STO.TOMAS CONSTRUYE PUENTES ENTRE RAZÓN Y FE


 

Los filósofos entre bambalinas, W. Weischedel, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.

La fe y la razón proceden de Dios.

 Tomás plasmó esta idea en voluminosas obras. En el siglo veintiuno tal vez  el tema  nos parezca obvio, hablando de la cultura occidental, pero en el siglo trece, que fue el tiempo en el que Tomás vivió, el teocentrismo y el antropocentrismo eran trincheras de concepción irreductible.

 La  Iglesia misma veía con recelo a Tomás.  Esto se acrecentó cuando el religioso tuvo un considerable acercamiento con el paganismo  por medio de la filosofía de Aristóteles.

El puente que Tomás tendió consiste en que “La fe no es irracional y la razón, por su parte, si se entiende de manera correcta, no puede enseñar nada que se oponga a la fe.”

Lo anterior es sintético pero ahora era necesario investigar a cada una por su lado. Es  el trabajo analítico que durante toda su vida lleva a cabo, y dejó plasmada, principalmente en sus dos voluminosos trabajos: Summa Theológica y  Summa Contra  Gentiles.

A partir  de la obra terminada, se puede  conocer al albañil.

Es lo que Santo Tomás de Aquino dice de Dios: “En cierto modo, es posible llegar a conocer al creador a partir de lo creado.”

En este modo de retroceder, a partir del efecto, se puede conocer la historia de las cosas, las personas o las sociedades.

Podemos pensar en situaciones de alegría como un viejo matrimonio bien habido o un veterano beisbolista, ya retirado, que pudo realizarse como tal. Por su condición última se puede sacar  trayectoria de ambos ejemplos.

Asimismo las  sociedades carentes de organización, que sufren algunos países de manera sino total si generalizada, se puede sacar que muchos de sus individuos tuvieron una niñez maltratada y muy  lejos de la ética y la moral.

Un podólogo observa los tacones chuecos de los zapatos y sabe de qué adolece el modo de caminar el dueño.

¿Qué hace un psiquiatra  ante una persona agobiada que lo busca para ayuda profesional? Necesita empezar a conocer su manera de vivir hasta ese día y de ser necesario desde el momento que nació. En ocasiones, según el caso, antecedentes familiares, el padre, la madre, el abuelo. Y, sin embargo, en algún punto hay que parar en ese viaje pretérito familiar.

Lo que dice Tomás es eso, que la historia humana es copia, un reflejo, una vaga analogía, de la historia divina. En lo positivo: “Todo lo que existe debe tener una causa para ello. Esa causa, a la vez, debe depender de otra causa más elevada. No obstante no es posible continuar hasta el infinito en la cadena de la causalidad. Por ende, debe haber una primera causa y ésta es Dios.”

Pero no es esto lo que distingue la obra de Tomás pues ya desde los presocráticos, y particularmente Aristóteles, y desde luego el cristianismo, ya lo habían considerado así.

Tomás, pensador del siglo trece, va a desarrollar su vasta obra filosófica-teológica, teniendo “como finalidad de demostrar que el mundo finito no puede tener su origen en sí mismo  sino que remite a  Dios como su creador.”

¿Cómo lo hace? Tomás observa que todo en la Naturaleza tiene tendencia a transformarse en algo mejor. Es decir que va de la potencia al acto: “Ese concepto de la realidad no se encuentra en la materia sino en la forma, une el pensamiento medieval con el antiguo y los opone a la visión moderna.”

Esto es, que en el mundo hay realidades y que estas realidades tienen su esencia, no sólo son realidades materiales. Por ese camino: “Se puede descubrir el propósito de Dios respecto al mundo.”

De ahí que la filosofía, dentro de su conocimiento del mundo, tenga la tarea de “extraer la esencia de la realidad.”

La cultura occidental es un edificio sobre estos dos pilares: razón y fe. En los países donde la democracia goza de buena salud  siempre habrá duda en un sentido o en otro. Pero, como dijo Henry Fonda en la película 12 hombres en pugna: “Tenemos una duda razonable”. Una duda razonable que nos permite pensar en libertad.

Pero no se llega a ese conocimiento frotando la lámpara para que salga el genio y, ¡listo! Se consigue haciendo como Thoreau, que recorría el sendero de los bosques con tesón, buscando la forma, un día y el otro también. Pero sin sufrir, con alegría. Tomás veía que “cada aspecto de la realidad es más elevado mientras la forma haya superado más a la materia.”

Es un religioso, un hombre de fe, no obstante, no quiere empezar desde arriba, de la causa primera que lo hace todo. Más bien  hace como humano que imagina una escalera apoyada en la Tierra, no colgada de las nubes.

Es así como elabora una especie de tabla de valores prácticos y esenciales (los peldaños  de la escalera), empezando por lo inanimado y las plantas. Siguen los animales, con capacidad vegetativa pero, que ya poseen algo extraordinario sensitivo, que es la percepción.

Sigue el hombre con lo mismo sensitivo, y la percepción de los animales, pero ya con alma inmortal. Y, con la angustia que da el conocimiento que va a morir. Al brotar la pregunta ¿por qué hay que morir?, empezaron a desarrollarse innumerables modos de pensar tanto filosóficos como teológicos que luego tomarían forma de “tratados”, “teorías” o “escuelas”.

Esta categorización de Tomás recuerda la hipótesis de los cuatro puntos de vista de las nociones comunes de Spinoza plasmados  en su Ética. Cómo de las ideas fisicoquímicas va pasando a las ideas de esencia. Señala:

“El camino es este: siendo adecuadas las nociones comunes nos conducen necesariamente a Dios…Tiene una cara vuelta hacia las nociones comunes y una cara vuelta hacia las esencias.”

Admitido el contexto de libertad para pensar, las ideas consideradas por Tomás siempre están presentes y son pensadas por los filósofos hacia el siglo veintiuno mediante “escuelas”, según apunta I.M. Bochenski, como empirismo, idealismo, filosofía de la vida, fenomenología, filosofía de la existencia y metafísica.(La filosofía actual)

Luego siguen los espíritus incorpóreos que son los ángeles pero que tampoco son perfectos. Finalmente el espíritu puro increado, unas veces representado, otras no, una veces nombrado  y otras sin nombre, que es Dios.

En esto, de la forma pura, como espíritu puro, alejado de toda materia, es donde van a coincidir Tomás, monje cristiano del siglo trece, y Aristóteles, del “paganismo” griego diecinueve siglos atrás.

En El náufrago ilusionado José Ortega y Gasset utiliza el término raciovitalismo  en el que considera una concordancia entre  razón y vida contemplativa, considerada esta como pensamiento: “La posición del raciovitalismo no enfrenta vida activa y vida contemplativa sino que los intereses  de la vida deberán ser iluminados por la razón.”

La tarea que se echa a cuestas Tomás es lo que se ha llamado su “mundanidad”, que consiste en que el alma no está separada del mundo, como hasta entonces se creía en el Medioevo, incluido San Agustín.

La idea de superar islas del pensamiento, abstracciones, y llegar a una unidad pisando tierra con origen en el cielo, fue lo de Tomás.

No es ya el juego escolar de la cuerda tirada por grupos antagónicos envalentonados para ver quién vence al otro.

Es la convicción de la filosofía tomista que  “tanto la fe como la razón proceden de Dios.”

Tomás
“Tomás de Aquino, en italiano Tommaso D'Aquino (Roccasecca o Belcastro,1 Italia, 1224/1225 – Abadía de Fossanuova, 7 de marzo de 1274) fue un teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de Predicadores, el principal representante de la enseñanza escolástica, una de las mayores figuras de la teología sistemática y, a su vez, una de las mayores autoridades en metafísica, hasta el punto de, después de muerto, ser el referente de varias escuelas del pensamiento: tomista y neotomista. Es conocido también como Doctor Angélico , Doctor Común y Doctor de la Humanidad, apodos dados por la Iglesia católica, la cual lo recomienda para los estudios de filosofía y teología.Sus obras más conocidas son la Summa theologiae, compendio de la doctrina católica en la cual trata 495 cuestiones divididas en artículos, y la Summa contra gentiles, compendio de apología filosófica de la fe católica, que consta de 410 capítulos agrupados en 4 libros, redactado a petición de Raimundo de Peñafort.” Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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