OTRA VEZ PLATON




Vida de los filósofos más ilustres
Diógenes Laercio
Editorial Porrúa, S.A. México, Serie Sepan Cuantos Núm.427, año 2003
Primera edición en español: Basilea 1533
 
Diógenes (con su lámpara encendida aun de día) buscando hombres honestos.Cuadro atribuido a J:H.W. Tischbein (1780)
“Diógenes Laercio (en griego, Διογένης Λαέρτιος) fue un importante historiador griego de filosofía clásica que, se cree, nació en el siglo III d.C, durante el reinado de Alejandro Severo. Se le considera un gran doxógrafo, esto es, un autor que, sin una filosofía original, recoge por escrito la biografía, vicisitudes, anécdotas, opiniones (doxai) y teorías de otros, a los que considera ilustres.”

Hablar de Platón es como hacerlo de Homero o de Cervantes. Muchos lo han hecho antes, lo hacemos ahora y otros volverán a hablar de ellos. Hasta el infinito.

Así será en la medida que el mundo se banaliza.

Son prototipos inteligibles, que no se gastan, a los que nada se añade o quita. Todos los continentes han tenido a su Platón, a su Homero y a su Cervantes.

Hay novelas que se leen diez o quince veces y películas que se vuelven a ver N cantidad de proyecciones. Porque su idea, su estructura, los personajes, y todo eso de que hablan los críticos, encierran valores vitales.

Epicarmo, otro filósofo de la antigüedad griega, refiriéndose a las cosas inteligibles, para contrastarlas con las cosas sensibles, las que sí cambian, dice en uno de sus poemas:

“¿No es lo bueno existente por sí mismo?

Entonces aparece Schopenhauer en el siglo dieciocho  y nos dice que dejemos de leer para empezar a  ser originales. Que no leamos más a  lo que otros pensaron por nosotros.

Obedecemos y a la vuelta del tiempo nos descubrimos a nosotros mismos como nuevos Robinson Crucoes en nuestra isla desierta e incomunicada.

Desde la originalidad escribimos del devenir, de la dialéctica, de la virtud, del a posteriori, del a priori, de la razón vital, de la razón práctica, de la inducción,  de la doble inducción, monólogo, diálogo, triloquio,  cuadriloquio, de la imprudencia, de la justicia, de las cosas que a veces aprovechan y a veces dañan, como el pasear, el estar sentados, el comer, etc. Es decir, de lo que Platón escribió hace casi veinticinco siglos.

Decía que los principios de todas las cosas “son dos, a saber, Dios y materia.” Por lo que algunos historiadores de la filosofía dicen que a Platón  se le  cita como materialista o bien como idealista. Estos tirándole a aquellos y aquellos tirándole a estos ¡y Platón enmedio! Según convenga al contexto en que se esté elaborando el escrito.

O en el deliciosamente burlón como el que hace Aristofanes en La Asamblea de las 
 Mujeres, que se inspira en La República, de Platón.

Las  cuestiones intelectuales gustaba ilustrar con metáforas por demás accesibles: “Aconsejaba a los embriagados  se mirasen en el espejo, y así se abstendrían de vicio tan feo.” No necesitaba extender el texto para las otras patologías. Es probable que Oscar Wilde se haya inspirado en esta idea para su Retrato de Dorian Grey. “Nade sale incólume de una patología”, parece advertir el Retrato en su postrera etapa.


Alexis, un filósofo citado por Diógenes Laercio, dice, en un poema, de qué trata la obra de Platón:

“Feneció, y quedó seco
Lo que en mi cuerpo fue mortal, caduco;
Más lo que fue inmortal voló a los aires.
¿No es esto la platónica doctrina?”

Uno de tantos epitafios que pusieron en la tumba de Platón dice:

“Si no hubieras creado, oh padre Febo,
A Platón en la Grecia,
¿Quién hubiera sanado con las letras
Los males y dolencias de los hombres?
Pues como fue Esculapio
Médico de los cuerpos,
Curó Platón las almas inmortales.”


Ante tan sorprendente descubrimiento, en  nuestra isla solitaria e incomunicada, de todo eso, no falta quien se invente su abstracción, que sólo van a vivir veinte o treinta, y estará en su derecho en tanto no quiera darle validez sobre el todo.  Y el todo somos todos. Para finalmente enterarse estas sectas culturales que las sectas culturales siempre han existido desde Homero.
 
Diógenes (1882) por John  William Waterhouse. Su tonel y su lámpara era todo lo material que necesitaba para ir en busca de los principios vitales.
Es cuando regresamos a Platón, del que Whitehead dijo que toda la filosofía europea sólo son notas al pie del texto de Platón.

Platón,  como Homero hizo con los poemas de la antigüedad, o Cervantes con los autores de libros de caballería, así Platón es como el gran ordenador de esa materia y espíritu de la cultura occidental que  se  venía manifestando antes  que él. Diógenes Laercio escribe de Platón: “Hizo una especie de miscelánea filosófica de las opiniones de los heraclíticos, de los pitagóricos y de los socráticos.”

Una tradición ateniense lo presenta como hijo espiritual del dios Apolo, aunque su padres mortales fueron Aristón y Pericciona: “Siendo Pericciona muy hermosa, quiso Aristón violentarla, pero que no lo ejecutó, absteniéndose de esa fuerza por haber tenido en sueños una visión de Apolo, y desde entonces hasta el parto la conservó pura de unión carnal.”

A juzgar por su extensa obra, Platón  fue una especie de doxógrafo, porque reunía las opiniones de otros, pero ante todo  un pensador original. Se comprueba en lo que dice Diógenes Laercio cuando  se refiere de su gran empatía con la obra de Sócrates: “ello es cierto que Platón escribió de Sócrates  muchas cosa que éste nunca dijo.” Y más adelante: “en mi sentir pulió Platón su forma y estilo de manera que no se le puede negar con justicia la gloria de la invención.”

El Diálogo, al menos, es una invención que le deben los  novelistas  de todos los tiempos, y de todas las tendencias, ya sean sensibles o intelegibles, de lo que  se va a derivar la entrevista de los periodistas: “El dialogo es un Discurso compuesto de preguntas y respuestas sobre cosas filosóficas y políticas…Estableció él primero la ciencia de responder  y preguntar rectamente, usándola él mismo en sumo grado.”









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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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