Aristóteles y el gobierno estable de la ciudad

Aristóteles

Aristóteles
M. D. Roland-Gosselin
Editorial America
México
1943

El hombre fuerte va a llegar si la sociedad no se organiza debidamente y lleva en orden los asuntos de la ciudad. La ciudad s e inventó para el estudio, el trabajo digno (bien pagado y con prestaciones), el alimentarse, la expresión libre, el esparcimiento, el orden y la seguridad. Si el gobierno falla, llega el caos. Existirán las condiciones para que alguien, desde dentro o desde fuera, provoque el caos. Entonces, ricos y pobres, llorarán su perdida libertad.

Hay que decir que en tiempos de Aristóteles una ciudad se componía de unos cuantos miles de individuos “fijos”. Eran las ciudades- estado. Decía el filósofo  una cifra, de una mega ciudad,  que tal vez nunca se llegaría a alcanzar y eran necesarios evitar a toda costa llegar a ella:   cien mil. Cien mil sería su fantástica mega ciudad.  Las megas ciudades del siglo veintiuno, como las de Japón, Estados Unidos, Brasil y México, jamás pasaron por su mente. Sin embargo, el principio por él mencionado, para el gobierno de la misma, parece que ahora es tan necesario como entonces.

Menciona varias incongruencias como fuente de inconformidad. A los obreros s e les exige todo y a los políticos nada: “Sócrates tenía razón cuando deploraba  la incompetencia  de los que se mezclan en los negocios públicos sin preparación, en tanto que el menor de los obreros  tiene que aprender su oficio si quiere triunfar.”

En tiempos del filósofo lo que se estilaba era la monarquía pero, que al no cumplir con las necesidades de la gente, era un cuerpo en descomposición que tendía  a corromper todo: “El mejor gobierno, es decir, la monarquía, se transforma  entonces en el peor, que es la tiranía.”

La solución  para el filósofo era la clase media de la sociedad. Lejos de la  ambición de los ricos y lejos también de la ignorancia de los pobres. ¿Cómo erradicar la ignorancia en los pobres  y cómo mesurar la ambición de los ricos?:”Al debilitar los extremos,  obligándolos a apoyarse  en el centro para hacer valer sus reivindicaciones, se aseguraría al Estado la mayor estabilidad posible.”

Es probable que, de  esta idea de Aristóteles, el famoso “terminar medio aristotélico”, haya quedado desde entonces  la idea del “centro”. Todos quieren ocultar su extremo. Su extremo está en la declaración de principios de los partidos y de los sindicatos. Pero la declaración de principios muy  pocos la conocen. No la leen. Por eso en el discurso, tramposamente,   los partidos  dicen en la calle: “somos del centro-derecha” y los otros: “somos del centro-izquierda”.

La dictadura, el hombre fuerte, casi no se menciona en esta parte del trabajo de Gosselin. Pero está omnipresente. Esperando que algún extremo, ya en el poder, se revele tal cual es y caiga en la desmesura. Será el tiempo que todos empezarán a añorar su perdida libertad.

1 comentario:

  1. El populismo tiende a destruirse a si mismo, y quizás debido a la capacidad creciente de información cada vez a mayor velocidad (la oscura edad media duró más de mil años, la Unión Sovietica no duró 100). Aquí le hago más caso a Ayn Rand que a Juan de Mariana, es una gran cosa acuchillar al tirano, la lástima es que los tiranos normalmente no se dejan. Mejor correr...

    En cuanto al "extremo derecho" minimicemos al estado el máximo posible, quizás en el minarquismo o en el anarcocapitalismo... el cochupo estatal-bancario dura desde precisamente el tiempo de los griegos... aquí les dejo el video, ademas de un fraternal saludo a ustedes y a Armando :D

    http://www.youtube.com/watch?v=rlpq4q20nK4

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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