COMO UN TORBELLINO, ES EL DEVENIR, EN LA FILOSOFÍA DE WAHL






El Devenir es uno de esos temas de la filosofía que parecen una invención del intelecto sin repercusiones en la vida de todos los días del humano.


Los hombres del común podríamos decir: “si el Devenir existe, o no, me da lo mismo y aquí no ha pasado nada”

Semejante a la vida de un ancianito que no salió nunca de su remotísima aldea, entre montañas del Himalaya, y un día le dijeran que existe un continente que se llama América. Con América o sin América él seguiría viviendo.

Si alguien quiere objetivar lo que es el devenir filosófico lo tendrá en la imagen de un tornado atmosférico. El contacto entre los opuestos. Lo caliente y lo frío que se levanta de las arenas a los fríos espacios, vacíos desplazados que son llevados por el otro dando ocasión al tiovivo que vemos avanzar en las dunas o la llanura y dando paso a otro aspecto de la misma realidad.

Así sucede cuando lo sensible toca lo vital.

 El “mundo occidental”, con su inmensa cultura, contiene sólo dos principios: Dios y los átomos. El humano quiere hacerse, desde el viejo Parménides, el tercero en importancia, con su ingeniosa bandera del antropocentrismo, pero no lo logra del todo. 

Queda siempre tironeado de  un brazo por los átomos y  el otro brazo por el Espíritu.

Propiamente el Devenir sería el tercero y último paso de un proceso. Empieza con una tesis seguido por una antítesis y desembocaría en una síntesis. Como sucede en el tema de la Dialéctica. Pero no idénticamente.

 En la Dialéctica la causalidad, muy del gusto de los atomistas, no tiene principio ni fin. 

Ni para atrás ni para adelante. El presente es el resultado de una acción precedente y a la vez la causa de un efecto que tendrá lugar en el futuro, eternamente.

 Sin el Primer Motor de Aristóteles ni lo que se pudiera llamar el Juicio final.

En el universo, como apunta D. H. Lawrence, al referirse al Quinto Sol de la cosmogonía náhuatl, todo se apaga, sin extinguirse, para dar paso a otro estado luminoso.

Parece que Wahl tuviera presente la interpretación de Lawrence, cuando escribe de la síntesis de todas esas antinomias de lo frío y lo caliente, la juventud y la ancianidad, la fuerza y la debilidad:

“Pero hay una solución práctica que consiste en construirnos a nosotros mismos  y al propio tiempo  destruirnos a nosotros mismos, porque lo uno no tiene lugar sin lo otro.”

¿Cómo conciliar el Ser, el otro pilar de la cultura occidental? Razón y Espíritu son estadios de una misma sustancia pero se nos presentan, por los intelectuales, como dos abstracciones, antagónicas, irreconciliables, por los siglos de los siglos.

Devenir, Movimiento, pero con respecto de qué. Necesita un referente eternamente estable. Y eso hace que sin la síntesis estemos en un mero platicadero de jubilados, a la hora de tomar la taza de café, para llenar el día:

“Nos encontramos frente a una maraña de fenómenos de que las filosofías clásicas no nos dan ni idea. Estamos en presencia de una tierra de nadie. Incluso de una tierra para la que no hay palabras.”

Sin síntesis no hay cambio, dice Wahl. Un Devenir, un ir lineal pero, ¿hacia dónde? ¿O sólo, como pensaba Lawrence, siguiendo a los nahuas, sólo círculos eternamente retornantes? ¿O círculos, al estilo de las amonitas, dentro de una evolución?

Eventos temporales dentro de cosas eternas. Átomos y Ser son, al fin, valores eternos. Pero a esa hoja en blanco es donde el individuo hace, con sus obras temporales, su autorretrato. Como Rembrandt lo hizo a lo largo de su vida.

Pero no hay que ir tan lejos, recomienda Wahl, con eso del Ser, igual a Dios, que, por perfecto, ya no deviene. Porque ya es.

Primero hay que pensar con detenimiento en la expresión, más bien en la antinomia: “yo devengo”. Si ya soy en mi yo,¿ cómo puedo devenir o moverme, para hacerme? ¿Quién es este yo. Y si yo soy yo, ¿cómo puedo devenir?”

¿Por qué interesaría al hombre de la calle que el asunto sea sólo átomos eternos que se estén golpeando como bolas de billar, sin la menor posibilidad de un razonamiento vital, o bien un Ser luminoso, bello y eterno?

 Porque esos son dos parámetros en los que se va a medir mi conducta. Ésta sería, pues, al final,  la síntesis de todo este asunto:

“Tenemos que devenir nuestro Ser y que ser nuestro Devenir, uniendo  estos dos elementos con nuestras obras.”

Como sea, al final Wahl cita a Nietzsche  cuando éste dice algo semejante:

“debemos decir  sí a la vida y sellar nuestra naturaleza con nuestro actos.”

Con lo que parece que el antropocentrismo, al final, alcanzó su sueño  al quedar situado en el centro de los dos valores eternos mencionados: Parménides  y Platón.

Jean Wahl

“Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).”








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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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