UNA TAZA DE CAFÉ CON MONTAIGNE

 



Mejor que la aspirina para quitar  el dolor de cabeza, producto del encierro de meses en mi cuarto de tres  por cuatro, debido al coronavirus, y obligado por lo mismo a ver la telerrealidad y sus   programas inanes,  y ya casi al borde la histeria, logré una comunicación, por medio del celular metafísico, con Montaigne, uno de mis dos autores franceses favoritos.

-¿Tomamos una taza de café?-, dijo que sí.

-¿Presencial o por línea?

-Presencial, ya tengo siglos viviendo entre ondas sin átomos y quiero estar un rato entre la gente de carne y hueso.

-Le advierto que ahora hay mucha inseguridad en las calles de México.

                                                 Montaigne

-Era lo mismo en mis tiempos en Francia. Siempre ha habido granujas en todos los estratos de las sociedades, de la que no quedan exentos iglesias, partidos políticos, universidades y sindicatos. Bueno, estas opiniones me trajeron muchas enemistades en mis días de humano. Soy católico pero con decirte que hasta la Iglesia me veía de soslayo, no por ser  de origen judío sino por mi escepticismo. También soy monárquico pero algunos me toman por progresista, en mis tiempos no existía esta palabra, no me preguntes…

-¿De manera que también se sentía inseguridad en las calles de sus tiempos?

-“Mil veces me acosté en mi casa imaginando que me traicionarían y asesinarían en la noche misma.”

-Es muy reconfortante  leer sus  Ensayos, en estos días serían bets seller. Las editoriales promueven mucho las obras que salen de sus talleres, sería invitado de honor para hablar en las ferias de libros y  las monarquías, a las que usted pertenece,  lo premiarían. Ahora las monarquías, que quedan en el planeta, son las que dan el banderazo, mediante otorgar premios, a algún novelista como una manera de  decir “éste es el bueno”.

Mejor espero que el tiempo sanciones mis trabajos. “Los éxitos sonados como escritor no necesariamente corresponden  a los méritos de la obra: en mis días los escritos más detestables son los que provocaron la adhesión de la gente popular.”

-Sin ser filósofo de  academia sus escritos no quedaron entre las paredes del instituto de investigación de literatura.

-Mi lugar de investigación estaba en el mundo. Observar la vida de la gente es como llevar un curso propedéutico, sólo hay que detenerse a observar sin importar  la condición social a la que se ve: “Debe acostumbrarse a penetrar los rasgos reveladores: el boyero, el albañil, la persona que pasa  por la calle, cada uno, pues todo es bueno para la casa; la misma torpeza y desacierto ajenos pueden  servirle de instrucción.”

-¿A qué corresponde que en ocasiones haya mucha animadversión entre el pueblo, en lugar de espíritu solidario?

-No hay que ir tan lejos. Con frecuencia la familia nos sirve de modelo. Pongo como ejemplo aquel pasaje famoso de Diógenes, que después fue citado por Epicteto y más acá por Schopenhauer. Me refiero a la metáfora de los perros.

-¿Los perros?

-Juegan entre sí muy contentos  y se unen para enfrentar una amenaza exterior pero, arrójales un hueso y verás lo que sucede. Se destruyen  por quedarse con la herencia familiar,  por ganar la dirección del lugar donde se labora o, como los espadachines de antes: la dama. “Entre hermanos naturales, la confusión de bienes, los repartos y el que la riqueza de uno determine la pobreza del otro debilita el vínculo familiar.”

-¿Y el pueblo, es decir, a nivel nacional, cuál sería el camino para que todo vaya bien. Lo pregunto porque ya sabemos que tanto la dictadura de asamblea como la dictadura del monologo, no dejan  lugar para que el otro se exprese, en este caso, la minoría. En ambos casos se subestima la opinión de los demás. Estos dos tipos de dictaduras se dieron, y en grande, en la guerra española de 1936 y el pueblo sufrió inmensurable. A México llegaron los conservadores  expulsados por los democráticos y después arribaron al puerto de Veracruz los democráticos expulsados por los conservadores. Países de América no han estado exentos, hasta la presenté,  de negar la voz a las minorías. ¿Qué opina de esto?

-Eso  lo ilustro con aquel relato de la posada en el que por la noche se reúnen los huéspedes y luego de la cena entablan una amena y serena conversación. Llega un hombre, toma parte en la plática y, de pronto, exclama: “Quién opine lo contrario no puede ser más que un embustero o un ignorante.” En otras palabras, digo: “La verdad y la razón son patrimonio de todos, y ambos pertenecen por igual al que habló antes y después”.

-En la práctica periodística hay al menos dos modos de relatar el mismo suceso, según los intereses de la Redacción, ¿cómo conocer la verdad?

-Leyendo los dos puntos de visita. El lector se identificará con el que esté de  acuerdo a su modo de pensar, pero al menos ya tiene conocimiento de cómo sucedieron los hechos, que no es lo mismo sostener una posición ideológica sin conocer la totalidad. Me refiero a este tema de escribir la historia, ¿quieres oírlo?

-Desde luego.

-Empiezo diciendo que “…los historiadores deben suministrar la historia según la reciben, no como la consideran”.

-¿No es así?

-Los historiadores de este calibre son más difíciles de encontrar que un trébol de tres hojas. Lo que llega al gran público es otra cosa. A ello me refiero: “Los historiadores medianos, que son los más corrientes, todo lo estropean y disminuyen; quieren servirnos los trozos masticados,  se permiten emitir  juicios y, por consiguiente, inclinar historias a su capricho, pues tan pronto como la razón se inclina de un lado  ya no hay medio  hábil de enderezarla del otro; permítanse además, los sucesos dignos de ser conocidos y nos ocultan con sobrada frecuencia tal frase o tal acción privada que sería más interesante para nosotros, omiten como cosas inverosímiles o increíbles todo lo que no comprenden, y acaso también por no saberlo expresar en  buen latín  o en buen francés.”

Los puntos de vista de Montaigne me parecieron, algunos, un tanto audaces. Como quien dice, sin pelos en la lengua. Fue entonces que decidí informarme de él.

 Montaigne era muy leído por Emerson y el que este gran hombre, de las letras norteamericanas, lo buscara, me dio la pauta de la estatura cultural de Montaigne.

En Paul Johnson encontré, en su obra El Renacimiento,  lo que sigue:

 “Pertenecía a una buena familia, poseía una vasta cultura libresca y contó con una sólida experiencia dentro de la administración, pero se sintió lo bastante decepcionado del mundo  como para dedicarse principalmente  a las letras, escribiendo una serie de reflexiones informales sobre el hombre, los acontecimientos, las costumbres y creencias, los diversos hitos de la vida humana: el nacimiento, la juventud, la madurez, el matrimonio, la enfermedad y la muerte. Era católico, pero escéptico; un hombre práctico, pero también agudo, un individuo que amaba el pasado, pero que vivía en el presenté y no temía el futuro. Por primera vez en la historia de la literatura europea percibimos un ritmo moderno, fácil y coloquial, así como la voluntad de hablar al lector sobre uno mismo. La aparición de sus Ensayos en 1580 marcarían el gran avance que había experimentado el mundo gracias al impulso  de la Reforma humanista desde que empezara la decadencia de la Edad Media.”

Hace ya muchos años-humano que tuvimos esta charla pero guardo frescas  sus palabras cuando le pregunté si conocía la formulan sencilla para vivir bien. No en la manera pesada, larga y enredada como la explican los filósofos porque, sabidos es, los filósofos hablan y escriben para los filósofos, no para el pueblo de banqueta que es el que los necesita. El gobierno, es decir, el pueblo, paga sus sueldos, prestaciones y jubilaciones, para que lleven la luz a la cueva de Platón y, ¿qué hacen? Siguen peleándose entre ellos tratando de hacer prevalecer su teoría de la vida sobre la de otros filósofos, tanto de  los contemporáneos como los de la Edad Media y los de la antigüedad griega. Siguen entretenidos refutando a Kant.

En pocas palabras Montaigne  me dijo: Mi punto de vista es que “miro con dulzura al cielo, más para agradecerle que para suplicarle. Cuido yo más bien aumentar la salud que reponerla cuando la pierdo”.


Dibujo tomado de El País

11 de junio del 2016


- ¿Es todo?

- ¿Para qué quieres más. Piensa que en estos tiempos de la pandemia, y de la contaminación global,  se ha hecho conciencia de que el sólo hecho de poder respirar ya es más importante que todos los tesoros del mundo.

Habla y habla y pienso que tiene razón.Los alpinistas lo sabemos."Tener los más valiosos diamantes en la punta de las narices" no es una metáfora sino la más salvajes de las realidades.Todo alpinista que ha rebasado la cota 4 mil, en una ascensión,caminando,lo ha vivido.Lo conocemos como "el mal de montaña". dificultad para respirar, dolor de cabeza, ganas de vomitar, el corazón... Es necesario  dar la vuelta y descender sin escuchar al ego. Retirarse a tiempo en la montaña es una virtud que no esta al alcance de todos.Se necesita cierta dosis de salud mental para no salir lastimado en nuestro narcisismo. Mañana, mejor aclimatados, volveremos. Descender es el mejor  y más inmediato remedio contra el mal de montaña. De otro modo puede morir en el termino de pocas horas.Hemos visto varios casos así. Circulaba hace tiempo un video, en Internet, de una expedición al Glaciar N.E. del monte Aconcagua, en el que un joven  guía argentino muere en el campamento 2, atacado por el mal de montaña.Esto sucedió unos diez años después de nuestra expedición al mismo Glaciar, en 1974.

-Respirar bien¡-dijo Montaigne en aquella ocasión-.Ha! y leer. 

¿Cuántos libros de cultura lees al año?

-Dos

-Con razón…

-¿Con razón qué?

-¿No sabes que el oxígeno da vida a los pulmones y la cultura oxigena al cerebro?


PD

El 19 de septiembre del 2021 fue publicada en Internet una nota referente al mal de montaña en el monte Aconcagua, en esta ocasión por la ruta considerada como la clásica o “normal”, es decir, la que va por Plaza de Mulas.

 

“Otro muerto en el Aconcagua

Drama: el andinista sufrió mal de altura en un refugio a 5400 metros y perdió la vida antes de que pudiera ser rescatado; es la séptima víctima fatal del año.

27 de enero de 2000

MENDOZA.- Fue la séptima víctima fatal en lo que va del 2000. Flavio Lisi, un ingeniero salteño de 37 años, se sumó ayer a la trágica lista de los que quedan en el camino a la cima del cerro Aconcagua, al sufrir una grave descompensación por el llamado mal de altura.

Lisi era el jefe de una expedición de siete personas del Club Amigos de la Montaña, de Salta, que transmitía por radio sus vivencias a miles de personas que seguían con entusiasmo el ascenso, tal como informó  La Nación  en su edición de ayer.

El montañista se descompuso y comenzó a sentirse mal anteanoche, en el refugio Nido de Cóndores, a 5400 metros. Estaba desorientado, tenía cefaleas y pérdida de conciencia por una insuficiente oxigenación de la sangre, que se debe a la falta de adaptación del organismo a la altura.

La expedición se comunicó en la mañana de ayer con los guardaparques para informar que Lisi estaba enfermo. Un médico preguntó los síntomas y les indicó que lo bajaran de inmediato porque el estado del deportista era preocupante.

Horas más tarde llegó al refugio una patrulla de rescate de alta montaña y constató que Lisi había fallecido, al parecer a causa de un edema pulmonar agudo.

La patrulla de rescate de alta montaña informó que el cuerpo fue trasladado hacia el campamento base de Plaza de Mulas, mil metros más abajo. Hoy sería llevado a un hospital para practicarle la autopsia.

Lisi es la persona número 99 que muere en el Aconcagua desde 1926, fecha en que se comenzó el registro, y la séptima en lo que va de esta temporada de ascención. Este año también murieron en el cerro la mejicana Justina Julia Martínez, el japonés Yshigli Tamiharu y los argentinos Daniel Morales, Germán Brena, Walter Toconás y Gustavo Martín.”

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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