E. ECHEVERRÍA, ALPINISMO PREHISPANICO EN AMÉRICA


 

Practicaban el alpinismo religioso, los pueblos del continente americano, en tiempos anteriores al siglo dieciséis, que es el de la conquista española.

En montañas situadas desde los 2 mil metros, sobre el nivel del mar, hasta casi los 7 mil.

En México, Perú, Chiles, Bolivia, Argentina…

Adoraban la divinidad, ya masculina como Tláloc en México, o a la Pachamama en el sur del continente.

No adoraban a la montaña sino que la montaña era el avatar de la divinidad (como la paloma es el avatar del Espíritu Santo). Y sobre ella, a media altura, o en la cima, construían adoratorios para desde ahí quemar copal, como ahora quema incienso en derredor del altar el sacerdote católico. O sacrificaban humanos o animales.

Evelio Echeverría C. publicó un artículo sobre este tema en la Revista Andina, número 90 del mes de julio de 1968, y editada en Santiago, de Chile.

Se refiere a montañas que van de los 5 mil metros a más de 6 mil. Por lo general se trata de ascensiones sin complicaciones técnicas alpinas.

Pero esas laderas, en cambio, exigen mucha resistencia física y todavía más voluntad para seguir adelante. Cada año los alpinistas, por deporte, que frecuentan las montañas andinas, comprueban lo anterior.

Los cambios climáticos tan violentos de la Cordillera Central de los Andes han barrido a más de una expedición de modernos y experimentado andinistas que llegan del extranjero.

Monte llullaillaco, 6,723 m.s.n.m.
Andes chilenos
Y, algo que juega mucho en el alpinismo, es la altitud que hace estragos en el organismo humano. Pasando los 4 mil, y sin oxígeno en las mochilas, ya predomina un factor que las mejores voluntades y organismos resistentes no pueden controlar y sí en cambio ser abatidos en cuestión de pocas horas.

Si persisten, ya bajo los efectos del “mal de montaña”  puna, o soroche, y no dan marcha atrás y empiezan a  descender de inmediato, morirán.

 Por fortuna en esas condiciones, paso que se dé hacia abajo, paso que aleja del peligro ya que se interna  en regiones más bajas y con mayor oxígeno.

Y es aquí donde los pueblos andinos, habitantes de lugares elevados sobre el nivel del mar, son por naturaleza resistentes. De ahí que al pueblo le fuera posible subir esas largas, pesadas, elevadas y heladas laderas, en procesiones religiosas compuestas por hombres, mujeres y niños.

María Lorena Ramírez, indigena raramuri
Foto (de Chris Charpof) tomada del diario El País
Otro factor que contribuyó a incrementar  esa resistencia, fue la grave carencia tecnológica que significó la no utilización de la rueda en los pueblos indoamericanos. Y de no tener  animales de montar. Hacía ya muchos  miles de años que el caballo se había extinguido en el continente americano.

Era necesario caminar, caminar  y más  caminar, en cualquier distancia corta o larga que fuera necesario recorrer.

Por otra lado esa carencia tecnológica fue una bendición si recordamos que, según dice la ciencia médica, en este siglo veintiuno la mitad de habitantes del planeta  esta muriendo porque   la gente se olvidó  de caminar.

Las etnias que aún permanecen alejadas de nuestra  adorada civilización industrial, en México, se conservan resistentes pese a la mala alimentación debida a su pobreza económica en que las tuvieron los virreyes españoles, durante la colonia. Y ahora, desde la independencia,   les fue peor bajo los gobiernos mexicanos.

Como ejemplo de la resistencia ancestral citamos el caso de María Lorena Ramírez, muchacha indígena, de 22 años de edad, de la etnia raramuri- tarahumara, del norte de México, que recientemente (29 de abril 2017) ganó la carrera UltráTrail Cerro Gordo de cincuenta kilómetros a campo traviesa corriendo con huaraches (no con tenis) y vestido de ama de casa (no pants) y rebozo (no chamarra).El año anterior quedó en segundo lugar  en la Ultramaratón Caballo Blanco 2016 en la categoría de cien kilómetros.(Diario El País,20 de mayo de 2017,Pág.42)

Al final del artículo Echeverría hace una observación interesante, respecto del monte Aconcagua, dentro del panorama de la arqueología de alta montaña.
Al fondo el monte Las Tórtolas 6,330 m.s.n.m.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Las Tórtolas
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores