Abrir el
polvoso desván, por curiosidad, y sacar un
escrito que su autor acaba de arrojar y
al que había dedicado 44 años de su vida (una vida cuya duración fue sólo de 49
años), pero que ahora considera con valor poco relevante, es algo que llama la
curiosidad:
“Había
trabajado con denuedo para llevar adelante un proyecto de vida que consistía en
intentar conciliar la racionalidad humana, los saberes de este mundo, con la
Revelación de Dios a través de Jesucristo y de su Iglesia. Tal vez estaba equivocado
pero ya no había marcha atrás: todo estaba consumado. Si había habido soberbia
en su actuación, también había habido buena fe. Dios sabría perdonarle, sin
duda: se ponía en manos de su misericordia. Se sentía exhausto, sin fuerza y
sin motivación, quizá enfermo. Ya no podría
dedicarse en adelante en continuar su proyecto, un proyecto en el que
había puesto su vida, pero que, visto desde cierta perspectiva, resultaba a lo
mejor desmesurado, demasiado poco humilde, tal vez prometeico hasta el exceso.
No se sentía demasiado bien de salud.
Tenía 48 0 49 años. El poco tiempo que tal vez le quedara de vida ¿no debía
dedicarlo a la contemplación de la luz serena que viene de la cruz?” (José
Egido Serrano, Tomás de Aquino a la luz
de su tiempo, Ediciones Encuentro, S. A. Madrid, 2006)
Este fue
Tomás de Aquino. Se cree que procedió de esa manera metafórica nuestra, que
acabamos de presentar, por la posibilidad de haber tenido en determinado momento,
la revelación espiritual de lo que él
tanto había escrito como hombre de fe en el cristianismo romano.
Como si buscáramos
con afán, durante 44, años una moneda con valor de un dólar y en lugar de eso al final nos encontráramos con
el más grande y valioso de los diamantes.
Un escrito
que casi pierde todo interés para el que acaba de encontrarse con la Verdad eterna,
tan cuestionada y a la vez buscada por
teólogos y filósofos.
Pero para nosotros
que andamos bregando (por no decir perdidos) entre valores esenciales y valores
de civilización, esa obra intelectual de Tomás resulta excepcional.
Sus
lecturas, sus escritos filosóficos y teológicos le parecieron, bajo la luz de
la suprema Verdad, algo mundano, perecedero y hasta pretensioso. ¡Y a eso le
había dedicado toda su vida! Prácticamente desde que, a la edad de cinco años,
su familia lo llevó al convento de Montecasino, Italia, para que siguiera una
vida religiosa.
Situación
discutible que se comete con alguien al desconocer la vocación de la criatura.
Pero que en el niño Tomás fue como una premonición experimentada por la familia.
Estaba depositando en el convento a un niño que se identificó con su nueva vida y, desde
entonces, lo habitual para él fueron los
ecos de filosofía y teología que rebotaban por todos los rincones del convento.
Se dice que
los primeros cinco años de edad son los que van a marcar la vida del individuo.
Así sucedió con Tomás. Para la gente del común esto nos parece extraño. Pero,
en el mundo de las vocaciones, alguien que va a ser virtuoso en la música ya
está con el violín a edad que los otros niños están jugando todavía con los carritos o con las muñecas.
Por lo
demás, Tomás fue de suyo un gran polemista y siempre estuvo apoyado por la
orden religiosa a la que perteneció que es la de los dominicos. De manera
cercana por Alberto Magno, maestro suyo en Paris y después compañero en la
docencia y en la investigación filosófico-teológica.
Uno de los
grandes afanes intelectuales de Tomás fue acercar los argumentos de razón en la
teología cristiana, con el concurso del conocimiento que tuvo de Aristóteles. A
diferencia de San Agustín que tiene más argumentos espirituales referidos a los
Evangelios, propios para la gente del claustro, pero un tanto distanciados para
le gente de banqueta.
Premonición
porque su familia, humana primordial ( en realidad su familia de toda su vida
fue la orden de Santo Domingo de Guzmán), no
llegó a verlo, cuando 244 años después de haber fallecido Tomás, fue
declarado por el Vaticano como Doctor de la Iglesia. Algunos años después de su
muerte, en 1323, había sido elevado a los altares mediante le ceremonia de
canonización por el papa Juan XXII.
Esto último
debido a su vida ejemplar como hombre religioso y lo primero por haber escrito
una obra intelectual de proporciones casi ingentes por su volumen y
revolucionaria en su proyección que consistió en tratar de llevar al pueblo de
la calle un Evangelio que se entendiera desde la razón. Fe, Razón, Eternidad,
Creación y Resurrección. Cómo poner al alcance del entendimiento, del hombre
del sueldo mínimo, semejante empresa.
Estudió toda
su vida para él entenderlo, luego luchó para que lo entendieran los hombres de
letras que llegaron casi hasta considerarlo un hereje (estamos hablando del
siglo XIII) y no sólo los ateos sino, tal vez con más virulencia, muchos teos,
hombre de Iglesia, que defendían su bagaje ortodoxo de la teología.
Poderosas
dignidades eclesiásticas veían con recelo ese giro que Tomás deba a sus
trabajos teológicos relacionados con Aristóteles.
Que un
Plotino se dé en la cauda de la filosofía
pagana ya tiene toda la libertad para hablar del Ser, de la Inteligencia (y con
esto de Dios, del Alma, etc.).Libre en su mundo del siglo tres lleno de polvo
provocado por el derrumbe del Imperio Romano que hacía perder de vista a la
gran filosofía de la Hélade. Pero ya en
medio de una Iglesia vigorosa que todavía era perseguida por lo que quedaba de
autoridad de los cesares.
Pero que un
Plotino, hablando de lo mismo, se de en el seno de la Iglesia católica, del
siglo trece, cuya jerarquía es muy vigilante frente a todo tipo de
distorsiones que se le da a los
Evangelios, ya es en sí toda una revolución en sí mismo, y puede resultar
peligrosamente revolucionario para el campus intelectual teológico-filosófico
al que pertenece ese niño llamado Tomás.
Aristóteles habla de Eternidad que niega la Creación, pero ahora Tomás defiende la idea que todo viene de Dios.
Aristóteles habla de Eternidad que niega la Creación, pero ahora Tomás defiende la idea que todo viene de Dios.
Al leer con
atención ese manuscrito que acabamos de sacar del metafórico polvoso desván, en el que al parecer su autor
lo ha confinado, nos damos cuenta que es un Tratado teológico que, como
encontramos en la obra documentada, extensa y amena, de Egido Serrano:
“…es sin duda uno de los que más han influido,
si no el que más, en toda la historia de la teología, de la Iglesia y de la fe
católica y, en general, cristiana. En casi ochocientos cincuenta años que nos separan
de la redacción de la Suma de Teología apenas
hay un Papa, un concilio o un teólogo que no la haya citado, elogiado y tenido
en cuenta, de uno u otro modo como autoridad doctrinal. Los libros y artículos
científicos, hermenéuticos, sintéticos o críticos sobre cada uno de los aspectos de la Suma se cuentan por decenas o centenas de millares.”
Tomás
encontró su Luz que vale más que todos los diamantes y se fue en pos de ella.
Pero a nosotros, hombres “callejeros” que andamos aturdidos entre metros, celulares,
sueldos mínimos y hábitos del consumismo, nos dejó ese diamante que es la Suma.
“Tomás de
Aquino, en italiano Tommaso D'Aquino (Roccasecca o Belcastro,1 Italia,
1224/1225 – Abadía de Fossanuova, 7 de marzo de 1274) fue un teólogo y filósofo
católico perteneciente a la Orden de Predicadores, el principal representante
de la enseñanza escolástica, una de las mayores figuras de la teología
sistemática y, a su vez, una de las mayores autoridades en metafísica, hasta el
punto de, después de muerto, ser el referente de varias escuelas del pensamiento:
tomista y neotomista. Es conocido también como Doctor Angélico , Doctor Común y
Doctor de la Humanidad, apodos dados por la Iglesia católica, la cual lo
recomienda para los estudios de filosofía y teología.Sus obras más conocidas
son la Summa theologiae, compendio de la doctrina católica en la cual trata 495
cuestiones divididas en artículos, y la Summa contra gentiles, compendio de
apología filosófica de la fe católica, que consta de 410 capítulos agrupados en
4 libros, redactado a petición de Raimundo de Peñafort.” Wikipedia
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