SÉNECA, LO COLATERAL DEL ALPINISMO

 


Referencia

Séneca, Tratados filosóficos

 

Vivimos en la ciudad por necesidad de trabajo o  de estudio.

Pero su masificación, de la que soy parte, me fastidia por su modo superficial de ver las cosas.

 Así nos enseñaron. Veo en la pantalla a dos o tres personas haciendo su mejor esfuerzo por parecer divertidas. Se divierten entre ellos. Es una escena inocua, vulgar, amena y a la vez tediosa por su poca o nula originalidad.

Pero luego caigo,alarmado,  en que ese programa lo están viendo 500 millones de personas en el mundo del mismo idioma. Más aun, los detalles de ese programa lo estaremos comentando al día siguiente a otros tantos millones de personas.

Es el momento en el que agarro mi mochila y me voy a caminar por las montañas. Dos o tres días después desciendo a alguna aldea y me instalo ahí, en algún lugar por otros  días, lejos de todo ruido.

Por días no sé nada de las cinco marchas que cada día, incluidos sábados, domingos y días de fiesta, llenan las avenidas centrales de la Ciudad de México, paralizando o alterando toda normalidad vehicular.

Lejos del tautológico aparecer en las noticias de las “estrellas” del espectáculo en su desesperado esfuerzo que el público no se olvide de ellas.

A mucha distancia del mundo político que se arrebata la bandera de la democracia, y la honestidad, y ahora sí prometen será realidad una bien surtida canasta básica para el pueblo. “No como los que se fueron”.

En mi estancia en la aldea, o en las noches y días en mi tienda de campaña, allá en lo lejos y en lo alto de la sierra, leo a Séneca. Ya lo he leído y ahora más bien lo ojeo o lo  hojeo (es la primera vez que escribo esta palabra y me resulta extraña). Me pregunto si será de ojos o de hojas…

Es cuando descubro que los solitarios, de la soledad terapéutica (no los solitarios que han huido del psiquiatra), tienen razón de ser pero sólo si, lejos,  tienen presente a  la multitud. Lo solitarios dentro de la ciudad y sus comodidades, son un fraude.

 No saben lo que es vivir lejos  del populacho. No saben lo cálido que es vivir entre esa superficialidad de la gente que todavía puede reír viendo un programa inocuo.

Es saludable y conversar con las personas que con fe inquebrantable en el futuro todavía van a las urnas a depositar su voto.

 O se deleitan viendo bailar a Madonna, sin importar si fue al cirujano facial, o no, como dicen algunos medios.

Es cuando levanto mi tienda de campaña y emprendo el regreso a la ciudad. No se puede vivir siempre en la soledad. A Robinson Crusoe no le quedaba otra que esperar que algún barco pasara por su isla…

 


                             No se puede vivir siempre en la soledad.

                     Refugio El Queretano (4,700 m), flanco norte del Popocatépetl

                                      Foto de Armando Altamira G.

En el último resalte de la montaña me siento a buscar en mi mochila las monedas para pagar el boleto del “metro”. Encuentro una piedra pesada que, en un descuido, mis compañeros de cordada han metido en la mochila. La cargué por kilómetros de sube y baja por las cañadas.Siempre he sido más ligero que ellos para caminar y la broma tiene la intención de retardar mi paso. Conozco una palabra,muy del mexicano,  que envía al destinatario más lejos del faro del fin del mundo.Pero ya no están, viven en distinto rumbo de la ciudad y han descendido por otro camino.

La ciudad es algo más que un hacinamiento de casas y de personas. De alguna manera es la señal que aún queda fe en el futuro. De ahí que se organicen bajo leyes aprobadas por los legisladores y no vivan en la anarquía.

Por mi parte siempre he creído que no hay montañas inescalables. Con esa fe espero que mi equipo favorito, el Cruz Azul, este año sí ganará el campeonato de fútbol. Si la gente sigue creyendo en la política, ¿por qué yo no he de creer en lo que parece imposible en fútbol?

 Al “morir” la tarde emprendo el descenso justo cuando "las luces se encienden por el valle." Esta es una frase de la bella novela alpina de Frison- Roche. Las luces del alumbrado público son la metáfora de la calidez humana.

Esa es la frase de Séneca que viene a mi mente con toda precisión, por mejor decir, con toda comprensión:

“La soledad curará el aborrecimiento que se tiene con la turba, y la turba curará el fastidio de la soledad”.

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores