PAUL AUSTER, CREÍ QUE MI PADRE ERA DIOS


En la sección Muerte, del libro de Auster, Creí que mi padre era Dios, hay testimonios de gentes que ha vivido experiencias metafísicas, igual si son de Indoamérica que si tienen raíces en pueblos europeos, ahora ya como ciudadanos estadounidenses.

En México eso es común. Ya se lleve una vida rural o en la ciudad industrial. Los semáforos de las esquinas, los olores a gasolina que llenan las calles, la presencia de los partidos de izquierda, el lampedusismo de la política profesional, así como  los programas de televisión, los 80 millones de teléfonos celulares de la población en México o los cristianismos liberales, nada impide que la magia se haga presente.

Un dato reciente es que, pese al ultra racismo que históricamente los mexicanos  han llevado aquí, en la ciudad de México,  contra todo lo indígena mexica, convergen, diariamente, 400 mil mexicanos que hablan 57 lenguas étnicas, ya de fijo o de manera transitoria, viven, estudian, comercian o trabajan en este lugar.

Representantes de estas etnias se reunieron recientemente, (2015), en el “Zócalo” de la ciudad de México para conmemorar el 690 aniversario de la fundación de México-Tenochtitlán, que tuvo lugar  en el año 2 calli, así como recordar el nombre de Quinatzin, su tlatoani (o rey) en esa fecha.

Si estos mexicanos emigran para otros rumbos del planeta, la magia los acompaña. Como en el caso que se relata en el libro de Auster.
Necesario hacer distinción, o la abstracción, que la experiencia metafísica se da, en especial, en los mexicanos de México, es decir, en los de ancestros étnicos.

En los mexicanos, descendientes de padres extranjeros, no tienen lugar estas experiencias debidas  principalmente, no a la probable formación laica, sino a que, como es natural, las ideas de sus padres corresponden a otros mitos: Walhalla, cristianismo, Islam, Palestina, India, Japón, China, etc.

Diferentes en la forma pero no en lo esencial. Precisamente en su Fausto, esa obra bella tan rebosante de realidades  e irrealidades, Goethe dejó anotado: “en la naturaleza queda siempre algo de problemático, a cuya exploración no alcanzan las humanas facultades.” (Eckermann, Conversaciones con Goethe)

En Alemania, por ejemplo, hay una conmemoración anual para evocar a la leyenda de  Fausto, relatada, entre otros, por Goethe, y a la que algunos asisten vestidos de tal manera que recuerdan a las criaturas del Walpurgis.

La magia tiene lugar en Indoamérica a lo largo de todo el continente americano,  ahora multirracial  y multicultural , desde Alaska a la Tierra del Fuego. Con sus modos regionales de interpretar los rituales.

No es el pensamiento pre-lógico de los antropólogos, es la cosa en sí de los filósofos, independiente de le experiencia fenoménica.

Nosotros conocemos de primera mano la práctica del chamanismo  que se da en los pueblos subyacentes de las altas montañas nevadas del Estado de México, como son el Popocatepetl, la Iztaccihuatl y el Nevado de Toluca. En sus cuevas de elevadas cotas o en lo profundo de sus lejanas cañadas. Seguramente también en el Pico de Orizaba (originalmente: Poyahutecatl, Citlaltepetl),  entre Puebla y Veracruz, la montaña más elevada del país (5,700 m.s.n.m.), aunque aquí no nos consta de manera directa.

Antes de hacer mención al relato consignado en el libro de Auster, referimos dos asuntos de la vida cotidiana de los mexicanos para que se tenga la idea que en México la magia es tan común como comer tortillas, en Perú comer papas, en Argentina churrascos o en Estados Unidos  hot dog.

Un amigo nuestro, que llamaremos Juan, se encontraba solo en su casa. Era día domingo y la familia estaba en el Instituto de Enfermedades de las Vías Respiratorias, como se le llama ahora al Hospital donde se atiende a los enfermos principalmente de los pulmones, como tuberculosis. Se localiza en la calzada Tlalpan, en el suroeste del Valle de México.

Del Hospital López Mateos, del ISSSTE, habían pasado a Mario, hermano de Juan, para este lugar, como se hace con algunos que han llegado a la fase terminal de la diabetes, tal era el caso de Mario.

Juan escuchó en la sala desierta, de manera fuerte y profunda, la voz de Mario que lo llamaba por su nombre. Juan se fijó en el  reloj de la sala. Eran las doce del día en punto. Por la tarde se reunió con la familia en el Instituto y le comunicaron que Mario había fallecido. Murió a las doce…

Varias semanas después de haber puesto esta  nota en mi blog, del trabajo de Paul Auster, encontré un caso idéntico en el primer  libro de  Parerga y Paralipómena, de Schopenhauer (Editorial Trotta,2009,Pág.298 que, hablando de los sueños, Schopenhauer  se refiere a un trabajo de Cicerón:
 
"Según relata  Baronius, tras un largo debate sobre la inmortalidad del alma entre Ficino y su amigo, Michael Mercatus, ambos acordaron que el primero en morir se le aparecería al otro. Poco después, una maña en que Mercatus se hallaba en su habitación estudiando, oyó el ruido de un caballo que galopaba en la calle y paró en su puerta: entonces oyó la voz de Ficino, diciendo: "Oh, Michael, aquellas cosas eran verdad". Se volvió hacia la ventana y vio a su amigo a caballo. Inmediatamente envió a Florencia a  alguien a preguntar por la salud de su amigo, y supo que había muerto a la misma hora en que se le apareció."
El otro caso lo vivimos más directamente. En el gran atrio que da acceso al templo de la Virgen de San Juan de los Lagos, población del Estado de Jalisco, México,encontramos y saludamos a la señora Felipa X. Estaba barriendo el lado poniente del lugar, en compañía de otras diez personas que a su vez barrían las otras áreas del atrio. Son tareas de servicio que la gente suele hacer voluntariamente para el templo, y no nos extrañó.

Tres semanas después, de esta ocasión, encontramos en Torreón Coahuila a dos de sus hijas de la señora Felipa. Les contamos el encuentro con su madre. Nos dijeron que su mamá había fallecido siete meses antes.

Pero no le dieron mayor importancia al suceso. Sólo dijeron: “Ah, de seguro que fue a pagar alguna manda a la Virgen de San Juan que no cumplió durante la vida”. Enseguida pasaron a preguntarnos cosas baladís como que si habíamos comido la birria tan sabrosa que se hace en esa población, o que si en Guadalajara habíamos ido a escuchar a los mariachis…

Una conseja popular asegura que, de la gente que se ve visitar el templo de San Juan de los lagos, sólo la mitad son de este mundo…
Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich, 1968

El caso que Auster incluye en Creí que mi padre era Dios, se titula El fantasma, le fue enviado por G. A. González, de Salt Lake City, Utah, Estados Unidos.

 Habla de una familia mexicana establecida desde hace ya varias generaciones en Estados Unidos. La muchacha que relata entró una tarde a su recamara y vio a un hombre joven vestido de charro  mexicano.

Confiesa que sabía que era su imaginación pero no por eso se le presentaba menos real. Eran la cinco.  La muchacha tenía una abuela que si bien llevaba ya cuarenta años viviendo en Estados Unidos, culturalmente seguía siendo mexicana. Esta abuela  le contaba a la nieta que muchos de sus familiares, mientras vivió en México, ya habían muerto. No obstante, la visitaban con frecuencia...

La muchacha no podía explicarse como ella, una joven norteamericana normal, pudo llegar a aceptar tan fácilmente la idea de una persona virtual,intangible, como era el individuo vestido de charro al que seguía encontrándose en su recámara.

Finalmente logró dominarse, penetró a su recamara, encendió la luz y ¡nada! La figura  había desaparecido. A la mañana siguiente, durante el desayuno, la madre le comunicó que José, un muchacho que la hija conoció algún tiempo atrás, había muerto el día anterior, a las cinco de la tarde.

En México, en el México precristiano, y en el México industrial de la actualidad, en las etnias la muerte  es tan real que hasta el día presente no hay quien pueda decir que la puede evitar.

 Debido a eso se le considera una deidad que recibe el nombre de Mictlantecutli, Señor del Mictlán o cielo de la oscuridad. Pero no infierno al estilo cristiano, pues es un cielo, del que, después de un recorrido, al estilo espeleológico, se emergerá al Tlalocan,  paraíso mexica de la eterna primavera.

Los días 1 y 2 de noviembre todo el país se vuelve una fiesta de la muerte (nada tiene que ver con el actual culto a la “santa muerte”).Los panteones son puntos de reunión de las familias y esos campus-santos se convierten en verdaderos Pic nic. Se instalan puestos de comida y pululan los conjuntos musicales que cantan,a petición de los familiares, las canciones que en vida le gustaban  al ahora fallecido.

Y no pocos contratos colectivos de trabajo, de los sindicatos, en las fábricas, tienen una cláusula, por usos y costumbres, que los dos primeros días de noviembre no se laboran.














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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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