FILOSOFÍAS SALVADORAS

 


Filosofías salvadoras de la angustia y la opresión que el hombre sufre por su ambición de poder. Igual que hay religiones salvadoras para no caer en el infierno.

 La filosofía se ocupa de la vida del ser humano y la religión de su alma. Pero tanto aquella como ésta lo presumen enfermo.

Humanidad urgida del auxilio de las ciencias de psicología y psiquiatria. Desde la niñez vive en tension por la figura de un final del mundo apocaliptico lleno de brujas y demonios que lo precipitan en el abismo ardiente atizado siempre por Dite. Es la version popular. Los que estudian estas cuestiones  tiene por cierto que  el infierno es estar impedidos del amor de Dios.

La intención que antecede a la idea de la salvación es que el hombre está perdido, enfermo del cuerpo y del  alma.

Pascal cree ciegamente en la necesidad de un salvador y le dio el nombre de "reparador". Montaigne, en su escepticismo casi  estoico, no buscó un salvador y eso desató la furia de Pascal contra él.

Por la tarde el merolico en la plaza, teléfono portátil a todo volumen, enumera al menos diez enfermedades que padecemos, empezando por el mal sabor de boca al despertarnos por la mañana, el cáncer de colon, callos en los pies… No que están en potencia sino que ya padecemos. Felizmente él tiene el remedio con unas píldoras, en combinación con un ungüento que hay que dejar serenar por las noches. Píldoras que tan solo cuestan 15 pesos ( “menos de la mitad de un euro”, dice). Dueño  de una elocuencia, digna de estar  ocupando un lugar en la Cámara de Legisladores, convence a la mitad de la concurrencia que se apresura a comprar las píldoras salvadoras. 


                        Almas enfermas en busca de la paz espiritual

                                Tomado de El Pais 11 de agosto de 2018


Aristóteles desacredita a idealistas y matemáticos para poder vender sus sistema que sí salva de una  existencia doliente (su obra Metafísica).

Religiones y filosofías quieren curar al hombre tanto en su cuerpo como en su alma.

Religiones altamente espirituales en el pasado ahora ya casi racionalismo puro.

Hombres estresados que han dejado de reír porque  creencias angustiosas llenan su pensamiento aun estando dormidos. Se despiertan sudando en el silencio de la noche buscando con desesperación las píldoras salvadoras.

Pascal (siglo diecisiete), espíritu muy religioso del cristianismo jansenista (algunos  lo consideran teólogo católico),en su obra Pensamientos, anota:  "Después de todos los males de esta vida, una muerte inevitable que nos amenaza a cada  instante debe infaliblemente en pocos años ponerlos en la horrible necesidad de ser eternamente aniquilados o desgraciados".

En una de sus rubaiyat, Khayyam considera la incongruencia del llamado pecado  que tanto mueve la conciencia:

Pretender que el humilde devuelva en oro el plomo

que a él le han arrojado, exigirle que pague

Una deuda que nunca con nadie ha contraído

Es comercio de usura al que nadie está obligado

Para llevar una vida útil y feliz se necesita ser sabio, aseguran algunas teorías.  Pero los sabios acaban hablando sólo entre  sabios.

¿El resto de la humanidad?

¡Es necesario salvarla de su ignorancia!

Es el momento en el que,  felizmente, aparecen los salvadores de una humanidad perdida o al menos extraviada. Desde el merolico en la plaza callejera hasta Aristóteles cabalgando en las nubes de la Paideia griega.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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