JARDIEL PONCELA Y EL REGRESO DE DIOS A LA TIERRA


Dios anunció un día que regresaría en breve a la Tierra y llegaría a una  plaza de toros de España, escribió Enrique Jardiel Poncela en una de sus novelas.

Uno de los personajes de la novela fue el primero que dudó que eso fuera posible. “Con lo mal que le fue cuando estuvo físicamente entre nosotros. Que permanezca en sustancia, pero que ni se le ocurra en fenómeno. Ahora ya no hay cruz pero sí  otros modos más sofisticados como la industria cultural que propaga un eclecticismo disolvente e impide la solidaridad, los imperativos del marketing que aleja a los humanos de los centro de oración, y las sectas culturales llevando agua para su particular molino.

 Parece que Kant, con su poder de discernimiento, se anticipó al novelista y se hizo varios cuestionamientos a este respecto, con varios siglos. Dejando asentado desde entonces que el asunto podría estar lleno  de legítima especulación, de trascendental intuición,  así como de sectaria manipulación.

¿Sería posible que Dios, de sustancia, se convirtiera en fenómeno? Ya lo había dejado establecido dese entonces pero,¿ sería lo mismo ahora?

En la mente limitada del humano no cabe que la sustancia se vuelva como nosotros.Pero son limitaciones muy propias de nosotros, no de la sustancia.

Confiaba que quien poseyera disposición la iba a aplicar según sus aptitudes y sus luces. Y en especial los que formularan preguntas trascendentales encontrarían respuestas trascendentales.

No podemos dar más de lo que tenemos, ni en monedas ni en intelecto ni en lo espiritual, como no podemos cambiar la forma de nuestras orejas.

Kant considera que, para que la esencia pase a formar parte de nuestro mundo, tendrá que hacerse  de nuestra condición empírica, sólo  así podremos visualizar a esa esencia. Lo demás es pura fantasía.

Además, sería susceptible de reír y sufrir, como todos: “Para que la ley de la causalidad válida en la experiencia, pueda conducir al ente primero, será preciso que este ente forme arte de la cadena de objetos de la experiencia; pero entonces sería en sí mismo, a la vez condicionado, como todos los fenómenos.” (Crítica de la razón pura)

¿Qué forma tendrá esa esencia? No podemos imaginar más allá de lo que conocemos, entonces la esencia será antropomorfa. Kant:

"Estamos, pues, autorizados no solamente para concebir la causa del mundo según un antropomorfismo más sutil,quiero decir, como un ser dotado de entendimiento, capaz  de placer y de dolor,y,consecuentemente,de deseos y de voluntad,sino también atribuirle una perfección infinita,que sobrepasa a la que podamos ser conducidos por el conocimiento empírico del orden del mundo." (Apéndice, Tercer Capítulo).

 “La existencia de un ente  debe corresponder a la simple  idea que tenemos y a la cual ninguna experiencia puede ser adecuada.”

Si quiere venir a la plaza de toros debe dejar de hablar desde el otro lado de la nube y ser uno de nosotros, como lo hizo la primera vez, hace dos milenios.

Al mostrarse la esencia, en toda su beatitud, puede estar comprometiéndose nuestra libertad de decisión,  por ser simplemente  arrastrados por esa inefable belleza. Kant dice que la cosa en sí  siempre nos deja un ideal para que ejercitemos nuestra razón pero, no cualquier  ideal: 

 “El  Ser supremo deja, pues, para el uso simplemente especulativo de la razón, un simple idea, pero un ideal sin defectos.”

Todos conocemos el desenlace de ese regreso de Dios a la Tierra, en la novela de Jardiel Poncela.

Después de un apoteótico recibimiento en la  plaza de toros, y una serie de acontecimientos, Dios decide que debe volver al cielo. 

Cuando su primera presencia en la tierra sólo había dos antagonismos. Ahora hay como mil.

Su despedida fue “desangelada”. Parece que se refería con esta expresión a que ni siquiera los ángeles acudieron. Pocos, de los ex ángeles, ahora pintados de negro, estuvieron, a la distancia, observando los acontecimientos.Criticando desde la prensa y la televisión.¡No había telefonía celular y de esa sí que se salvo!

Cuando estuvo aquí, la vez anterior, dejó bien establecido que Él era la causa de lo finito, de la naturaleza y de la humanidad. 

Muchos le creyeron. De ser un puñado inicial de seguidores ahora confiaban en Él algo así como la sexta parte de los habitantes del planeta, mil millones de individuos. Una coherencia jamás lograda en la historia.

Si debido a "factores ambientales" volviera a ser otra vez un puñado, tampoco importaría. Los números, como el espacio y el tiempo,son valores de la realidad, no de la idealidad. Los primeros de la fenomenología y los segundos del bien estar vital.

 El resto, las otras cinco partes del planeta, andaba desperdigado entre modos de filosofía, los más diversos escepticismos o   navegando entre  incredulidades. O navegando en Internet, ajeno a todo.

Como sea, este día todos andaban ocupados. Dios estaba sobre el tiempo y el espacio, pero ellos necesitaban checar tarjeta para que no les descontaran el día de salario en la fábrica. O asistir a la marcha del sindicato para acumular puntos en la bolsa de trabajo.

Sólo acudieron a despedirlo unos cuantos tipos por demás estrafalarios. Y como ya para entonces Dios  había dejado de ser noticia, los medios sólo escribieron tres palabras: “Dios se va”.

 Y eso el editor del periódico permitió su publicación debajo de un comercial enorme, a media plana, que anunciaba una eficacísima  pomada para curar los callos…
JARDIEL

Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 15 de octubre de 1901-ibídem, 18 de febrero de 1952) fue un escritor y dramaturgo español. Su obra, relacionada con el teatro del absurdo, se alejó del humor tradicional acercándose a otro más intelectual, inverosímil e ilógico, rompiendo así con el naturalismo tradicional imperante en el teatro español de la época. Esto le supuso ser atacado por una gran parte de la crítica de su tiempo, ya que su humor hería los sentimientos más sensibles y abría un abanico de posibilidades cómicas que no siempre eran bien entendidas.








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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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