TRES FILOSOFOS Y UN TRAGICO CONTRA EL CONSUMISMO EMOCIONAL Y MATERIAL


 

Educado por la televisión  ahora veo una enorme caja de cartón que contiene cosas que eran urgente y necesario que adquiriera. ¡Pero tiene dos años que no la abro! Ahora comprendo: no las necesitaba para nada.

 ¡Puras cosas prescindibles! ¿Cómo pude dejarme engatusar?

¡El mundo está lleno de cosas que no necesito!, exclamaba Sócrates.

Era lo que en su momento ofrecía el mundo como tesoro a alcanzar y yo me apresuré a adquirir. O la sociedad me miraría como un ser obsoleto.

Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich
1968
 
Para el otro mes el mundo ya había cambiado y para el otro mes seguía deslizándose en su alegre relativismo hacia la nada firme.

Todo cambia, decía Heráclito, pero lo que Heráclito no decía es que él observaba desde su firme atalaya, como quien mira desde la orilla del rio el agua correr.

Marco Aurelio, Séneca y Epicteto reflexionan en que lo único valedero para conquistar, y por cierto, lo advierten, es lo más difícil, es con uno mismo, mi yo mismo. Nerón conquistó provincias para el Imperio Romano, pero  jamás pudo controlarse a sí mismo.

Rigurosamente pegado a la antropología humana, Séneca aconseja atender a la vida, no al espejo del mundo que parece vida:

“Acostumbrémonos a desechar el fausto midiendo las alhajas con la necesidad que de ellas tenemos; la comida sirva para dar satisfacción al hambre; la bebida para extinguir la sed y camine el deseo por donde conviene.”

Séneca no pide que vayamos contra la naturaleza. Lo que dice es que el mundo no vaya contra nosotros, que nos imponga necesidades locas que duran, como dice Sabinas, lo que un trozo de hielo en un vaso de whisky.

¿Pero qué es  lo que con tanta insistencia es necesario adquirir? Algo que no se logra ni con un kilo de plasiforina (“El uso medicinal de la Passiflora está muy extendido para tratar los casos de nerviosismo, el insomnio o el alivio de la ansiedad “Wikipedia)  o el mejor somnífero de la farmacia.

La tranquilidad fue la que se desterró en la persecución de la riqueza material. Se fue de la sociedad, de los fraccionamientos y de las calles del barrio popular. La tranquilidad se fue del hogar cuando el hogar se convirtió en una jaula y dejó de ser escuela doméstica.
La civilización azteca cuidó con mucho celo
la escuela doméstica
Códice Florentino
 

La riqueza perseguida, aun de las más nobles conductas, honradas e industriosas. Esas que dan fuentes de empleo a decenas, cientos o hasta miles de individuos. Requieren, porque así lo exige el ritmo, de muchas preocupaciones.

 “Carga con los negocios necesarios y con cuantas ocupaciones la razón dicta a un viviente por su naturaleza político y sociable”…dice Marco Aurelio. Pero más allá, como sucede en el deporte que recurre al  doping:¡kaput!

Sobra decir de las conductas  que obligan a vivir a salto de mata para escabullirse de la ficha roja de la Interpol.

Epicteto, siendo esclavo, tuvo que vivir en los palacios romanos de mármol y en cuyas mesas abundaban las copas de oro, escribió:

“Has adquirido muchas cosas soberbias; muchos vasos de oro y plata, muchas cosas ricas, y rico te crees. Pero te falta lo mejor: careces de constancia, de sumisión a los divinos mandatos y de la tranquilidad de espíritu necesaria para apartar de ti los temores y sobre saltos.”

Marco Aurelio, que aun contra su naturaleza pacífica y dada al retiro, a la moderación y a meditar, heredó la más grande de las cosas terrenas a las que se podía aspirar en su tiempo: la investidura a emperador romano. Se vio obligado a tomar parte en guerras por demás crueles y sangrientas en defensa del imperio.

Envuelto en las cien maquinaciones políticas con los del Senado, con una muchedumbre de peligrosos aduladores, con declarados enemigos y otros enemigos emboscados que se decían sus amigos, sabía lo que decía al exclamar:

 “si uno supiese cercenar las acciones no necesarias, pero aun los pensamientos ociosos, porque de esa suerte no serán superfluas las acciones que sobrevinieren.”

Al final Séneca apela  a las forma de vivir. Lo  que sigue parecería que lo dijo una persona siempre metida en la Iglesia de Cristo. Pero no, lo dijo un filósofo estoico que vivió (y murió) en la vorágine que supone siempre estar cerca del máximo poder, en este caso, el del imperio romano. Tanto que su discípulo, el célebre Nerón, lo obligo a suicidarse:

Y es que mediante la sencillez, y apego a las normas de conducta de los ancestros, nos dejaron una escuela domestica digna de vivirse, al margen de la loca carrera del mundo prescindible calcopiritico que nos presente el liberalismo moderno.

"La Calcopirita es uno de los sulfuros mas comunes e importantes, se encuentra en todo el mundo y constituye la principal mena de cobre (Fuente principal). Por su aspectos y color, a menudo los inexpertos lo confunden con el oro, por lo que recibe el sobre nombre, como la pirita de "oro de los tontos"

Dice Séneca:

“Aprendamos a estribar en nuestros cuerpos, compongamos nuestro comer y vestir, no dando nuevas formas sino ajustándolo a las costumbres que nuestros antepasados nos enseñaron. Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrenar la demasía, a templar la gula, a  mitigar la ira, a mirar con buenos ojos la pobreza y a reverenciar la templanza, y aunque nos cueste vergüenza en dar a nuestros deseos remedios poco costosos, aprendamos a encarcelar las desenfrenadas esperanzas, y el ánimo que se levanta a lo futuro; procuremos alcanzar las riquezas de nosotros mismos y no de la fortuna.”

Sófocles (596-494 a C.), el gran trágico de la comedia antigua griega, previene contra el canto de las sirenas  de todos los tiempos:

“Hay quienes piensan otra cosa contrapuesta: yo sigo mi convicción; quédense con la suya."

de la tragedia Ayax

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores