La caverna, de Platón

Werner Jaeger


Nada más actual que  este antiquísimo tema de La caverna del que  Sócrates-Platón habló hace casi veinticinco siglos. Siempre será actual esta alegoría  porque tiene que ver con la educación o la ignorancia de los pueblos. Y, a la vez, de manera directa, con el presupuesto que los gobiernos dediquen a la universidad pública. Los gobiernos del tercer mundo consideran que este presupuesto es un gasto, por eso son gobiernos del tercer mundo, en tanto los gobiernos del primer mundo lo ven como una inversión, por eso están en el primer mundo.

Es la alegoría del humano que habita en el fondo de la caverna y un día sale a la luz del sol. La idea se ha utilizado tanto por el pensamiento lógico como por la vida religiosa.  La penosa vida cavernícola llena de sombras de la ignorancia hasta la era atómica y el Internet. O de la inmediata existencia de los sentidos hasta la espiritual. : “La virtud  es la divinidad actuando directamente sobre los hombres”  dice Novalis. Encadenados en el fondo de la cueva, vislumbramos hacia la salida un enorme haz de luz. La liberación consiste en caminar hacia las diferentes gradaciones de luz cada vez más fuertes.
Mural  que muestra la evolución del humano, desde la cueva hasta la era atómica ( auditorio Alfonso Caso,Ciudad Universitaria, Cd. de México)

 Lo extraordinario es alguien que, liberado, regrese al fondo de la caverna para liberar a los que permanecen encadenados. O, también, alguien que, liberado, regrese al fondo a volverse a encadenar. O encadenar más a los ya encadenados.

No se trata de una aburrida abstracción  intelectual extraña a la realidad de la vida diaria.  Muchos modos de vida encuentran su aplicación en la idea de la caverna, como la biología, la sociología…Pueblos desnutridos por falta de comida, después comen tanto que llegaron al drama de la obesidad. Pueblos agrícolas que, teniendo   acceso a la tecnología,  acabaron perdiendo toda identidad en el disolvente juego citadino  de la mercadotecnia y los intereses detrás de la pantalla de televisión. El troglodita que se vuelve humano y el humano que se vuelve subhumano.

Ahora la pregunta consiste en saber dónde quedó la liberación, de qué. Muchos buscan escapar de la normalidad en el terreno cognitivo y otros por la vía de las anfetaminas. La linterna suele apagarse y ya no es posible ver la brújula.


Pero lo nublado del día pasa y otra vez vuelve a brillar el sol a la entrada de la caverna.

La figura del Quetzalcoatl mesoamericano (serpiente) muestra la elevación de lo puramente fenoménico hacia lo espiritual(mural de la Facultad de Odontología, Ciudad Universitaria, Cd.de México)

La alegoría de la caverna está detallada en La República de Platón. El que la dice es Sócrates utilizando dos símiles que son la caverna (ignorancia) y el sol (Paideia, educación, conocimiento).

Un tercer símil serían las sombras a las que están acostumbrados a “ver” los habitantes del fondo de la caverna. Para ellos las sombras, de la realidad, eran la realidad. No conocían la “realidad verdadera”. Pero, si de pronto, no gradualmente, salieran al sol, se deslumbrarían y no podrán conocer la realidad. Por otro lado, si el habitante de la caverna conociera el sol ya no podría ver, o entender, el mundo de las sombras.

Un ejemplo: ¿podría alguien, con aceptable formación e información cultural, pasarse el día viendo programas de televisión donde el 95 por ciento  de su contenido es la violencia (el caso de México), desde el crimen organizado, con sus metralletas vomitando balas, hasta las telecomedias de las abuelitas, pobladas de guiones y personajes egoístas, tramposos y neuróticos?

W. Jaeger dice que no. En el Capítulo Tercero de Paideia (Fondo de Cultura Económica, México, 2002, Págs.691-695) apunta: “Lo último que el alma aprende a ver “con esfuerzo” en la relación del conocimiento puro es la idea del bien. Pero una vez que aprende a verla, hay que llegar necesariamente a la conclusión de que esta idea es la causa de todo lo que existe en el mundo de justo y de bello  y de que quién desee  obrar racionalmente, sea en la vida privada o en la vida pública, tiene forzosamente  que haberla contemplado.”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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