LOS GRANICEROS DE MÉXICO

Están ahí, contra toda lógica, y proceden  de muchos siglos atrás. Su nombre es teciuhtlazque pero la gente  les dice “graniceros”. Su actividad consiste en pedir agua, pero no en alguna oficina del gobierno. Se lo solicitan a la divinidad.

Antaño su oraciones, y ritual, consistía en ofrecerle como ofrenda lo más valioso y es la vida humana.  De manera  señalada la de  los prisioneros de guerra, la de niños y la propia de los oficiantes o sacerdotes. Los auto sacrificios se llevaban a cabo con navajillas de obsidiana.

Quemaban copal y a la representación de la divinidad, mayormente antropomorfa, se le llevaban los bastimentos después de la cosecha, como agradecimiento por la lluvia que había enviado y hecho germinar a la semilla.

El adoratorio a Tezcatlipoca

Cumbre del monte Teocuicani 3,150 m. s.n.m.
La escultura de Tezcatlipoca se encontraba en el nicho
que se ve al fondo.
De los  adoratorios más  famosos de  este dios, en derredor del volcán Popocatépetl,
el del Teocuicani posiblemente haya sido el principal según relata Fray Diego Durán.
En el piso del adoratorio se ven los bastimentos que dejarán para
la divinidad en agradecimiento por las buena cosecha.
Foto de Armando Altamira
Nuestra manera de razonar occidentalizada no puede entender a los graniceros. En el cristianismo, la religión de la cultura occidental, ya cuesta trabajo creer en los milagros, que va contra toda causalidad científica de esta cultura.

Menos entendemos a los graniceros llevar a cabo algo que nos parece inusitado pero que para ellos no es nada de milagro, sino dentro de la lógica de su pensamiento.

 Una verdad para un contexto social.

En ocasiones, pese a los ruegos  de los teciuhtlazque, de todas maneras no llega la lluvia. Entonces los solicitantes van y le reclaman a la divinidad. Esto se puede comprobar en el templo católico de San Juan Chamula, Chiapas.  “Me hubieras dicho que no mandarías la lluvia. Ahora qué vamos a hacer mi familia y yo”.

“Hágase tu voluntad” aquí no existe. Los dioses (en el Altiplano Mexicano como en el Popol Vuh) son los creadores de la vida y los hombre sus colaboradores en  conservar la Naturaleza, la obra del cielo. Por eso los humanos les piden agua pero también le reclaman si eso no se da. No fueron hechos para adorar a los dioses sino para  cuidar su obra.

 Cualquiera puede adorar a los dioses, pero cuidar su obra, pocos.

Si la lluvia  llegó, en agradecimiento se le lleva a la divinidad femenina del catolicismo, santo o una virgen, un vestido que se lo ponen sobre el vestido de  la temporada pasada.

Dibujo de Javier Osorio B.
 Ahora se le llevan vestidos de tela. En tiempos anteriores al siglo dieciséis se desollaba la sacrificada y la piel se la ponían a la representación de la divinidad, generalmente esculpida en piedra, tallada en roca, madera o formada con semillas (amaranto, maíz…) amasadas con sangre del, o de la sacrificada (caso de Xipe Totec, por ejemplo).

Las criaturas divinas del cristianismo,  del templo de San Juan, para los teciuhtlazque son la representación pero  sus ancestrales deidades aztecas (nahuas) son la esencia, la realidad que no se ve. Esto se vive ahora no de manera consciente sino en el inconsciente colectivo.

Los teciuhtlazque en el siglo veintiuno  siguen pidiendo agua y distribuyéndola.

Por si le faltara algo a nuestra incredulidad se agrega otra circunstancia: la distribución del agua. Hay campesinos que piden más agua de la necesaria y es necesario poner orden. Enviarla para donde se necesita.

Chimalphain relata que en el año 12-Casa, que corresponde al año gregoriano de 1,335, hubo una gran sequía en Chalco (pueblo en el sureste del Valle de México ( los historiadores le llamaron reino), que duró cuatro años (Chimalphain nació en Amecameca, al pie de los volcanes, vertiente oeste, en el año 1579).

Se dio  la siguiente circunstancia, que los de Chalco, muy cerca de los volcanes, no tenían agua de lluvia pero los de Coyoacán, 40 kilómetros más al oeste, sí tenían agua del cielo.

Esta situación, que caiga el agua tan lejos y no caiga tan cerca de sus fuentes (monte Tláloc, glaciares de la vertiente oeste de los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl) Chimalphain, siguiendo el pensamiento de los teciuhtlazque, anota que tal fenómeno atmosférico tuvo lugar por intervención de Tezcatlipoca.

No hay que olvidar que el pueblo de Coyoacán (los historiadores le llamaron  reino), es donde se adora a Tezcatlipoca, dios supremo del cielo mexica. Uno de los naguales, o  avatares de Tezcatlipoca, es el coyote. De ahí el nombre de Coyoacán, lugar de coyotes.

Los historiadores, ya colonizados, dicen, por ignorar el dato, o por esconder el dato,  que se llama así porque había  coyotes.

Avanzado  el siglo dieciséis, que es cuando Chimalphain, ya plenamente colonizado también, por el pensamiento de los europeos, llama diablo a Tezcatlipoca, anota:

“Año 12-Caña.1335.Este fue el cuarto año en que no llovió en el país de los chalcas, no obstante, en las sementeras de los tlacochalcas (Coyoacán) caía la lluvia, a pesar de que estos se hallaban situados por en medio de las sementeras de los chalcas. Estos cuatro años de sequía y hambre pusieron gran temor por causa de las obras del demonio Tezcatlipoca…Año 13- Pedernal.1336.Este año tuvo y 5 de estar refugiado en Yacapichtlan (es el otro nombre del pueblo de Coyoacán) el diablo Tezcatlipoca, con los tlacochalcas”

Chimalphain, Cuarta Relación.

Esta misma distribución del agua de lluvia fue la que escuchamos de uno de los teciuhtlazque del monte Teocuicani, norte inmediato del pueblo Tetela del Volcán, lado sur del Popocatépetl. En 1979, en ocasión de nuestra segunda ascensión a esta cumbre sagrada.

Los teciuhtlazque, del monte Teocuicani, pidiendo agua de lluvia
El teciuhtlazque nos dijo que el adoratorio en la cumbre de la montaña Teocuicani tiene un vigilante permanente o que con frecuencia sube a vigilar el lugar.

 En los 3,150 metros de altitud, pegado a la ladera sur del Popocatépetl y un tanto retirado del pueblo de Tetela  del Volcán, nos pareció extraño. ¿Por qué un vigilante? La respuesta nos recordó al Chimalphain de cinco siglos atrás:

 “Porque hay gente mal intencionada que viene a girar los brazo de la cruz y de esa manera cae agua en su pueblo y no en el pueblo que la necesita”

“La tradición-comentó uno de nuestro grupo- no se ha alterado un ápice de como lo manda el rito mexica  a través de los siglos”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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