LOS FILOSOFOS Y SUS ESCRITOS DE JUVENTUD



Santa Teresa de Jesús, Leibniz , Schopenhauer, Kant, Blondel, Kierkegaard

Un escritor de ochenta años de edad, que encontrara vigentes, en esencia, forma y extensión, sus escritos realizados cuando tenía veinte años, sería un caso extraño.

O nació con su razón vital, y su razón práctica, ya desarrolladas, o no pasó de los veinte.

Si no pasó los veinte es señal que no desarrolló lo propio y sólo se dedicó a criticar lo exterior. Para desarrollarse, Santa Teresa de Jesús recomienda a sus monjas carmelitas: “Guardaos, hijas mías, de cuidados ajenos.”

 Hay que cambiar al mundo, para mejor,  pero primero tiene que cambiar el cambiador. Si no sólo será un re- comendador que ha hecho de la crítica su modus vivendi.

En Humanidades y en las ciencias lo que sucede en la realidad es que los escritos  de antaño ahora parecen limitados y rebasados en muchos sentidos. Hasta en la manera de redactar, en la ortografía, etc. Sucede que de entonces para acá  muchas cosas cambiaron en el mundo, empezando por el que escribe. Sus vivencias,  manera de detenerse a analizar,  modo de expresarse, cómo sintetizan, la bibliografía aumentó…

En las ciencias, donde casi todo cambia cada día (se desarrolla lo anterior), los que escriben tienen expresiones, en tercera persona, tales como: “Antes se creía que…
En el terreno de la Humanidades se escucha, en primera persona: “Los primeros poemas que escribí, que  por ahí deben de andar…”

Filósofos como Werner Jaeger, José Ortega y Gasset y Manuel García Morente, escribieron obras cuyo material empezó con una serie de conferencias, o un curso impartido oralmente, al que después se le fueron agregando otras notas y otros capítulos… Es decir que todo también se fue modificando, enriqueciendo, ampliando.

Así sucedió con Santa Teresa de Jesús (Teresa de Ávila para los laicos), siglo dieciséis, con Leibniz, siglo diecisiete y con Schopenhauer, siglo diecinueve. Se sirvieron en parte de sus escritos tempranos. Como alguien que ajusta la ropa de vestir a su nueva realidad. El material sigue conservando su calidad y se puede rescatar algo de él para la nueva presentación. Nueva presentación de lo que ayer era la realidad última.

Después de todo, lo que ahora somos es el resultado de lo que  antes fuimos. Para bien o para mal. ¿Tenemos una sociedad criminalizada, perseguimos el bienestar del shopping o el progreso intelectual?

 Estamos en el mundo de la fenomenología, de la causa y el efecto. Es decir que nos estamos sirviendo de nuestras experiencias de antaño para vivir la vida del presente o para morir en el presente.

Santa Teresa, en su obra Las moradas, se refiere así, en el principio del capítulo Morada Segunda, a algo que ya había dicho pero considera que se puede servir de ese “material” para una mejor y más actual explicación del mismo asunto:

“Querría deciros poco, porque lo he dicho en otras partes bien largo, y será imposible dejar de tornar a decir otra vez mucho de ello, porque no recuerdo cosa alguna de lo dicho; que si se pudiera guisar de diferentes maneras, bien sé que no os enfadaréis.”

 En su Nuevo tratado sobre el entendimiento humano, Leibniz escribe de un antiguo escrito suyo que, tiempo después, le editaron, al parecer sin su autorización, y al que él cree que pudiera haberle metido mano para mejorarlo:
 
Hasta Fausto, ya viejo, quiso enmendar puntos de vista  que había tenido en su juventud
“Eso es lo que sucedió con mi Arte combinatorio, de lo cual ya me he quejado. Fue un fruto de mi primera adolescencia, y sin embargo, lo reimprimieron mucho tiempo después sin consultarme  y sin advertir siquiera que se trataba de una nueva edición, lo que hizo creer a algunos, con prejuicio para mí, que yo era capaz de publicar tal obra en una edad avanzada, pues aunque haya pensamientos de alguna consecuencia, que yo apruebo todavía, los hay también propios solamente de un estudiante joven.”

Maurice Blondel (1861-1949) escribió su tesis con título La acción como tema de tesis y al final lo consiguió. En 1886  fue destinado a enseñar filosofía.

En su Historia de la filosofía W. Copleston escribe, refiriéndose a La acción: "Llegó a haber tres versiones: la tesis misma, una versión impresa, y otra versión revisada y aumentada por Blondel."

En la presentación de su La cuádruple raíz del principio de raíz suficiente, Schopenhauer se refiere a la tesis que escribió para su doctorado de filosofía, que entonces señaló como tratado de filosofía elemental:

“presentar al público  de nuevo este trabajo de juventud, con todos sus defectos, me pareció indisculpable…He corregido, pues, en lo posible, este trabajo de mis primeros años, y, dada la cortedad e inseguridad de nuestra vida, considero como una dicha que me ha sido concedida poder corregir, a los sesenta años, lo que escribí a los veintiséis.

“Sin embargo he decidido ser indulgente con mi juventud  y dejarla usar la palabra, a su modo, en lo que ha sido posible. Pero cuando se muestra equivocada o superflua, o deja de decir algo bueno, toma el viejo la palabra, lo que sucede muy a menudo, con lo cual muchos recibirán la impresión de un viejo que lee en voz alta la obra de un joven, y no desdeña, de cuando en cuando, hacer consideraciones por cuenta propia." 

Kant murió en 1804.Dejó como todo intelectual que escribe todos  los días, pero que, debido al llamado de la dueña de la casa,   no todo alcanza a publicar, su escritorio lleno de  apuntes. En su Historia de la filosofía, F.Copleston , tomo IV, Cap. primero. escribe:

"Los papeles encontrados en su estudio después de su muerte, y publicados póstumamente, muestran que el filósofo estuvo trabajando hasta el final en la reconsideración, reconstrucción o perfeccionamiento de ciertas partes  de su sistema filosófico."

Kierkegaard se refiere a una parte de su obra: "Al volver a leer  estos dos escritos, ahora añadiría yo lo siguiente:"
Soren Kierkegaard Mi punto de vista




































 







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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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