MORENTE: APRENDER A ABURRIRSE

La vida no debería ser tan complicada, ¿Cómo llegamos a esto? ¡A no aburrirnos!

¿Por qué ya no camino por las calles solo, acompañado con mi yo, con mi otro yo, con mimismo? Menos pensar en una excursión a la media o a la alta montaña solo, por dos o tres noches con sus días.

Hacer eso es corre el riesgo de encontrarme con mi  yo íntimo.

 “La multiplicación de  una semicultura general  que capacita a todo el mundo para hablar verosímilmente de todas las cosas, infunde en todo el mundo la inseguridad, la incertidumbre vacilante de quien no está sólidamente encajado en una convicción.”

Eso dice Manuel García Morente, filósofo español de principios del siglo veinte (1886-1942) que escribió del mundo que él veía, lleno de ruido  y de ir por todos lados muy de prisa.

Esto dice del yo público.

Morente ya veía mucha prisa y oía mucho ruido. Eran apenas los tiempos en que  los automóviles necesitaba que se les  diera “cran” para echar a andar el motor.  Y el ruido era el que salía de la vitrolas, aunque ya estaban por salir al público las rockolas-sifonolas.

¡Estas hablado del siglo pasado!

La perennidad de algunos pensadores descansa en que  dicen cosas que sirven por siempre a la humanidad. Epicteto (hace 25 siglos), Séneca, Descartes, Schopenhauer, Nezahualcóyotl, Emerson… “Son escritores ya muy viejos”, oímos decir a gente que no tiene idea de qué escribieron.

En alguna gaceta leyeron que ya son muy viejos.

Novelista, poetas y periodistas, con cultura, se alimentan de ellos  pero ya no los nombran. No lo hace de mala fe. Sólo que ya no hay tiempo de poner entre paréntesis, comillas o menos aun bibliografía o datos biográficos.

Ahora ya tenemos mucha prisa por escribir y publicar.

Quién sabe cómo sea en otras áreas de la vida, pero en literatura sigue siendo valedero reivindicar aquello que el tiempo pasado fue mejor: “Era la época-dice Morente- en que los escritores escribían gruesos volúmenes y los lectores los leían.”

Como, decimos nosotros, Margarita  Mitchell, o Mary Ann Evans.

 Siguen  escribiéndose esas grandes obras,  para ser justos, pero en una proporción como el agua que ahora baja de los glaciares…

 “En el fondo, el hombre  moderno está más solo que nunca, en medio de la vorágine actual. Pero lo terrible es que no se da cuenta de esa su soledad.”

Hay solitarios, pero no por elección propia sino, porque el mundo los rechaza.
 
No es abstracción lo que se busca frente a la sociedad. El trato público que absorbe la personalidad está presente en todo momento. Al estilo del aire atmosférico que envuelve a la ciudad.

En lugar de la abstracción, el ideal es un humano que tenga por igual peso como hombre masa que como individuo. Que sea  uno, integral, no patológico  bipolar.

Un escalador en las eternas horas del vivac, colgado de la cuerda oscilando en la pared sobre el abismo, esperando que amanezca, piensa en lo insospechadamente  valioso y cálido que es vivir entre la gente, en la multitud. Es cuando se descubre que los melancólicos solitarios, entre la multitud sin despegarse de la ciudad, son figuras de novela, nada reales. Son prototipos de librería.

Los solitarios famosos de las novelas, incluidos los nietzscheanos, eran solitarios melancólicos dentro de la ciudad.

Bajar la tensión de la hiperactividad es lo que busca Morente.

Vamos presurosos para conseguir los medios de vivir (o ya siquiera subvivir).Pero esa prisa nos hace perder de vista la búsqueda de las cosas esenciales por medio de la lectura.

Antes se creía que la vida del humano oscilaba entre la masa gregaria y la soledad personal. Hesse y Camus se despacharon con la cuchara grande con sus melancólicos personajes. Para que no sufrieran más los suicidaban.

Ahora los medios han puesto, para cada país, en su momento, el espectáculo al parecer ineludible del pleito político sucio, lejos del debate ecléctico propositivo. Y cada cuatro años también el tiovivo del futbol.

Don Quijote, Fausto, las caminatas solitarias a través del bosque de Thoreau, Emerson, Eneas y Salambó. Las preguntas del ser o no ser de Nezahualcóyotl y Calderón de la Barca, se hacen, ¿a quién le importan? Sí importan, y se hacen, pero ¿a cuántos?

Viñeta tomada de
El País
21/04/18
Del tiempo de Morente, a este 2018, creció, exponencialmente,  la población mundial, pero ahora se hacen menos preguntas de esta índole que entonces.

¿Por qué  la masa gregaria no se interesa?

Todos esos personajes, temas y cosas, requieren otro ritmo de vida, menos carrera. En otras palabras, recuperar el valioso modo de aburrirse. Los internados en hospitales desde su cama, y los prisioneros en su celda, piensan… Aburrirse es pensar hacia adentro, encontrarse con el yo íntimo.

Por más llamados a la solidaridad, que hagan los políticos, iglesias y asociaciones civiles, después de un debate político prelectoral, y al final del encuentro  mundial de futbol, la sociedad queda no sólo  resfriada, sino dividida.

Se dice que en ambos casos son guerras virtuales, “guerras amistosas”, pero al fin y al cabo son guerras entre antagonistas, no fueran de ninguna manera ejercicios dialécticos.

Al fin de cada uno de estos eventos, de intensa publicidad, el mundo queda en absoluta soledad. Pero no la soledad terapéutica del que busca valores esenciales, sino un universo vacío como a la mañana siguiente de una borrachera con tequila.

Aburrirse es pensar…

Pero ya  la pantalla casera anuncia  quién fue el país privilegiado que ganó el honor de ser huésped para el siguiente encuentro mundial del futbol dentro de cuatro años.

Entretanto, los perdedores de la política ya se reagrupan para dentro de cuatro o seis años, ahora sí, “rescatar para el pueblo el poder que cayó esta vez en manos ineptas y nada limpias”

¡Prohibido aburrirse!

MORENTE
Manuel García Morente

(Arjonilla, 1886 - Madrid, 1942) Filósofo español. Tras pasar su primera infancia en Granada, donde su padre ejercía como oftalmólogo, realizó sus estudios secundarios en Bayona y cursó luego la carrera de Filosofía en la Sorbona (París), donde fue alumno de Pierre Boutroux, Frédéric Rauh, Lucien Lévy-Bruhl y, en especial, de Henri Bergson.  De regreso a España, en 1908 impartió un curso en la Institución Libre de Enseñanza, y dos años después, becado por la Junta de Ampliación de Estudios, se trasladó a Alemania para completar su formación en las universidades de Berlín, Múnich y Marburgo; en esta última, el neokantismo ejerció sobre él un influjo decisivo a través del magisterio de Hermann Cohen, Paul Natorp y Ernst Cassirer.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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