Pascal se
decide y apuesta. Schopenhauer no apuesta, prefiere conservar lo que tiene.
Occidente tiene su gran cultura que desarrolla
en la dualidad (con frecuencia antinomia) Romanticismo e Ilustración. O valores
hedónicos, valores de civilización y valores vitales o esenciales y morales.
En otras
palabras: fe en que existe lo inteligible y elabora al mismo tiempo grandes
sistemas del pensamiento lógico. De ahí el valor de esta cultura porque está
hecha de tesis y contra tesis.
Como quien
dice, hay campo donde escoger el modo de vivir como uno prefiera. Un largo
camino de siglos ha recorrido el humano pensando y profundizando estos dos
modos de existir, desde los Presocráticos en la Grecia pagana.
Dos grandes
figuras del pensamiento filosófico seguirían como representativas de esas dos
modos de pensar que son Platón, con las Ideas Inteligibles, eternas y fuera del
tiempo, y Parménides, con su modo de razonar que pone al humano en el centro
del universo, como la medida desde la cual debe referirse todo.
Unos viven
felices con su pensamiento, abstracto, del razonamiento lógico, y otros,
también en la abstracción, en el modo de ser esencial o religioso.
La mayoría
procura encontrar la forma, o la fórmula, de llevar su vida práctica, tratando
de conciliar razón y fe. Después de todo, dicen algunos filósofos, todo lleva
al humano a la búsqueda del bien vivir.
Lo dicen de
esta manera: “Dios no puede contradecirse a sí mismo.“ Las dos vías paralelas
llevan al mismo feliz destino. No iba a enviar a unos en el monorriel en una dirección y a los del
otro monorriel en dirección opuesta.
Los que esto
dice hablan en tópicos, no piensan en conceptos y muy lejos aún de la
intuición. En todo caso revuelven recurriendo a la anfibología, también
conocida como polisemia. O, para decirlo familiarmente: ¿dónde quedó la bolita?
Este es el
punto en el que interviene Schopenhauer señalando lo absurdo de semejante
proceder. En su obra Parerga y Paralipómena,
en el capítulo “Esquema de una historia de la teoría de lo ideal y de lo real”.
Pascal
también busca abrirse camino, hacia la coherencia, a través del complejo campo
minado que es la naturaleza humana:
“El hombre
es superior por su conciencia, y ésta le dice que sólo una religión que sea capaz
de comprender su naturaleza dual puede ser la verdadera. Esta religión es la
católica, porque sólo ella ha sabido explicar la grandeza y la miseria del
hombre a través de los misterios del pecado original y de la redención.”
Sin embargo
la empresa no se presenta tan fácil y lo que Pascal ve ante sí es un abrupto sendero lleno de
piedras y obstáculos sin fin:
“Ve la
necesidad de reconocer el carácter contradictorio de la naturaleza humana. El
hombre es un “sujeto a un mismo tiempo único y doble”; en él habita la grandeza
y la abyección; anhela la verdad y vive en el engaño de sus sentidos, de su imaginación,
de su razón; quiere ser feliz y obtiene una vida de miseria y muerte. Siente en
sí que ha “nacido para el infinito” y se sabe al mismo tiempo limitado por lo
finito; el hombre, en fin, vive desgarrado entre su perenne aspiración a la
verdad y a la felicidad y su incapacidad de certidumbre y de felicidad.”
Esto es lo
que también ha visto Schopenhauer y trata, como dice el tópico, llamar pan al pan y vino al vino. O, como dicen los
pilletes del arrabal donde vivo: “cada chango a su mecate”.
Schopenhauer
apuesta porque se deslinden los campos y cada quien viva feliz en el lado de la
banqueta que le corresponde de la calle. Desde el siglo trece Santo Tomás de Aquino va a coincidir con Schopenhauer: " Ni invasión ni confusión entre la fe y la razón."(Tomás de Aquino, José Egido Serrano, Ediciones Encuentro,S.A.Madird,2006)
Una de las
cosas que han hecho célebre a
Blaise Pascal es esa invencible
inclinación de todo espíritu religioso que quiere que todos sean religiosos, o
que vivan en la esperanza de llegar al fin a morar por siempre en el cielo de
los Inteligibles.
En Pascal es
famosa lo que se conoce como la “apuesta”. Apostemos a que Dios existe, dice. Si
acertamos ganamos todo. Si no existe, no perdemos nada.
Hay más profundidad de lo que se cree en este pensamiento al parecer sólo ingenioso. Hace devenir en acto la potencia. En el devenir, en la acción, está el valor de la meta a seguir para el humano.
Si quiero llegar a la cumbre de una montaña necesito pensar y vivir como alpinista. Si se apuesta a que hay Dios, el humano vive en la espiritualidad. Vivir, como verbo, es de acción, es devenir.
Hay más profundidad de lo que se cree en este pensamiento al parecer sólo ingenioso. Hace devenir en acto la potencia. En el devenir, en la acción, está el valor de la meta a seguir para el humano.
Si quiero llegar a la cumbre de una montaña necesito pensar y vivir como alpinista. Si se apuesta a que hay Dios, el humano vive en la espiritualidad. Vivir, como verbo, es de acción, es devenir.
Schopenhauer
no apuesta. Él insiste en que cada chango a su mecate y dejar de recurrir a la anfibología:
“Con respecto
a la inmortalidad del alma, a partir de
su supuesta simplicidad, y la indisolubilidad que de ella se sigue y gracias a
la cual se excluye la única forma posible de muerte-la disolución de las
partes-, se puede decir en general que todas las leyes sobre el nacimiento, la
muerte, el cambio, la permanencia, etc., que conocemos bien a priori o a posteriori, valen
exclusivamente del mundo corpóreo que nos es dado objetivamente y además está condicionado por nuestro
intelecto: por ello, tan pronto como abandonamos este y hablamos de seres
inmateriales, no tenemos ya autorización alguna para aplicar aquellas leyes y
reglas a fin de afirmar cómo es o no posible el nacer y perecer de tales seres, sino que ahí carecemos de
toda pauta. De este modos quedan truncadas todas las pruebas de la inmortalidad
a partir de la simplicidad de la sustancia pensante. Pues la anfibología
consiste en que se habla de una sustancia inmaterial y luego se introducen las leyes de la material para aplicársela a
aquella.”
PASCAL |
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