PARA ENTENDER EL 12 DE DICIEMBRE DE MÉXICO


 



Cinco a ocho millones de personas llegan a la Basílica de Guadalupe, en México, el 12 de diciembre de cada año.

 

Nota publicada en Internet el 12 de diciembre a las 15:50 horas del 2017 (La  Gustavo A. Madero es una de las delegaciones políticas que forman el gobierno de la Ciudad de México, y es en la que se ubica la Basílica de Guadalupe)
“La  delegación Gustavo A. Madero   informó que en calma y sin incidentes mayores, continúa el arribo de peregrinos a la Basílica de Guadalupe, con una afluencia hasta el momento de seis millones 980 mil fieles.”
No sabemos si en la plaza de San Pedro, en Roma, o en el santuario de Lourdes, se dé esta situación. No es una competencia en cifras de peregrinos, es  un fenómeno socio religioso.

El 12 de diciembre es una apretadísima síntesis, dicho sea tautológicamente, de la historia de México. Mayormente del periodo colonial pero que se extiende hasta nuestros días del siglo veintiuno.
Coatlicue
Siete "cuentas" en el cuello.

Su conocimiento pormenorizado, y global, está en la lectura de cuatro obras: Historia general de las cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún, Historia de la diosa Chicomecoatl (ver en este mismo blog: Para entender a la Coyohauqui), Historia de la conquista de México, de W, Prescott, y La visión de los vencidos, de Miguel León Portilla.

Museo Nacional de Antropología e Historia
Cd. de México.
Siete mazorcas de maíz en su
penacho.
El catolicismo no es una religión, es la religión, la gran religión, de la cultura occidental por su contenido espiritual y por el inmenso bagaje que lleva de la cultura de la Hélade: Platón, Plotino, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno…

La Biblia del católico no es un libro para ser recitado como un imperativo categórico del no-pensar, sino un texto al que llegan individuos que tienen un conocimiento de las ideas del mundo como San Agustín, Chesterton. F. Copleston...

Pero que, en el caso de México, por haber sido impuesta bajo el terror de la espada, tiene que ver mucho con  el aspecto moral.


Los indígenas no adoraban a los ídolos, como reza el dicho punitivo de los conquistadores. Adoraban a la divinidad en el avatar de los ídolos.
Coyolxauhqui
Siete muescas en el cuello, señal de decapitación.
Siete cuentas en la cinta del rostro.

Como ahora adoramos a la paloma y a la cruz. Ni la paloma ni la cruz son el Espíritu Santo ni Jesucristo, respectivamente, son lo modos que tenemos de evocarlos. Son sus avatares solamente.  El perro de San Juan Bosco, de los salesianos, podría ser otro avatar de la divinidad. La Biblia misma es un avatar, hojas de papel y con letras impresas, todo fenomenológico, mediante la cual  se evoca, se explica, el espíritu de amor que anima ese texto.

La leyenda que empezó con la conquista es en el sentido que los frailes fueron los protectores de los indígenas frente a los conquistadores.

Schopenhauer, en el tema de la moral, contempla que puede ser más grave la acción de los frailes que la de los soldados:
Chicomecoatl
Siete mazorcas de maíz en el penacho.

 “La injusticia por violencia no es tan deshonrosa para el que la comete como la injusticia por astucia, porque aquella demuestra  un poder físico que siempre impone a los hombres, mientras que la segunda, al acudir a medios indirectos, acusa debilidad y rebaja al hombre  física y moralmente.”

No se puede pensar estar postrado ante el Dios del amor y, cerca, Cortés con el cinturón en la mano para castigarlo si no lo hace.

Chicomecoatl

Museo Nacional de Antropología
e Historia. Cd. de México.
Siete mazorcas de maíz en su penacho. 
O Pedro de Alvarado amarrarlo en un poste para que lo devoren sus perros hambrientos si no se convierte al cristianismo, lo que se conoce históricamente como “el aperreamiento”.

Los valores esenciales del cristianismo nada tienen que ver con esto. Pero las determinaciones morales de justo y lo injusto de la conducta de los hombres quedan en evidencia.

Se da por hecho que para 1535, catorce años después de la conquista del coatepantli de los aztecas, se habían convertido al cristianismo nueve millones de indígenas.

El dato histórico es que para esa fecha ya sólo había medio millón de indígenas. Los quince millones que se supone que había  (no hay censo, sólo un estimado)  ya habían muerto, más que por la guerra, por  virus patógenos que trajeron los españoles para los que los indígenas no tenían defensas bilógicas. Los pueblos quedaban desolados y llenos de cadáveres.

Todavía para el primer tercio del siglo veinte  la “fiebre española” hacía grandes mortandades en México. En el norte del país llenaban carretones de cadáveres o moribundos que arrojaban a la fosa común.

Y ese medio millón de sobrevivientes, del siglo dieciséis, tenía encima la amenaza de un terrible infierno de lumbre, si no se convertían, y a los feroces perros de Alvarado.

Sobre esos parámetros nació el catolicismo  en México. Mismo que hasta la fecha del siglo veintiuno se reduce a tres visitas al templo en la vida del católico: bautismo,  casamiento y  muerte. No más.

Los católicos en México con un conocimiento amplio, de la religión y de su contexto  de la cultura occidental, y de la náhuatl, son, como dice el lugar común, contados con los dedos de una mano.

Para los aztecas no era absolutamente ningún problema el aceptar el cristianismo, dada su gran vocación ecuménica religiosa, que habían desarrollado construyendo un templo en México-Tenochtitlán, para los “dioses extranjeros” de las provincias  que iban conquistando por las armas.

Tenían claro  que los valores esenciales, fuera del espacio y del tiempo, se dan en todos los hombres y, cómo representar esos valores, era cosa de la circunstancia de cada pueblo.

Lo que los orillaría  a ser católicos de superficie, conscientes al principio e inconscientes después, fue la imposición del cristianismo de la que fueron objeto. Fue un monólogo imperativo del fraile, no una situación dialéctica en libertad.

¿Con quién se establecería ese intercambio dialectico de ideas filosóficas y religiosas si lo primero que hicieron los recién llegados, junto con los sus aliados indígenas, fue asesinar a los hombres que poseían la sabiduría indígena?

El pueblo lo que hizo,  para sobrevivir, fue fingir que aceptaba la nueva religión a la vez que guardaba en el fondo de su corazón la enseñanza de sus ancestros. De hecho para conocer este modo de ocultamiento, fue lo que  movió a Fray Bernardino de Sahagún a investigar y escribir su grandiosa obra "para conocer el modo de fingimiento de sus supersticiones y reciban la verdadera religión".

Es idéntico el celo cristiano, al de Fray Bernardino, siglo dieciséis, que en nuestros días del siglo veintiuno, desarrolla el padre Eduardo Chávez, en sus frecuentes programas de televisión cuando desglosa el fenómeno histórico guadalupano. Su ejemplar catolicismo lo ha llevado a estudiar el pensamiento náhuatl como pocos sacerdotes católicos contemporáneos se atreven. Muy amplios sus conocimientos del tema, casi microscópicos. Pero, al igual que Sahagún, nunca dirá que la mujer del Tepeyac existe en  los cielos por sí, como sí lo cree el pensamiento mexica. 

Irónicamente fue de esa manera, como los mexicanos de ahora conocemos mucho del autentico pensamiento de nuestros abuelos, por un fraile católico, extraordinario, Sahagún. "Para conocer las supersticiones de los indios", como ahora el padre Chávez, "para que no regresen a las supersticiones de los indios". Entrecomillado nuestro.

Su método  de trabajo, de Sahagún,que era informado por los pocos indígenas sabios que sobrevivieron, no deja lugar a dudas de su autenticidad. 

Catolicismo es una palabra altamente ecuménica que comprende unidad en la universalidad, y eso vale más que los diamantes,en situaciones de dialogo  en libertad. Pero cuando es impuesto por el filo de la espada se pierde todo sentido.

De este catolicismo de superficie, por demás magro en cuanto a contenidos culturales del pensamiento occidental y del náhuatl, es de lo que se alimentan los cristianismos sectarios. No se estudia la Biblia de Jerusalén, por ejemplo, y se pierden con facilidad cuando se les recitan cinco o diez versículos sacados de contexto bíblico.

Los partidos de izquierda también se alimentan de esta catolicidad, nada ortodoxa, que no puede distinguir la Declaración de Principios de las diferentes corrientes de pensamiento.

Guadalupe
En contra tesis están los cinco millones (y en ocasiones ocho millones, según reportan los medios en esas fechas) de católicos que de todas partes del país, y aun del extranjero, llegan a la Basílica de Guadalupe los días del 10 al 15 de diciembre.

La cifra final para este 12 de diciembre de 2017,fue de 7 millones 200 000 peregrinos.

La cifra es muy aproximada a la realidad porque no se trata de una estimación "a vuelo de pájaro". La imagen de la Virgen está colocada en la parte posterior(lado oeste) de la gran nave y a la vista de todos. La gente que quiere verla de cerca lo hace mediante una banda sin fin de unos cinco metros que saca al visitante en tal vez diez segundos, y esta banda tiene un contador de visitantes.



Como sea, se trata del   testimonio vivo que en el inconsciente colectivo del pueblo mexicano subyace la adoración a la diosa Chicomecoatl, que la historia de los siglos trasformó en Coatlicue-Coyolxauhqui-Tonantzin-Guadalupe.

El hilo que une a lo diferentes nombres de la diosa náhuatl,incluida la guadalupana, es el numero siete.(ver en este mismo blog "Para entender a la Coyolxauhqui")
 
 
Copia del lienzo original de la guadalupana en su Basílica
de México.
Nosotros hemos señalado, con rojo, para su fácil localización, las siete
señales en el cuello procedentes desde la remota versión de la  diosa
Chicomecoatl.
 

No se necesita ser tan perspicaz para ver que a la ciudad sagrada de Teotihuacán, particularmente a la pirámide del Sol, va igual cantidad de mexicanos, o más, a la semana, que a la Basílica de Guadalupe. Además de los miles de extranjeros.

También  muchos de estos mexicanos no saben, conscientemente, por qué van a Teotihuacán...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores