Washington y el Vaticano fueron presencias con suficiente influencia, en la década de
los treinta del siglo veinte, para decir cómo debería caminar la vida en
México. Fue la lección que nos dejó la
guerra conocida como La Cristiada. Este episodio aislado costó miles de vidas y
una pauperización en la vida del país de
consecuencias inmensurables. Ante la actitud del gobierno mexicano, que
prohibía tajantemente, y con las armas en la mano, la práctica religiosa, los
católicos levantaron la bandera de la libertad de expresión. En un país del 90
por ciento de católicos y sólo el resto de no católicos, pareció más una medida de desestabilización de la vida del país.
La Cristiada fue parte de la Revolución Mexicana, ésta, con
la filosofía liberal del siglo diecinueve, extendida hasta los años treinta del
siglo veinte. Esta prolongación de la
Revolución Mexicana resulta incómoda, o
inabordable, para los historiadores seguir la evolución de un pueblo que s e vuelve contra ese mismo pueblo.
La solución cómoda es dividir en dos a la Revolución Mexicana. Como si de
pronto La Cristiada surgiera de la nada o de cero. En historia de los humanos nada
sale de la nada, todo es consecuencia de algo precedente, nada de generación
espontánea.
Se da por hecho que el movimiento armado de la Revolución
Mexicana termina en los años veintes con la Constitución de 1917 y los
posteriores descalabros sufridos en el
campo de batalla de la División del Norte, etc. Y la guerra por la liberta de
expresión se sitúa a partir de 1926. .
Para acabar de diferenciar esta postrera manifestación de la Revolución
Mexicana se le conoce a su segunda fase como
La Cristiada.
Estos hombres no sólo defendían su derecho a la libre expresión (para católicos, protestantes, judíos, huicholes,indúes,etc.).También estaban haciendo valederos los fundamentos de la democracia que el modo de gobernar no se convirtiera en teocracia, al recordar las palabras de Jesús. "Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios"
Una batalla que los cristianos habían librado nada menos que diecisiete siglos atrás con el emperador Constantino. Constantino, se recordará,fue el primer emperador romano que no sólo dejó de perseguir a los cristianos,como tan encarnizadamente lo había hecho los emperadores romanos anteriores,sino que el mismo Constantino se convirtió al cristianismo.
Pero una vez consolidado su gobierno pensó, de manera tradicional, que sería,como emperador,la suprema autoridad en lo civil y en lo religioso.No olvidar que a los emperadores romanos se les consideraba la encarnación viva de la divinidad en la tierra. Ancestral mente eran teocráticos, al igual que los antiguos griegos o los hebreos del Antiguo Testamento.
Desde ese momento los obispos católicos (del imperio romano de occidente) y los patriarcas católicos (del imperio romano de oriente), ya para entonces muy cerca del trono,emprendieron la larga y ardua tarea,a través de los concilios, de deslindar los campos civiles y religiosos citando una y otra vez ¡Al Cesar lo que es del Cesar y A Dios lo que es de Dios!
Apenas dos décadas atrás,de lo de la Cristiada en México, el gran liberal Don Justo Sierra, había logrado la autonomía para la universidad pública en el país.Con el tácito pensamiento de ¡Al Cesar lo que es del Cesar y a la Universidad lo que es de la Universidad!
Era lo mismo, y no otra cosa,lo que pedían los cristeros para sí en el terreno religioso.
Estos hombres no sólo defendían su derecho a la libre expresión (para católicos, protestantes, judíos, huicholes,indúes,etc.).También estaban haciendo valederos los fundamentos de la democracia que el modo de gobernar no se convirtiera en teocracia, al recordar las palabras de Jesús. "Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios"
Una batalla que los cristianos habían librado nada menos que diecisiete siglos atrás con el emperador Constantino. Constantino, se recordará,fue el primer emperador romano que no sólo dejó de perseguir a los cristianos,como tan encarnizadamente lo había hecho los emperadores romanos anteriores,sino que el mismo Constantino se convirtió al cristianismo.
Pero una vez consolidado su gobierno pensó, de manera tradicional, que sería,como emperador,la suprema autoridad en lo civil y en lo religioso.No olvidar que a los emperadores romanos se les consideraba la encarnación viva de la divinidad en la tierra. Ancestral mente eran teocráticos, al igual que los antiguos griegos o los hebreos del Antiguo Testamento.
Desde ese momento los obispos católicos (del imperio romano de occidente) y los patriarcas católicos (del imperio romano de oriente), ya para entonces muy cerca del trono,emprendieron la larga y ardua tarea,a través de los concilios, de deslindar los campos civiles y religiosos citando una y otra vez ¡Al Cesar lo que es del Cesar y A Dios lo que es de Dios!
Apenas dos décadas atrás,de lo de la Cristiada en México, el gran liberal Don Justo Sierra, había logrado la autonomía para la universidad pública en el país.Con el tácito pensamiento de ¡Al Cesar lo que es del Cesar y a la Universidad lo que es de la Universidad!
Era lo mismo, y no otra cosa,lo que pedían los cristeros para sí en el terreno religioso.
Recientemente, en el año 2011, se rodó un excelente film con
este tema, titulado: Cristiada. Producción de Estados Unidos-México, con
dirección de Dean Wright y mayormente
basada en la incomparable historia
de éste género: La Cristiada,
de Jean Meyer (tres tomos, editorial Siglo XXI, 1977, México)
La mayoría de los sacerdotes dijeron no a la guerra .Pero
como de todas maneras sacerdotes y pueblos pacifistas eran fusilados, o
ametrallados a la salida de los templos, otros sacerdotes se fueron a la
guerra. Sin experiencia en la guerra y sin armas, a la vuelta de tres años ya
habían declarado independientes del gobierno
a varios estados del país, particularmente a todo el centro oeste del país.
Esta hazaña se debió sobre todo a las mujeres mexicanas.
Centenares, sino miles, de jóvenes se volvieron expertas activistas en
conseguir armas para los cristeros que esperaban en los campamentos de la
sierra. Las trasportaban, enfrente de los federales, debajo de los amplios
vestidos de crinolina. Las compraban en el país, en el extranjero o mediante
amoríos con los mismos federales. De haber sufrido fuertes descalabros
guerreros en el principio, con el tiempo se vio que ahora los cristeros iban por el control del gobierno en todo
México.
Fue cuando Washington
envió a México a Dwight W.Morrow, plenipotenciario (permaneció en México de
1927 a 1930) con indicaciones para el gobierno mexicano. Y del Vaticano alguien
trajo la decición que el católico que no depusiera las armas, quedaría
excomulgado. De la noche a la mañana se acabó la guerra.
Su secuela duró hasta los gobiernos de los presidentes Lázaro
Cárdenas y Manuel Ávila Camacho que buscaban estabilizar todo lo que los
presidentes Elías Calles y Álvaro Obregón habían desestabilizado.
El reordenamiento de la vida en México fue posible, como
queda anotado, en virtud de las intervenciones directas del Vaticano y de
Washington.
Pero el país quedó en tal estado de pauperización, y con una
deuda al extranjero, impagable por los siglos de los siglos.
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