J.WAHL, “LIBERTAD” DE NACER

Yo no decidí nacer, pero nací. ¿O sí decidí?

¿Fue mi voluntad preexistente o alguien decidió por mí?

Para la gente de fe no hay duda.

El temas corresponde a la libertad y también a la responsabilidad individual.

Pero en los terrenos de la filosofía es meterse en vericuetos y quedar frente a una aporía. Como quien dice en un callejón sin salida. El asunto vale como ejercicio intelectual. Ejercicio muy útil en estos tiempos del Alzheimer.

El síndrome del éxodo ilustra que somos, por la genética y por la cultura, como somos. En cincuenta países del globo, y en  este siglo, alguien está viviendo el síndrome del éxodo. Sabe, de primera mano, de lo que estamos hablando.

Hegel observó que somos lo que conocemos, pensamos y sentimos, que estamos vinculados a nuestra cultura y a nuestra historia.

Los  españoles que se exiliaron  en México, tanto los nacionalistas, primeros que llegaron al país huyendo de la vesánica dictadura de la República, como los internacionalistas, que después llegaron huyendo de la vesánica  dictadura de Franco,  se identifican con el Quijote, no con el Popol Vuh.

Aun en lo que rechazamos estamos reafirmando nuestra personalidad. Esto lo había dicho Ortega y Gasset desde 1912.

Si nos dan a escoger un platillo de comida de nuestra tierra, y otro de otro país, podemos comer este por disposición ecléctica, pero lo nuestro es lo nuestro.  Un mexicano encuentra sabrosos los hot dogs pero prefiere los tamales. Ni siquiera se pone en cursivas ni comillas la palabra tamales, es  endémico, es lo suyo.

Con negar los valores de otros, reafirmamos nuestros valores.  

 “Nos volvemos conscientes de valores a través de nuestra actitud de repulsa en presencia de ciertas cosas que son opuestas a los valores que aún no hemos afirmado claramente.” ( J. Wahl. Introducción a la filosofía).

Siempre estamos decidiendo desde nuestra voluntad. Siempre estamos decidiendo desde nuestra tradición inconsciente genética y también de la tradición cultural aprendida.

El pasado nuestro no es un fósil congelado en el tiempo. Sigue actuando en nuestro presente. Es una manera de decir porque, en rigor, la misma amonita sigue enseñándonos desde su pétreo congelamiento.

Si fuera cierto el “volví a nacer”, como se cree en algunos programas de reeducación de la conducta, al estilo de Alcohólicos Anónimos, o al cambiar de religión, sería otro, no el mismo. Partir de cero sólo se da en las patologías de la mente. O en el futbol, al principio del partido.

Como creer que  obtendremos un  automóvil del año con el sólo hecho de poner un volante nuevo al mismo automóvil de antes.

¿Qué paso con esos “nacimientos” de reeducación de la conducta? Efectivamente se reeducó la conducta, es decir, se regresó a como era originalmente, antes de la distorsión. Ahora es, efectivamente, un hombre nuevo, pero con respecto a la patología, no al modo original.

Max Scheler escribe en su Ética que  “las vivencias pasadas no han cesado de existir ni operar: existen en el yo y, “con el” yo; la eliminación de una de nuestras vivencias cambiaría, en principio, de algún modo la vivencia total del presente.”

¿Dónde quedó, pues, la libertad de elección? Sí elijo, dice Wahl,” pero esta elección está determinada por el dato que soy yo. Yo estoy en cierto sentido dado a mí mismo.” ¿Pero desde cuándo soy yo mismo? ¿Desde cuándo decido? Ese es el punto.

Es en este punto donde Henry Bergson se hace un cuestionamiento interesante. Si estoy convencido que yo puedo dirigir mi vida, o, como se dice, mi destino, ¿por qué no pensar en una voluntad preexistente? Y haber dicho que no.

Espermatozoidicamente mis padres decidieron que yo naciera pero la  voluntad es mía. ¿Nací porque así lo decidí pero también pude haber decidido no nacer?

El ejercicio mental consiste en: 1) tratar de responderme: si nací sin que se tomara en cuenta mi opinión, ¿quién decidió por mí? 2) si es cierto que yo decidí mi destino pude haber decidido no nacer.

Como sea “El hombre se halla sumergido en una circunstancia que no elige.” Frase de Ortega y Gasset, en su Estética.

Así es como quedamos parados, inermes, ante la aporía. ¿Atrapados  en el callejón sin salida? Todo lo contrario.

 Jean Wahl nos recuerda que Platón dice, en la República: "que todo ser humano elige su carácter en un acto que no podemos localizar en ningún momento de nuestra vida, puesto que es anterior al nacimiento, y que en este acto manifiesta cada quien su valor, su carácter bueno o malo." (El camino del filosofo, Fondo de Cultura Económica, México, 1988).

Lo anterior está lejos de ser un determinismo y, por el contrario, se nos presenta como un caso de libertad, de decisión, propia del individuo aun antes de nacer. Que se traduce como la voluntad de ser.

Aun cuando fuera la más locas de las fabulas, es tan bella que vale la pena conservarla y fomentarla.

 Como contra tesis en la vida practica los hábitos patógenos tales como el sedentarismo, afición desmedida a la ingesta de sal, azúcar, fumar, alcoholismo y demás tipos de drogadicción, sería el camino del no ser.

Como se presenta el asunto parece que está fuera del tiempo atómico el decidir ser o no ser. Las cuestiones del materialismo e idealismo se encuadrarían en el mismo contexto.

 Con la libertad de decidir desde los  tiempos ignotos, no natos, llega la responsabilidad propia. Si decidí  nacer, decidí ser responsable. Si digo que otros decidieron por mí entonces la responsabilidad es de otros. Schopenhauer lo expresa a su manera nada diplomática. Las cursivas son de él:

 "...el racionalista sigue tranquilamente a su luz de la naturaleza creyendo de veras y seriamente que efectivamente no ha sido nada hace cuarenta o cincuenta años cuando su papá le engendró con el gorro de dormir, y su gansa mamá le había dado felizmente al mundo y que entonces había sido creado de la nada, porque solamente así no es responsable de nada."(En torno a la filosofía)

Muchísima información en el siglo veintiuno pero poco conocimiento porque no hay tiempo para leer tanto con el debido detenimiento. Ni siquiera me acuerdo ya  del número telefónico de casa. Mi teléfono móvil tiene ese dato y cien más. Dependo del móvil. Ya no necesito ejercitar la memoria. Y Alzheimer sigue avanzando.

En Los Intocables Nelson Ned marcaba, en el teléfono de la bocinita en pared, recordando los números.

Por eso enfrentarse con las aporías filosóficas no es un asunto ocioso para la mente. Es un ejercicio tan vigoroso como agarrar la mochila y empezar a subir la montaña.

Quizá no lleguemos esta vez a la cumbre, tal vez no resolvamos en esta ocasión la aporía pero, como dice Thoreau, el intrínseco beneficio del ejercicio ya quedó patente en mí. Y en todo caso eso es lo que importa.
WAHL

Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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