KIERKEGAARD Y SU ALTER EGO


 

Era "escritor estético" y también "escritor religioso".

Publicaba con su nombre y también con seudónimo.

Más o menos como quien juega futbolito él solo. Cambiándose alternativamente del lado de la mesa. Era la manera de decir que el humano es uno, con todas sus potencialidades, pero que no se le puede partir en dos mitades irreconciliables.

A este ejercicio Kierkegaard le llama reduplicación: "Contraatacarse a uno mismo al mismo tiempo, cosa a la que llamo reduplicación."

Hablar de la obra de Kierkegaard es hablar, inevitablemente, de religión, propiamente de cristianismo.  “Yo soy un escritor religioso”, dice en Mi punto de vista.

Pero también se declara un escritor estético, si bien, un paso atrás de aquel. Quiere decir que la meta es el cristianismo, que hay que prepararse para el cielo, y ser en la tierra como un trampolín.

Era protestante  y tuvo grandes conflictos con su  Iglesia luterana de Dinamarca. Le señalaba que se había olvidado de los pobres y estaba cerca del poder.

Kierkegaard, al igual que Schopenhauer, heredó una fortuna de su padre que le permitió dedicar su vida a pensar, escribir y publicar, sin compromiso con nada ni con nadie. Por lo mismo no supo ponerse en los zapatos de los que están en el mundo, llámese políticos o iglesias.

Pero no  se crea que Kierkegaard estaba mal del hígado y eso lo hacía tirar piedras contra todos. Era un pensador, y de altos vuelos, que buscaba la elevación, no la destrucción.

Dibujo tomado de
El País
24 marzo 2018
Eso no impidió que los “francotiradores” (ángeles de la pureza) que nunca faltan, lo llenaron de calificativos nada reproducibles.

Su obra es un dialogar consigo mismo. Cosas del siglo y cosas de Dios Al estilo de Leibniz, alguien que con afán busca la unidad, la integridad, del humano, bajo el cristianismo, no la destaza.

Veía con recelo a  los cristianos que tratan de convencer a otros cristianos que se hagan cristianos...

 Busca la manera que eso sea posible de la manera más razonable, para sí mismo. No emplea los imperativos categóricos: “¡No hagas esto!”, “¡Pórtate de esta manera!”

Declara: “Toda mi obra, desde principio a fin, es dialéctica”. En cierto modo práctica, con él, la filosofía positiva y al mismo tiempo la filosofía negativa para definir su personalidad: “Me gusta esto”. Y también define su personalidad diciendo: “no me gusta aquello”.

Al individuo lo veía como una aproximación a la congruencia y a la multitud como una mentira, literalmente.

Kierkegaard es un escritor de principios del siglo diecinueve pero tiene el mérito, muy escaso, aun en el siglo veintiuno, de ser abierto a los dos temas que ocupa a la humanidad desde el principio, que no son otros que la tierra y el cielo.

Hay la  situación cotidiana de que, en cuanto a ideas, un escritor piensa material y otro espiritual, o viceversa, Kierkegaard dice que eso no existe, que sólo es cuestión de tiempo.

Que no confiese por pudor o por compromiso comercial, de trabajo o de pertenencia a secta literaria, es otra cosa.

Dice que de joven se es “escritor estético” y de viejo “escritor religioso”.

 Como cuando se es joven y se quiere incendiar la pradera y ya viejo se opta por la profesión de bombero. Allá el tiempo de  los seudónimos, y el alter ego, después el nombre real.

Un sindicato, autentico de lucha, levantará hasta las piedras, para conseguir su contrato colectivo, y la posteridad lo verá conservándolo.

No siempre el termino "conservador" tiene una connotación afrentosa o peyorativa: Se conservan las pinturas de Miguel Ángel. El modo de ser de los huicholes (Nayarit y Jalisco, México) es una filosofía perenne contra la sociedad del entretenimiento del liberalismo moderno, etc.

Algunos escritores no tiene tiempo y quedan estereotipados de un modo. Kierkegaard murió a los 42 años de edad, pero él sí tuvo tiempo para llegar a considerar la segunda atapa, es decir, escritor religioso. Le llama “ilusión” a eso de estar en una etapa.

En algunos escritores, por no decir, en muchos, se puede seguir esta metamorfosis. A tal transición se le llama, cómodamente, “escritos de juventud” o “publicación temprana”.

Se dice de Platón que ya de viejo empezó a pensar diferente (pero él de las ideas hacia la cosa) de cómo había estado toda su vida. San Agustín, Leibniz, y  Schopenhauer, busca poner distancia de por medio de sus “escritos de juventud” rectificando, endureciendo o suavizando, anteriores modos de entender las cosas.

Para Kierkegaard todo desemboca al final en lo religioso:

 “Qué remedio hay para eso? -se pregunta y continúa-.El único remedio es aquello que ayudará a disparar esa ilusión. De forma que si  un autor religioso desea enfrentarse con esta ilusión, tiene que ser, al mismo tiempo, un escritor estético y religioso; pero, sobre todo, no debe olvidar una cosa, la intención de toda su empresa,  que debe decisivamente salir adelante, es lo religioso.”

kierkegaard
 

“Søren Aabye Kierkegaard; fue un prolífico filósofo y teólogo danés del siglo XIX. Se le considera el padre del existencialismo, por hacer filosofía de la condición de la existencia humana, por centrar su filosofía en el individuo y la subjetividad, en la libertad y la responsabilidad, en la desesperación y la angustia, temas que retomarían Ma rtin Heidegger…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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