SCHOPENHAUER, LA NEGACIÓN DE VIVIR


 

Vivir sería, para este pensador, poseer setecientos pantalones para su uso particular, ochocientas camisas, doscientos automóviles, diez aviones para él, treinta transatlánticos, (mujeres, todas las que se pudiera con tal potencial económico…) y ser el número uno entre los tres hombres más ricos del mundo, según dicen  las revistas especializadas.

La negación de la voluntad de vivir, en cambio,  es retraerse, conscientemente, a las necesidades básicas para existir. O no salir de ellas en caso de poder hacerlo.

Jesús no tenía una almohada para recargar la cabeza cuando dormía. El Papa Francisco al ser electo, cabeza de mil millones de católicos, seguía llevando sus zapatos usados de siempre, según destacaron los paparazzo.

Y quinientos años antes de Jesús, y dos mil quinientos  años antes del Papa Francisco, Sócrates ya había observado: “la ciudad está llena de cosas que no necesito”."

"¿Por qué añadir más objetos a un mundo que no los necesita-respondió Manuel Borja-Villel en una entrevista que le hicieron respecto al arte y que salió publicada en El País 2/12/17,Pág.10, del Suplemento Cultural Babelia-En nuestros decorados, donde cualquier  cosa acaba siendo una mercancía. Napoleón es la marca de un coñac." 
 

Aquello es, en pocas palabras, lo que Schopenhauer quiere decir  con vivir, y con la negación de la voluntad de vivir, en el cuarto libro de su obra El mundo como voluntad y representación.

Y también es lo que más o menos mil pensadores, de primera línea, han bregado en sus escritos para referirse a la abundancia patológica y la sobriedad en el vivir: los sibaritas, los estoicos…

De los modernos, Santayana insiste en ese modo de ver las cosas. Cuestiona el término de “prosperidad”  que nos ha metido en la cabeza el liberalismo moderno, a cambio del (sacrificar) progreso, que es cultural, que por cierto nada tiene que ver con eso del “progresista”.

Este liberalismo moderno, insiste Santayana, que hace, con la celeridad y la exactitud de una moderna máquina, ciudadanos funcionales para el consumo.

Lo que vivimos es querer “subir” a la otra categoría social. De obrero a la clase  de la media de la sociedad, de esta a la clase dirigente  alta y de esta a la de revistas especializadas...

No es raro en nuestros días, que un obrero sindicalista  empiece  pegando  afiches en las calles  de la huelga de  fábrica en la que trabaja. Llegará a ser secretario general de su sindicato, diputado, luego   senador y de esta manera estará colocado ya en la tercera base para lanzarse corriendo a home.

Es legítimo aspirar a más pero, como dice el poeta: “lo malo, para la sociedad, es de los medios de los que se valió”.

Schopenhauer pone como paradigma de esta negación de la voluntad de vivir, así como queda dicho, al mismo Jesucristo y a los santos  y ascetas tanto del cristianismo como del budismo.

“la Gracia, la negación de la voluntad, la salvación, está simbolizada en el Dios hecho hombre, el cual, limpio de todo pecado, o sea de toda voluntad de vivir…”

Por el tener se puede perder  el alma (todo depende los medios para obtener de esa riqueza)y se pervierte a la sociedad. “Reparte tus riquezas  entre  los pobres y sígueme” le dijo Jesús al rico que quería ser uno de sus seguidores cercanos. No lo siguió.

 Schopenhauer habla también  de los extremos tanto del vivir como de la negación de la voluntad de vivir: ambos acaban en la nada.

Como las esculturas en hielo que algunos gustan  hacer en países tropicales... 

Sibaritas que reventaron en la molicie y ascetas que se les pasó la mano en el abstenerse.Esta es la última consideración de la obra de Schopenhauer a la que nos hemos  referido: todo acaba en la nada.

Al estilo de un escalador que, al abandonar la cumbre, efectúa un rappel, o descenso por cuerda, sin haber comprobado, oportunamente, si la cuerda llega a la base…

Y como no somos santos, ni ascetas, pero sí  inclinados a alejarnos de la “prosperidad” del liberalismo moderno, procuramos que la cuerda sea suficiente para no caer en la nada.

Si Schopenhauer fuera teólogo diría que con la muerte llegamos a otro modo de  vida.

Schopenhauer es filósofo y es perfectamente natural, y no hay porque alarmarse, que diga que con la muerte nos espera la nada.

Hasta que algún  filósofo  pruebe lo contrario, seguirá siendo la nada.

Con esto estamos de regreso de donde partimos porque, anota el mismo Schopenhauer, la nada es. No se trata de un vació, como comúnmente imaginamos, sino esa nada es una importante pieza en el ajedrez filosófico.

Una cosa es segura: esa nada, esa negación de la voluntad de vivir, está muy lejos del liberalismo moderno, fabricante de consumidores compulsivos.

SCHOPENHAUER
“Arthur Schopenhauer [  'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?•i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”Wikipedia

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores