Con datos de
la razón práctica es con lo que trabaja la filosofía de academia. Los artículos
de fe son propios de la religión. Revolver estos campos produce mucho ruido y
al final queda la confusión.
“Callejón
sin salida” es la expresión, o la impresión, cuando volteamos para todos lados
y vemos que no hay salida. En filosofía esto se llama aporía.
Para el
lector apresurado de Internet que quiera un resumen de esta nota, sepa, en
lenguaje coloquial, que la aporía en filosofía salta cuando queremos sumar
jitomates con cebollas…Realidad con idealidad.
Lo habitual
es que entendemos que la armonía es armonía porque hay desarmonía. Entonces
todo fluye normalmente, al problema se le busca solución, hay movimiento, hay
devenir, y la vida sigue en el lógico tapete de las antinomias: del invierno
nos vamos a la primavera, de la comida salada al sabroso postre dulce, del
llanto a la risa, de la abundancia material
a la pobreza, de la soledad a la multitud, de la hamaca en la playa al
vivac en la montaña, etc.
En la
aporía, en cambio, la vida parece detenerse. Y, como el escalador que ha
llegado en su ruta que traza, a lo que parece inescalable, empiezan a buscarse soluciones desesperadas.
Es cuando se tiene la impresión que se está en la última frontera de lo razonable.
Es cuando se tiene la impresión que se está en la última frontera de lo razonable.
La aporía en
filosofía reaparece cuando se ha hace presente la vieja cuestión de si las
cosas sólo son cosas o son apariencias. Algo que vemos pero que contiene algo
que no vemos.
Como la
imagen latente en la película que todavía
no se ha revelado. Cualquiera ve sólo la película pero el fotógrafo sabe que
ahí hay algo más que la película. Y lo que hay es lo esencial. Que la película
es el vehículo en el que se manifiesta aquello.
Lo que está
más a la mano es la bandera nacional de todos los pueblos. ¿Por qué se les
rinde honores si en apariencia sólo son trapos, líneas y colores? Sería
demencial si esto pasara y no se creyera que ahí haya valores esenciales.
Este es el campus en el que, de una manera o
de otra, se desarrollan todos los sistemas filosóficos, tanto los empíricos
como los idealistas.
¿La vida es
así, de empírica, o persigue algo de valor, no sólo valor práctico, sino sobre todo valor esencial, trascendental?
¿Hay un Ser
que trasciende, sobre el movimiento presente, que pasa? Wahl escribe: “Fue Protágoras
quien dijo que no se debe usar nunca el término
“Ser” porque todo está en cambio constante.”
Desde el
viejo Protágoras, como acabamos de ver, hay filósofos que dicen que las cosas
son como son y no hay porque andar buscando debajo de las piedras. De los
pensadores modernos, Nietzsche lo
reafirma en su libro Aurora.
Y, sin
embargo, son estos mismos pensadores, escépticos, empiristas, los que dejan
abierta la pregunta. Se sacuden las manos, creen dejar solucionada la cuestión,
pero, al final, confiesan, no la incredulidad, sino la impotencia para
encontrar la solución.
La solución
sustentada en la razón práctica, no en la fe, que no cuestiona, de los
creyentes.
“Locke
concluyó-escribe Wahl, en su gran obra
Introducción a la filosofía-que la sustancia es un “no sé qué”, no obstante
creía que existe y que por detrás de las propiedades hay algo, algo de lo cual no podemos decir
nada.”
Y Eckermann,
en sus Conversaciones con Goethe,
consigna un pensamiento del autor de Fausto: “En la naturaleza queda siempre
algo problemático, a cuya exploración no alcanzan las humanas facultades.”
Y Wahl dice
de la filosofía de Schelling que: “por encima de todos los conceptos
intelectuales hay un Ser, algo que no puede expresarse, pero que no obstante es
la fuente de todo.”
Y del
pensamiento de Jasper, Wahl comenta,
refiriéndose al tema del Ser y lo que deviene, que: “pudiéramos encontrar un
oscuro fondo del que tenemos un cierto sentimiento, pero que nunca logramos
apresar, salvo en momentos parciales y fugitivos, por tal modo que finalmente
sucumbimos y en cierto sentido zozobramos en nuestra empresa.”
Wahl cuenta
la dificultad que Kant experimentaba cuando consideraba las dos ciencias que parecían sólidamente constituidas al final
del siglo dieciocho, la geometría euclidiana, que tenía siglos de vida, y la
física newtoniana: “le impresionaba la dificultad de resolver las antinomias
del espacio: no se puede decir ni que el mundo tiene límites ni que no los
tiene; no se puede decir ni que es infinitamente divisible, ni que es necesario
detenerse en átomos o monadas.” En la realidad ni en la idealidad.
Con el testimonio a la vista de estos
pensadores, Schopenhauer no se anda por las ramas. En México hay un dicho que
reza de la siguiente manera: “cada chango a su mecate” o el peligro de sumar
cebollas con jitomates. Bueno, Schopenhauer
dice lo mismo pero de esta manera:
“En la
religión cristiana la existencia de Dios es cosa decidida y por encima de toda
investigación. Y así debe ser: pues pertenece a ella y se funda en la revelación.
Por eso considero un desacierto de los racionalistas que en sus dogmáticas
hayan intentado demostrar la existencia de Dios de otra forma que por las
Escrituras. No saben, en su inocencia, cuan peligroso es este juego. La filosofía,
en cambio, es una ciencia y en cuanto tal carece de artículos de fe: en
consecuencia nada puede admitirse en ella como existente más que lo dado
directamente por experiencia o lo demostrado con razonamientos indubitables.”(Parerga y Paralipómena)
“Jean
Wahl nació en Marsella, en 1888. Falleció en París en 1974. Filósofo
francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para
enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado,
sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la
conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son,
entre otros títulos, Filosofías pluralistas de Inglaterra y América
(1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la
filosofía (1948).”Wlipedia
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