EL PENSAMIENTO LIBRE DE BERGSON


Una hilera de naipes que, al caer uno, los demás están bajo el determinismo fenomenológico de también caer. Un yo mecánico parecido al de las criaturas del zoo. Una conciencia que depende del cuerpo.

Bergson va contra todo eso.

El hombre no es lo que come, come lo que es. Unos comen puros vegetales, otros tienen preferencia por los carbohidratos y otros por la proteína animal. Con la información de la ciencia médica procurará frecuentar la dieta balanceada, pero siempre dominará su modo de ser.

De suyo, unos son sobrios en el comer, otros no paramos hasta el hartazgo. Por más que pongan frente a nuestros ojos las fatales estadísticas de la obesidad, la diabetes y la hipertensión, no paramos hasta dejar limpio el último plato. Para luego seguir con el postre, un cigarro  y ocho dedos de  ron o de whisky.

Aquellos saldrán corriendo, metidos ya en sus cortos, tenis y camiseta. Otros, mientras eructamos generosamente, prendemos el televisor para apoltronarnos en el mullido sillón.

El simple hecho de que por las calles los hombres, y sobre todo las mujeres, van vestidos de muy diferente manera, es de hecho un acto nada simple.

Los humanos están buscando siempre la libertad para expresarse y evitar el efecto dominó. Hasta en la manera de orinar unos se quedan quietos y otros tratan de dibujar las letras del   abecedario.

 Y no hay cadenas de acero, ni argumento   ideológico bien urdido y puesto en escena, que los haga permanecer siempre en la esclavitud.

En ocasiones, perdida la conciencia de la libertad, buscarán alucinados la esclavitud. Pero a la postre será como un acto de purificación, para volver á  ser conscientes de la libertad.

Después de todo perder su libertad, en busca de una imaginada libertad, también es su libertad. Todos los pueblos  del planeta han pasado por eso. Y lo seguirán haciendo, por los siglos de los siglos.

Como el que no tiene conciencia, que goza de la salud corporal, hasta que se aplasta un dedo con el martillo. De ahí que Schopenhauer haya dicho las extrañas palabras que hay  males que son bienes. Males que nos hacen pensar en lo bueno que era, tan familiar, que ya ni lo tomábamos en cuenta, hasta que lo perdimos.

Gastar treinta años de nuestra vida, en una celda de dos por tres, bien vale la pena pensar en la libertad. Y hay celdas, peores que esa, que no tienen barrotes.
Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich,1968

Bochenski, refiriéndose al pensamiento de Bergson, a su memoria pura, a su yo profundo, más allá de los límites de la psicología asociacionista, que se  aparta de la vocación por la libertad, anota que: “nuestras acciones arrancan de toda nuestra personalidad. La decisión crea algo nuevo, el hecho sale del yo, del yo únicamente, y es, también, completamente libre.”( I.M. Bochenski, La filosofía actual).

En algunos países hay, en sus universidades, la Escuela  o Facultad de Diseño Industrial que siempre busca nuevos modos y formas materiales. De la misma manera hay, del otro lado del campus, la Facultad de Filosofía y Letras que estudia sistemáticamente lo que la humanidad ha pensado, siempre en busca de cómo salir mejor librado del efecto dominó.

Kant coincide con Bergson en el sentido que la razón se libera del fenómeno  dominó para marcar un nuevo principio:

“No se puede concebir  sino dos especies de causalidad en relación a lo que ocurre; la causalidad siguiendo la naturaleza o la causalidad por la libertad

"La primera es en el mundo sensible, el enlace de un estado con el estado precedente, al cual sucede según una regla, y como la causalidad  del fenómeno reposa sobre las condiciones de tiempo y el estado precedente.”

Y sigue: “La libertad en el sentido práctico es la independencia de la voluntad con relación a la sujeción de las pendientes de la sensibilidad.”

Lejos de hacer una antinomia libertad y naturaleza, como con frecuencia  artificialmente se les ha manipulado, hacen una armonía. Sigue diciendo Kant: “libertad y naturaleza, cada una en su sentido perfecto, se encontrarían juntas y sin conflictos de ninguna  especie, en las mismas acciones, según que se las aproximara  a su causa inteligible o a su causa sensible.”

Para sentir la responsabilidad es necesario tener la libertad, anota Bergson: “Un ser no se siente obligado sino cuando es libre y cada obligación, tomada aparte, implica la libertad.” (Las dos fuentes de la moral y  de la religión)
Bergson

Henri-Louis Bergson o Henri Bergson (París, 18 de octubre de 1859Auteuil, 4 de enero de 1941) fue un filósofo francés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927. Hijo de un músico judío y de una mujer irlandesa, se educó en el Liceo Condorcet y la École Normale Supérieure, donde estudió filosofía. Después de una carrera docente como maestro en varias escuelas secundarias, Bergson fue designado para la École Normale Supérieure en 1898 y, desde 1900 hasta 1921, ostentó la cátedra de filosofía en el Collège de France. En 1914 fue elegido para la Academia Francesa; de 1921 a 1926 fue presidente de la Comisión de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. régimen de Vichy El bagaje británico de Bergson explica la profunda influencia que Spencer, Mill y Darwin ejercieron en él durante su juventud, pero su propia filosofía es en gran medida una reacción en contra de sus sistemas racionalistas.1 También recibió una notable influencia de Ralph Waldo Emerson.










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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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