Critón y las Leyes, según Sócrates

Sócrates
El Critón, a veinticinco siglos de haber sido  escrito por Platón, es más vigente ahora que  antes. Los países que desobedecen, o prostituyen  las leyes de ese lugar, se encuentran hundidos en la corrupción.

La voluntad de Sócrates es que, en un panorama de democracia, se hacen las leyes para respetarlas, no para burlarlas. Pero esto está en función si el individuo en cuestión se respeta a sí mismo o no. Si no se respetar a sí mismo no va respetar ni a Dios ni a las más progresistas  leyes laicas. Sócrates las respetó al precio de su vida.

Las leyes son el testimonio vivo de la democracia. Hombres y mujeres con experiencia en ese terreno las han escrito para que ese país funciones en general. La democracia es el instrumento, o el contexto, para que esas leyes se mejoren cada vez en caso de involuntarias omisiones o lagunas o exigencias de los nuevos tiempos, las nuevas poblaciones, los nuevos contextos. Siempre en la dinámica de procurar el bienestar de todos, no de grupos o de individuos.

Burlar de una y mil maneras esas leyes, es el camino de la corrupción: “¿qué Estado puede subsistir si los fallos dados no tiene ninguna fuerza y son eludidos por los particulares?” Las leyes que miran hacia el conjunto son, sin embargo,  responsabilidad de cada individuo. Observarlas   es una tarea recíproca del gobierno y el ciudadano. Ni uno ni el otro pueden extralimitarse. Para justificar el abuso el gobierno no puede hacer demostración de su fuerza. Y para justificar el abuso el individuo no puede justificarse diciendo que el gobierno abusa más. La mejor manera de emprender el camino de la corrupción es decir “Yo robo pero el gobierno roba más”. El ilícito no justifica el ilícito.

Con sus luces, Sócrates pudo demostrar que el gobierno estaba abusando al sentenciarlo a muerte y así lo dijo en la defensa que él hace de sí mismo. Los jueces no estaban a  la altura de discernimiento que el filósofo. Estaban limitados en la interpretación a las leyes en ese momento y Sócrates aprovechó para dar un ejemplo de obediencia a las leyes. Dijo que había crecido y vivido bajo esas leyes y ahora no iba a burlarlas: “no puedo abandonar las máximas de que siempre he hecho profesión”. Después de eso correspondía al gobierno gobernar mejor. Al igual que se hace con los investigadores de la medicina que recomiendan la aplicación de las vacunas. El gobierno obedece porque no es investigador científico de la medicina. Tampoco es filósofo y debe oír a los que filosofan…

Veinticinco siglos más tarde Schopenhauer dirá: “el que no esté a gusto en esta ciudad puede agarrar la primera diligencia y marcharse”. Si se queda hay que obedecer las leyes. O luchar para mejorarlas. Pero no prostituirlas. En esa ocasión, frente a Critón, Sócrates dice: “Sin embargo, no me canso de decir públicamente que es permitido a cada uno en particular, después de haber examinado las leyes y las costumbres de la república, sino está satisfecho, retirarse a donde guste con todos sus bienes”. 

Con esto Sócrates estaba diciendo otra cosa. Que los políticos son de acción y los filósofos de meditación. Que es una utopía que los gobernantes sean filósofos.  Así como Sócrates   obedeció al gobierno, aceptando su muerte, así el gobierno estaría  obligado a escuchar a los filósofos.

La disyuntiva  del Critón es: ¿se obedecen o no las leyes? Con palabras y con hechos. No solamente con palabras y hechos que desmienten esas palabras. Los amigos del filósofo, principalmente Critón, son los que hacen todo lo posible, burlando las leyes, empezando por comprar al juez y a los guardias para facilitar la fuga del maestro que ya ha sido sentenciado a muerte.

Los filósofos amigos de Sócrates le ponen otro argumento, y este también duro de rechazar: ¿qué van a hacer los hijos de Sócrates ya sin su guía: “Faltas también a tus hijos, porque los abandonas, cuando hay un medio de que puedas alimentarlos y educarlos. ¡Qué horrible suerte espera a esos infelices huérfanos”. Sócrates responde que no solamente hay que desear vivir, sino vivir bien. ¿Y qué es vivir bien? “Como lo reclaman la probidad y la justicia.”

Esto va para los gobernantes, para las leyes mismas y para los individuos. Porque puede tratarse de leyes amañadas,truculentas, aprobadas por congresos legislativos espurios o faltos de inteligencia. Más la definición de ¿qué es vivir bien? no deja lugar para la duda o la maña: "probidad y justicia".

"Puedo salvar mi vida burlando a los guardias de la prisión, dice Sócrates. Pero, ¿cómo voy a vivir conmigo mismo sabiendo que burle a las leyes?"

“S Ó C R A T E S ( A t e n a s, 4 7 0 a. C.-id., 3 9 9 a. C) Filósofo griego. Fue hijo de una comadrona, Faenarete, y de un escultor, Sofronisco, emparentado con Arístides el Justo. Pocas cosas se conocen con certeza de su vida, aparte de que participó como soldado de infantería en las batallas de Samos (440), Potidea (432), Delio (424) y Anfípolis (422). Fue amigo de Aritias y de Alcibíades, al que salvó la vida. La mayor parte de cuanto se sabe sobre él procede de tres contemporáneos suyos: el historiador Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón. El primero lo retrató como un sabio absorbido por la idea de identificar el conocimiento y la virtud, pero con una personalidad en la que no faltaban algunos rasgos un tanto vulgares. Aristofanes lo hizo objeto de sus sátiras en una comedia, Las nubes (423), donde se le identifica con los demás sofistas y es caricaturizado como engañoso artista del discurso. Estos dos testimonios matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón en sus Diálogos, en los que aparece como figura principal, una imagen que no deja de ser en ocasiones excesivamente idealizada, aun cuando se considera que posiblemente sea la más justa. Se tiene por cierto que se casó, a una edad algo avanzada, con Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo. Cierta tradición ha perpetuado el tópico de la esposa despectiva ante la actividad del marido y propensa a comportarse de una manera brutal y soez. En cuanto a su apariencia, siempre se describe a Sócrates como un hombre rechoncho, con un vientre prominente, ojos saltones y labios gruesos, del mismo modo que se le atribuye también un aspecto desaliñado. Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas y los mercados de Atenas, donde tomaba a las gentes del común (mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores para someterlas a largos interrogatorios. Este comportamiento correspondía, sin embargo, a la esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica, que él comparaba al arte que ejerció su madre: se trataba de llevar a un interlocutor a alumbrar la verdad, a descubrirla por sí mismo como alojada ya en su alma, por medio de un diálogo en el que el filósofo proponía una serie de preguntas y oponía sus reparos a las respuestas recibidas, de modo que al final fuera posible reconocer si las opiniones iniciales de su interlocutor eran una apariencia engañosa o un verdadero conocimiento. La cuestión moral del conocimiento del bien estuvo en el centro de sus enseñanzas, con lo que imprimió un giro fundamental en la historia de la filosofía griega, al prescindir de las preocupaciones cosmológicas de sus predecesores. El primer paso para alcanzar el conocimiento, y por ende la virtud (pues conocer el bien y practicarlo era, para Sócrates, una misma cosa), consistía en la aceptación de la propia ignorancia. Sin embargo, en los Diálogos de Platón resulta difícil distinguir cuál es la parte que corresponde al Sócrates histórico y cuál pertenece ya a la filosofía de su discípulo. No dejó doctrina escrita, ni tampoco se ausentó de Atenas (salvo para servir como soldado), contra la costumbre de no pocos filósofos de la época, y en especial de los sofistas, pese a lo cual fue considerado en su tiempo como uno de ellos. Con su conducta se granjeó enemigos que, en el contexto de inestabilidad en que se hallaba Atenas tras las guerras del Peloponeso, acabaron por considerar que su amistad era peligrosa para aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critias; oficialmente acusado de impiedad y de corromper a la juventud, fue condenado a beber cicuta después de que, en su defensa, hubiera demostrado la inconsistencia de los cargos que se le imputaban. Según relata Platón en la apología que dejó de su maestro, éste pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque en  algún caso, como el suyo, fuera injusta. Peor habría sido la ausencia de ley.”
 
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“Critón de Atenas (griego antiguo Κρίτων, Criton, Kríton) fue un filósofo griego del siglo V a. C., amigo y discípulo de Sócrates, más conocido por su amistad con éste que por su condición de filósofo.
Fue uno del círculo de amigos de Sócrates que intentó convencerlo para huir de la prisión.
Sus hijos -cuatro según Diógenes Laercio, y dos según Platón; de los cuales únicamente consta el nombre del mayor, Critóbulo)- también fueron discípulos de Sócrates.
Escribió diecisiete diálogos sobre temas filosóficos, de los cuales, Diógenes Laercio proporciona los títulos: el principal es "Sobre los poemas" (Περὶ Ποιητικῆς)”. Wikipedia

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La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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