ORTEGA Y GASSET, ATRAPADOS POR LA CIRCUNSTANCIA


 

Mi propio mundo exterior grosero puede atraparme si mi yo carece de valores esenciales.

Trabajamos para comer y al mismo tiempo tenemos pensamientos esenciales que trascienden la realidad. Hay el riesgo que el empirismo de la mundanidad nos atrape y ya no pensemos más allá de donde alcancemos a arrojar la piedra haciendo patitos sobre el agua:

“La realidad nos obliga a entrar nosotros en ella y quedamos absorbidos en su poder, entregados a sus violentos influjos.”(José Ortega y Gasset, El náufrago ilusionado)

Los “lugares comunes” son sin duda un tesoro de sabiduría  que la humanidad ha logrado aprehender a través de los siglos pero, sin ir más allá, esos lugares comunes son como el terreno pantanoso en el que queda atrapado el dinosaurio…

En la lucha por la comida y otras necesidades básicas, quedamos bajo la lente del microscopio, encerrados en la “laminilla delgada”. En nuestra circunstancia, para decirlo con una expresión de Ortega. Para saber qué sucede ahí necesitamos poner distancia y situarnos sobre el ocular del microscopio.

Como hacen los alpinistas en su ejercicio de escalar montañas. El que escribe sobre alpinismo agarra distancia y busca cierta relación entre acción y volición.

El geólogo en su montaña, en plena acción, desprende muestras de roca. Toma distancia, se retira a su laboratorio-oficina y empezar a considerar posibilidades tectónicas.

El que escribe, primero vive y después se aleja de sí mismo, de su cuerpo, pasa a la narración que hace ausente lo presente, lo convierte en imagen, en idea:

“la narración hace todo un fantasma de sí mismo, lo aleja, lo traspone más allá del horizonte de la actualidad. Lo narrado es un “fue”. Y el fue es la forma esquemática que deja en el presente lo que está ausente, el ser de lo que ya no es.”

Salir de mi circunstancia de obrero, que por las mañanas barre el boulevard, es salir de mi materialidad, desrealizarla, decirlo en imagen si soy artista y pinto sobre el lienzo o esculpo en el mármol. O expresarlo en ideas si me da por escribir.

Como sea, es interpretación. En este caso debo prestar mucha atención al lenguaje, el (mi) modo de decirlo,  “hablar acertadamente”, dice Ortega.

Schopenhauer observa que, cuando las ideas no están muy claras, el modo de decirlo se presenta artificialmente complicado, para ocultar la deficiencia.

Otros no sueltan la idea aunque se tropiecen con la ortografía. Scott Donaldson dice que tanto Ernst Hemingway como Scott Fitzgerald no siempre cuidaban la buena ortografía, quizá porque se preocupaban más por seguir la idea del relato (libro: Hemingway contra Fitzgerald).

La observación de Ortega, respecto de la atención al lenguaje,  habría que tenerla siempre presente porque es parte de la circunstancia en la que me muevo y que implica mi  vida activa y mi  vida contemplativa.

Sucede sobre todo en la prisa del periodismo, cuando se trata de “revisar galeras”, como antes se decía, ahora en la pantalla de la computadora, que no siempre se leen las palabras  sino que sólo se ven,  y el error queda aún en las más cuidadosas publicaciones de revistas y libros.

 ¿De verdad abarco las dos vidas, la activa y la contemplativa? ¿O sólo una, comiendo palomitas frente al televisor?
Vida activa  y vida contemplativa

Si abarco las dos ¿en qué medida de entrega? Me pregunta alguien si leo libro de cultura y  digo que sí. Tal vez dos al año. El trabajo, las  reuniones  sociales, actividades en el deporte, la familia, el bar, la televisión y las idas al estadio de futbol,  dejan poco tiempo para leer.
Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich, 1968.

Siempre nos encontraremos con la pregunta ¿para qué tanto afán?  ”Esencialmente la vida es prisa”, escribe Ortega.  “A la vida activa le falta la vida contemplativa…hay  la posibilidad del sujeto de ser absorbido por la realidad. La vida activa propicia el riesgo de permanecer en la superficie de las cosas.”

En la  vida practica  es correcto  en todos sentidos tomar lo útil como útil pero, “Hacer de la utilidad la verdad, es la definición de la mentira.”

Luego de la observación  que podemos ser absorbidos por la loca y superficial carrera de la mundanidad, Ortega aporta otro elemento que se llama coexistencia.

No tenemos por qué vivir en las islas si podemos vivir en el continente. De otro modo: ¿por qué vivir en las abstracciones si podemos hacerlo en el todo? En la integración.

¿Qué es eso del todo?

A grandes rasgos: A) Consideremos la loca carrera del vivir que nos empuja necesariamente, B)  el Positivismo que vive en las aulas de la Academia C)  y también el Romanticismo que abre sus alas a la fantasía:

“superar las posiciones tanto del realismo-que intenta pensar las cosas  independientemente del sujeto-como del idealismo-que pretende reducir las cosas a contenidos de  conciencia.”

Lo patológico es creer que el Baldor y la poesía de Bukouski están peleados. El poeta Omar Kayam construía calendarios astronómicos.

La ligera prosa de Ortega, con su valiosa densidad filosófica, nos dice que la idea y lo sensible no son antagónicos. Pueden llegar a complementarse en un sano equilibrio si se les observa y práctica con cuidado:

“Desde esta posición ya no tiene sentido contraponer vida activa y vida contemplativa”, dice.

No es un imperativo, no es una orden como hacen los políticos desde la tribuna. Asegura Ortega que con disposición de coexistencia podemos ir, como Alicia a través del espejo, de una realidad a otra realidad. En un mismo día, sin esperar al año siguiente.

Más adelante, al acuñar la palabra integración,  está diciendo  “que el yo es coexistencia con las circunstancias. Se está afirmando además que el hombre avanza  con mayor seguridad hacia la “entelequia” o ejecución de sus potencialidades cuando se ha hecho cargo mediante el conocimiento del contorno que le rodea.”

Ortega observa que el hombre  es un clasificador al cual le gusta guardar todo en cajones. Labor necesaria para la especialización. Pero  sino se tiene en mente el todo se queda encerrada en una abstracción,  secta cultural o académica.

Labor valiosísima en cambio, la especialización, si es en la perspectiva de  servir para comprender  el todo. Dice: “Toda realidad  es parte de un todo, el de la vida humana en su conjunto, que ningún sujeto puede vivir en su totalidad.”


ORTEGA
“José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883 – ibídem, 18 de octubre de 1955) fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital (raciovitalismo) e histórica, situado en el movimiento del Novecentismo.”WIKIPEDIA

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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