Carlyle y Mahoma

Tomás Carlyle
libro:
Los héroes



En Mahoma no hay perdón ni el olvido de los agresores ni poner la otra mejilla. Todo lo contrario, proclama la venganza. Su mensaje espiritual no conoció la suprema humildad del cristianismo en los primeros tres siglos. Mahoma hizo la guerra a sus enemigos espada en mano, durante veintitrés años.



Fue de la clase humilde que no supo leer ni escribir. Alá, por medio del arcángel Gabriel, se comunicó con él. Es frecuente en El Corán la expresión: “dile que…” Dile que les diga a los hombres esto o aquello. Lejos de toda cultura, de acción empírica e inmediata, no obstante, Mahoma es un auténtico guía que supo aglutinar muchos grupos de árabes dispersos y enemistados entre sí. Por eso su Libro, que a su vez dictó, habla con frecuencia de levantar la espada y enviar al infierno a quien no escuche la palabra de Alá.



Mahoma combate a los herejes y a los que tienen otras preferencias religiosas. Carga duro contra los adoradores de los ídolos ancestrales en que basaban sus creencias religiosas lo árabes antiguos. Sin probabilidades de argumentar, frente a la espada, y sin recursos culturales para el diálogo de estos árabes antiguos, Mahoma los fue conquistando. Con el tiempo, el humilde pero duro conductor de caravanas de camellos, logró aglutinar en torno a su libro y su doctrina, el islamismo, a los árabes. Su movimiento religioso, como sucedió en el cristianismo, se consolidaría y crecería después de su muerte.

"La Arabia surgió a la vida por  la fe de Mahoma"


Empero, el éxito de su lucha no se debió al filo de la espada. El islamismo, su religión, hubiera muerto con la muerte de Mahoma. Se debió a la sinceridad de su mensaje y al carisma de profunda sinceridad en lo que creía:”En modo alguno era un mal hombre, al contrario, y habían en él algo mejor que el prurito de cualquier género que fuese; de otra manera aquellos árabes indómitos, peleando y acometiendo durante veintitrés años a sus órdenes, y siempre en íntimo contacto con su persona, no le hubieran respetado y reverenciado de la manera que lo hacían.”



El afán religioso del cristianismo, en los siglos pasados, por llevar la palabra de Cristo a todos los confines del planeta y el reciente descubrimiento del petróleo en el subsuelo árabe, ha provocado grandes enfrentamientos bélicos con lo que entendemos por “cultura occidental”.



Otro elemento de discordia es su histórico antagonismo con el pueblo de Abraham. Todos los árabes son judíos, dice Carlyle, pero el expansionismo sionista los tiene desde hace siglos confrontados. De esa manera el mundo asiste y es involucrado, de varias maneras, en un irreconciliable pleito familiar. Un pueblo árabe es invadido para arrebatarle su petróleo y cincuenta países apoyan la invasión y otros cincuenta países rechazan la invasión, etc. Pleito tan viejo que ya aparece documentado en la Biblia. A esto le agregamos que, bajo la letra de El Corán, hubo un tiempo que los árabes se metieron a Europa, en plan de guerra, y estuvieron a un punto de conquistarla plenamente.


Mahoma murió en el año 632 d C.

No obstante los árabes en conjunto hacen un pueblo de gran cultura. En literatura, matemáticas, filosofía, arquitectura. Cuando los europeos eran hordas ellos ya tenían señalados logros técnicos y culturales.



El Corán es una mezcolanza de cristianismo y judaísmo. Sus expresiones guerreras chocan al católico identificado con las palabras suaves y llenas de amor, por medio del perdón, de Cristo. Pero ningún espíritu dialectico puede decirle adiós al Corán, y a las enseñanzas de Mahoma, antes de conocerlas. Estaría condenando algo que desconoce.



El cristianismo solicita limosna, el Islam exige aportaciones monetarias: “señala por la ley la cuota que les toca repartir, y el riesgo que corren descuidándola. La décima parte de la renta anual de un hombre, la que fuere…”



En el cristianismo, al cumplirse la plenitud de los tiempos, con la llegada de Jesús Cristo, se acabaron los profetas que lo anunciaban. En El Corán es otro Dios, o Dios tiene otro nombre, y por eso Mahoma es el profeta que anuncia el mensaje de Alá.



En el Corán nada de libertades antropocéntricas como la filosofía occidental hace con la Biblia cristiana. En el Corán no hay revolturas de fe y fenómeno. En el Islam no hay manipulaciones del libro sagrado, a lo que tan adictos son los cristianos con su Biblia y es fuente de innumerables sectas, históricas y recientes. El Corán tiene exactamente 323,631 letras y 77, 934 palabras. El que lo altere, con una sola letra, ya tiene ganada la condenación eterna.



Cuando los europeos y la Iglesia mantenían en precavida distancia a Aristóteles, ellos, los árabes, lo tradujeron y lo estudiaron. Uno de los grandes del cristianismo, Santo Tomás de Aquino, conoció al pensador griego por medio de los árabes. Así fue como Europa conoció, aceptó y siguió, a Aristóteles.



Como sea, sí los árabes nos regalaron a Aristóteles, lo menos que podemos hacer es leer El Corán, libro guía espiritual de millones de seres humanos.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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