MARCO AURELIO, SOLILOQUIOS


 

Marco Aurelio es el sabio emperador romano. En el día hacia la guerra, que él no quería hacer, para defender las fronteras del Imperio, y por las noches escribía.

No nació sabio. Su sabiduría consistió en ser obediente a la tradición familiar de la que aprendió el arte de gobernar,  el ejercicio de pensar en valores de trascendencia para él y para su pueblo.

 Ya emperador procuró condiciones menos duras para los esclavos y para los gladiadores.

Sólo un rasgo, de tantos,  da idea de su grandeza de espíritu. A la muerte de su padre, heredó de él el título de emperador, de preferencia de su hermano adoptivo. El primer acto de gobierno que tuvo fue nombrar a este hermano coemperador, con las mismas facultades de poder y decisión que él.

Uno de los autores muy estudiados por Marco Aurelio fue Epicteto. De Epicteto debió tener presente la metáfora de los perros. ¿Ves a los  perros que felices y contentos juegan?,¡pues arrójales un hueso y verás lo que sucede!

De ahí que el hueso más codiciado, del imperio más grande del mundo en su tiempo, Marco Aurelio, sin presiones de ninguna clase,  lo partió a  la mitad y se lo dio a su hermano.

Aprende a vivir con poco, le había enseñado su padre. Desde niño sus maestros, dice, lo ejercitaron en componer diálogos morales y, “en vez de asiento blando, usase de unas duras tablas cubiertas con una piel.”

Desde las primeras líneas de su obra Soliloquios, dice que aprendió de su abuelo, de su padre, de su madre y de sus preceptores. Más tarde se familiarizó con los grandes pensadores griegos de la antigüedad, así como de sus casi contemporáneos filósofos romanos.

Aprende a vivir con poco

Diógenes en su tonel-casa
su linterna y los perros de Epicteto
El pensamiento y la vida de Marco Aurelio, valioso por sí, destaca más frente a las figuras blandengues y degeneradas de otros emperadores romanos que, creyendo inventar el arte de gobernar, llevaron al gran imperio romano a la barranca  de la historia.

En tan sólo dos líneas, Marco Aurelio dice lo que las bibliotecas enteras de los filósofos (y de los teólogos), de los siglos que estaban por llegar, dirían: “Todo mi ser consiste en una porción de carne, con un soplo y un principio director.”

De su bisabuelo dice haber aprendido que, en materia de educación,  “no se debe perdonar gasto alguno”.

Los gobiernos del mundo que han seguido este pensamiento del abuelo de  Marco Aurelio, son los que en el siglo veintiuno llamamos “países de punta”.

En la serie cinematográfica When calls the Heart, muchas mujeres norteamericanas quedaron viudas al hacer explosión la mina en la que murieron 47 hombres. La más grande miseria llegó a esos hogares. Sin embargo, contrataron con las monedas que les quedaron a una maestra a la que dijeron el primer día: “Para muchas de nosotras, nuestros hijos son lo único que nos queda, y su educación es lo único sobre lo que tenemos control.”

A su vez, la maestra, de lo más rico de la sociedad de la lejana ciudad, con preparación  suficiente para enseñar en las mejores escuelas, viaja a ese desconocido y paupérrimo pueblo de Col Valley y, al ver a la niñez, exclama: “Los niños de la ciudad tiene otros maestros, pero los niños de Col Valley me necesitan.”

De su abuelo Vero, Marco Aurelio aprendió a no enojarse con facilidad. De su padre portarse con  modestia. De su madre ser frugal en la comida. De sus maestros a contentarse con poco, familiarizarse con la filosofía, en las conversaciones y en las cartas seguir un estilo natural y sencillo.

 A leer con mucha reflexión: “Debole (a Rustico) haber leído los escritos de Epicteto, habiéndome enviado el ejemplar que en su casa tenía”.

De otros aprendió el ser siempre el mismo en los dolores agudos, en la perdida de los hijos y en las largas enfermedades.

En sobrellevar las groserías de los ignorantes y atolondrados. A distinguir la astucia, la envidia y la hipocresía.

Que la naturaleza exige de los padres un efecto verdadero para con los hijos.

Conservar la libertad de sus vasallos, “indiferencia respecto  a la gloria popular, mostrando hacer poco caso de las que se tiene por honores”.

Dispensaba “con cuenta y razón los tesoros públicos del erario”. Un dolor de muelas  para los gobiernos del mundo actual. De los bienes, placeres y manjares en la mesa  “cuando los tenía, sin embargo los gozaba, y cuando carecía de ellos, ni aun daba señales de echarlos de menos.”

No perdía ocasión de declarar que cuanto mérito tuviera en la administración de su vida y del Imperio, mucho se lo debía a su contexto:

“Debo a los dioses: el haber tenido buenos abuelos, buenos padres, una buena hermana, buenos maestros, buena familia, parientes, amigos, y, por decirlo en breve, todo género de bienes.”

Marco Aurelio es una síntesis, un “producto”, si se puede hablar así, de siglos de tradición filosófica griega y romana. Conociendo a detalle su pensamiento es, en líneas generales, lo que el cristianismo diría más tarde en las calles y suburbios de Roma.

Con una estimación, misma que se le señala a Marco Aurelio: su pensamiento, el pensamiento de la STOA, circulaba en los niveles altos de la aristocracia romana. Poco, o tal vez nada. “bajaba” al pueblo. Y las terribles convulsiones políticas que agitaban con frecuencia a los altos niveles de la política imperial, dejaban en segundo lugar ese rico  pensamiento filosófico.


Marco Aurelio

"a ninguno de los hombres tiranices  y a ti nadie esclavice"
 
Y es frecuente encontrar en la historia de Roma, que varios emperadores desterraban a los filósofos o cerraban sus escuelas o, como en el caso de Séneca, los presionaban para que se suicidaran. Todos estos pensadores  fueron mártires paganos en defensa de la filosofía.

De modo que también en esto, los pensadores  de la STOA se adelantaron a lo que luego serían los mártires del cristianismo en las manos de los mismos  emperadores romanos.

El estoicismo echó raíces en los palacios imperiales. El cristianismo, en cambio, nuevo aun, empezó en las banquetas y catacumbas del Imperio.

Marco Aurelio, el todo poderoso señor de la guerra y del mundo, llama a una conquista de distinto  valor, fuera de la condición social  y al alcance de todos:

“Estima y vive satisfecho con el arte que aprendiste. Y lo que te reste de vida, pásalo de manera que, con toda tu alma, poniendo todas tus cosas en las manos de los dioses, a ninguno de los hombres tiranices  y a ti nadie esclavice.”

                                    

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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