

Hidalgo, Nuevo León, Puebla, Orizaba…

Lugares de importancia alpina.

De lo que conozco, Pachuca  tiene una historia de escaladores de primer orden.

Sus escaladores paradigmáticos, del siglo pasado, y los jóvenes de esta época, tienen mucho que decir.
El Conejo
Región Frailes de Actopan Hgo.
Foto de Armando Altamira

La industria editorial es muy refractaria para publicar de alpinismo. La razón es que el alpinismo no es deporte de masas.

Por lo mismo las federaciones y confederaciones de deportes son inclinadas a apoyar y hasta financiar, generosamente, deportes que llenen estadios y ocupen los comentarios de los medios que venden noticias. En este panorama se apoyan para, a su vez, solicitar que sus respectivos presupuestos anuales sean incrementados.

 
Manuel Ramírez (de Pachuca) en la
cumbre de El obelisco, región de Los Frailes.
Actopan, Hidalgo.
Foto de Armando Altamira
 
En otras latitudes otros hombres, en otros campos,  se han encontrado con la misma situación.

 
Bill W, uno de los iniciadores del movimiento de Alcohólicos Anónimos, entendió que su mensaje, para paliar semejante enfermedad, era publicar un libro con sus experiencias. Era contador de profesión y encontró la solución. Abrió una suscripción.  Él y otros colaboradores se pusieron a vender bonos entre sus conocidos. Boletos que ellos imprimieron. Con el tiempo Bill W. publicó su libro.

Otros en el campo de la filosofía, tales son los casos de Nietzsche y Schopenhauer, en sus principios, costearon sus ediciones.

Schopenhauer dice que anduvo  con el manuscrito, de  su obra principal, treinta  años  bajo el brazo y ningún editor se animó.  En la actualidad sus obras están traducidas a casi todos los idiomas y se venden por millones de ejemplares.

En la repisa cimera de La Pezuña.
Manuel Ramírez es el de la derecha de pie.
Foto de José Méndez
 
En el siglo dieciséis los novelistas españoles, como el caso de Cervantes, buscaban el apoyo de algún personaje  del gobierno de su provincia…

El que un libro circule por las calles tiene dos etapas. Primero la impresión, a la que nos hemos referido. La segunda es la distribución, o la manera  de hacérselo llegar a la gente. 

Hace once años,  al finalizar el verano de 2008, me invitaron a platicar con escaladores de Pachuca, la mayoría amigos y compañeros míos de escalada en otros tiempos. Fue en el albergue de Las Ventanas, Sierra de Pachuca.
La Pezuña
Grupo Las Monjas
Chico,Hgo.
Foto de Armando Altamira

Jaime Guerrero, por entonces de la administración del albergue Las Ventanas, escribió una nota de esta reunión. Siento que sobreestimo mis méritos de escalador. Pero lo que me interesa destacar de lo que escribió  es eso, precisamente, el vació editorial que existe de   tan importante enclave alpino como es Hidalgo.

 

La nota de Jaime Guerrero
 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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