LAS CATEGORÍAS DE LA AVENTURA ALPINA


 

Subimos a las montañas y eso es lo que   llamamos alpinismo. Todos hacemos alpinismo, andinismo o montañismo.

Relatos de ascensión que  aportan valiosas experiencias personales de las que  nos beneficiamos, para hacer igual, o para  evitar los errores que otros cometieron.
 
                               El Colmillo
El frente que se ve es la vía de acceso
El cuarto desde la  izquierda es Manuel García.
Excelente escalador de media y alta montaña.
Era del Club Exploraciones de México.


 


Todo eso, sin embargo, no es un hito que marque la evolución del alpinismo. Habrá cosas novedosas como el equipo de ascensión, piolets con nuevas alecciones de metales, ropa para sortear mejor las bajas temperaturas, calzado ligero con mayor adherencia para escalar en cotas elevadas, alimentos deshidratados que superen los actuales, tiendas de presionar un botón y quede armada en 30 segundos, boinas para la cabeza de varios colores… Estas innovaciones  caen en el  campo de la industria o del individuo.

La historia del alpinismo, como evolución del mismo, estriba en abrir nuevas vías, no en otra cosa.


En la cumbre de la María Magdalena, al fondo El Fraile.
Armando Altamira G. ,¿¿¿ y José Méndez  T.
 Como vaya vestido es aleatorio. Mayor comodidad y seguridad, pero aleatorio. Las grandes conquistas alpinas del siglo diecinueve las hicieron los hombres vestidos  con sacos de traje de ciudad   y sombrero de ala.

Hacemos escaladas en solitario, muy interesantes, sin duda, pero eso es para el álbum personal. Llevamos a cabo escaladas, conocidas, en tiempo record, también quedan en el curriculum de la experiencia individual.

Manuel García
en el paso-llave de la Vía Whymper
 Marcas de audacia y de tiempo realizadas de manera natural, y honesta, que pueden, en todo momento, ser superadas por los “campeones de laboratorio”, como ahora se le dice al dopaje. Práctica muy extendida en deportes de olimpiadas locales y mundiales, tanto como en los deportes profesionales, como el box, el futbol, tenis, atletismo, etc. Tan frecuentes que ya a nadie sorprende su práctica.

Por mucho tiempo abrigamos la idea que las primeras escaladas solitarias, en rutas ya conocidas, aportaban algo al alpinismo. Fue un error. No marcaban hitos en el alpinismo. En otras palabras, no se trataba del trazo de  vías, en  montañas aun no escaladas, o bien de nuevas vías en montañas ya con quistadas.

Algunas de estas primeras escaladas en solitario están consignadas en mi libro Alpinismo mexicano, Editorial ECLALSA 1972  La María Magdalena y El Colmillo, en la Región de Los Frailes, de Actopan, Estado de Hidalgo, México (la segunda en el caso de El Colmillo. La primera la llevó a cabo el excelente escalador Eduardo Manjarrez, de la ciudad de México, “El Whymper”).La primera solitaria a la norte de la pared Benito Ramírez y la primera solitaria a La Pezuña, ambas en El Circo del Crestón, lado noroeste del grupo de agujas llamado Las Monjas, arriba del pueblo El Chico, en el Estado de Hidalgo.

En el tiempo record el experimento fue de 18 minutos en la vía normal, norte de Las Ventanas, también en la Sierra de Pachuca, Hidalgo. De salir del valle y regresar al mismo punto del valle.

Eso para decir que en todo eso no hubo un aporte al alpinismo, como deporte, sólo para el curriculum individual.

En el caso de Eduardo Manjarrez, sólo para poner un ejemplo, su meritoria primera escalada en solitario a El Colmillo, no aportó a la historia del alpinismo. Pero en cambio tuvo aportes significativos para la historia del alpinismo mexicano al trazar varias nuevas vías en el flanco oriental del Chiquihuite, norte de la ciudad de México. Una de estas primeras escaladas lleva precisamente el alias con el que se le conoce en la historia del alpinismo: Vía Whymper.

Eduardo Manjarrez
Al regreso de escalar en la pared Los Perros
Al fondo el pueblo de Salazar
En todos las coordenadas alpinas del planeta se llevan a cabo estas experiencias de escaladas en solitario o de tiempo record. Lo vemos en los documentales o en las películas de ficción.

 Pero que tampoco como experiencia personal dicen mucho. Cómo se ejercitaron mentalmente para ello, qué sentimientos abrigaron ante el eventual desastre que impactaría a los suyos, padres en casa de soltero, o hijos y esposa en situación de familia propia...

Muy poca información hay de los procesos psicológicos  al respecto en la literatura alpina mundial.

De las ascensiones que todos realizamos, en las montañas que fueron conquistadas por otros, es el corpus de lo que llamamos alpinismo como deporte. Pero que tampoco aportamos algo nuevo porque lo nuevo ya fue resuelto por otros, en sus rutas originales en muy diferentes épocas. Ascensiones épicas, en su momento,  que ahora con un cierto dejo de superioridad llamamos “las normales”: Monte Cervino, Aconcagua, Popocatépetl, Mc Kingley

Dicho de otro modo: todos y cada una de los montañistas convendría que pensaran en abrir nuevas rutas (y de ser posible publicarlas para que tal información sirva a otros). Complicadas o sencillas, cortas o de gran fondo. Cualquiera nueva ruta será un aporte a la historia del alpinismo.

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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