CHIMALPAHIN Y LA TIRA DE LA PEREGINACIÓN


 

Chimalphain es el historiador de la  parte sureste del Valle de México, y su desenvolvimiento  a partir del siglo once.

Una región, y un relato, que debería interesar,  también a los alpinistas, por ser el área geográfica  en la que  se localizan las montañas más  altas del país, después del Pico de Orizaba, en Veracruz, con sus 5,700 metros de altitud.

Un área  de inmensa importancia para la arqueología de  alta montaña. Cuatro Tepeilhuitl, o fiestas de las montañas, tenían lugar a lo largo del año, para festejar a las deidades del agua. Momoztli (minúsculas promontorios, escalonados) y adoratorios formales se han localizado en la vertiente oeste de las cuatro  montañas más altas  del sector: Popocatépetl (5,426m), Iztaccihuatl( 5,230m  ), Tláloc (  4,150m ) y Telapón (4,000m   ).

Amecameca al pie del dibujo, arriba la Iztaccihuatl y el Popocatépetl
.El sol "saliendo" por el alto puerto de Ithualco.
de la obra de Chimalpahin
Chimalphain es el que da la noticia en su obra de una de las primeras ascensiones al Popocatépetl en  3-caña (año 1,287).No dice que es la primera. Con ello se  queda en suspenso la pregunta cuándo, hacia atrás,  fue la conquista del volcán.

Chimalphain nació en 1579, posiblemente en Amecameca (se dice que es “un hijo de la región”), de familia gobernante  en principios  de la colonia, recibió un educación  muy por encima de la del “pueblo”.

Es un hombre de pensamiento universal.

 Por una parte tiene ya el    pensamiento plenamente colonizado, por la nueva cultura occidental, y su religión. Habla de Jesucristo como “el verdadero hijo de Dios”.   Tezcatlipoca y Huitzilopochtli son para él  los diablos que se llevaban  las almas de los hombres al infierno.

Habla de los “6,477 años que Dios Nuestro Señor había creado el mundo”, de la Torre de Babel, de la inmunda Babilonia para castigar a los hombres que habían querido asomarse al cielo, de una sola lengua que después, en castigo, se volvieron muchas para que  los hombres en adelante no se entendiera, del diluvio universal, etc.

Y, no obstante, “como la manzana no cae lejos del árbol”, se pasó toda su vida investigando de las historias de los numerosos grupos étnicos que llegaron por oleadas al Valle de México,  la región oeste bajo los volcanes, centrando su relato en los pueblos  centros de poder guerrero, político y cultural, que duraban dominando a los otros pueblos hasta  trescientos años.

Popocatépetl 5,426.
Visto desde el norte.20 kilómetros al oeste (derecha) y dos mil metros más abajo,están ubicados los pueblos de
Amecameca y Chalco.
En primer plano, la carretera y el lomerío, son parte del mencionado puerto de Ithualco.
Por aquí pasaban, desde remotos siglos, los pueblos, los comerciantes y los ejércitos, hacia el Valle de México
y de éste hacia las lejanas tierras de los olmecas y los mayas.

Foto de Agustín Maya
 Alguien que conozca los pueblos de Chalco, y el de Amecameca, ¿puede imaginar imponiendo tal hegemonía, durante cientos de años, como ahora la de Estados Unidos de Norteamérica?  ¡Increíble pero ciertamente histórico!

Habla de  las coaliciones, que formaban los distintos señoríos, para someter al nuevo grupo que arribara a la gran laguna, entonces llamada Anáhuac.

Chimalpahin refiere la historia de su región con las implicaciones que irán presentándose en el surgimiento de otros centro de poder en el Valle de México, como Culhuacán, en Iztapalapa,  (con una historia dominante, dice, de nada menos que 600 años).

¡Una colonia “perdida”, ahora, en el inmenso paisaje urbano de la ciudad de México, siglo veintiuno,  con una historia dominante de 600 años!

Luego, con el desplazamiento de los aztecas de su isla Aztlán, y su peregrinaje de casi tres siglos, hasta la fundación de México-Tenochtitlán. Guiados por su religión revelada cuando un día oyeron a su dios tutelar, Huitzilopochtli, que debían salir de su isla Aztlán, y desplazarse hacia donde el sol sale. “Y se dispusieron a marchar a Cohualtepetc, junto a Tollán”.

Este Cohualtepetc al que se refiere queda unos cincuenta kilómetros al noroeste de Tula.  No es el Coatepec al norte de la Villa de Guadalupe.

Lo que su dios Huitzilopochtli les está diciendo es que se vayan hacia el Altiplano en donde  está la gran cultura milenaria de Teotihuacán y Tula. Allá, en la ciudad sagrada,  donde los barbaros chichimecas conviven con los  dioses.

 Más adelante, pero aun en el principio de la marcha (lo que se conoce como la  tira de la peregrinación) Huitzilopochtli les dice, por medio de sus sacerdotes, que a partir de ese día  dejarán de llamarse aztecas y se les conocerá en adelante como “Mexitin”.

De todos modos lo de aztecas nunca se borró. Hasta la presente lo equipos deportivos que van a competir al extranjero son “aztecas”. La figura mexicana en turno del boxeo internacional es “azteca”, etc.

Chimalpahin es universal porque se preocupa por instruirse de la nueva cultura y su religión, a la vez que  de la cultura autóctona y su religión. Toma bando, como ya colonizado,  pero no se queda en la abstracción llegada de afuera, no se parcializa.

En rigor Chimalpahin desarrolló, durante largos  años de su vida, la tarea de recopilar documentos y pinturas códices que otros conocían o poseían de manera parcial. Preguntó, como Sahagún, a cuanto anciano que poseía algún conocimiento de las cosas antiguas de su tierra.

Hay cierta dificultad en identificar los lugares que menciona. Ahora los conocemos como los llamaron   los españoles, a los que se les dificultaba pronunciar   en el modo  náhuatl.

Es abrumador el movimiento de los distintos grupos étnicos que llegaron al Valle de Anáhuac (nombre original de la cuenca o Valle de México) que relata Chimalphain buscando tierra dónde asentarse. Los grupos ya establecidos les hacen la guerra para repelerlos. En ocasiones lo consiguen y otras no.

Menos énfasis pone en relatar los grupos que desde antiguo llegaron al Valle de México, procedentes del sur-sureste, y que debieron pasar por Amecameca y Chalco, después de transponer el alto  puerto de Ithualco (3,800m), entre el Popocatépetl y la Iztaccihuatl.

“Sin duda que parte grande tuvo en la compleja  importancia política de Chalco Amaquemecan en la época precolombina su situación de encrucijada geográfica, por hallarse la provincia en la garganta formada por el Popocatépetl y la Cordillera del Ajusco, entrada y puerto natural al Valle de México desde las tierras baja del sur”.

Entre estos grupos  el de los olmecas. Los olmecas son, tanto para la cultura náhuatl como para la zona maya, semejante  a la   Helade para la cultura occidental. Bajo la Calzada de los Muertos, en la Ciudad Sagrada, Teotihuacán, hay construcciones de origen olmeca, con una antigüedad milenaria.

Este es el contexto en el que irrumpirán los vagabundos pobres chichimecas aztecas mexitin. Cuando ya todo en el valle de México está ocupado y los grupos poseedores son muy fuertes.

Con los aztecas vale aquella frase común a todas las historias, remotas y recientes, de  “contaremos lo que nos hicieron y callaremos lo que les hicimos.”

Conocemos los sacrificios  que los aztecas hacían a los pueblos que lograban sojuzgar, y que fueron muchos, y en una extensión  geográfica que aun ahora, con la facilidad del trasporte moderno, nos parece enorme. Podemos imaginar mil kilómetros a través de sistemas montañosos, grandes ríos y enormes valles.

Pero pocos conocen la historia de lo que los grupos ya establecidos, les hicieron cuando apenas eran un grupo miserable, casi muertos de hambre y vestidos con andrajos o apenas cubiertos con yerbas. Cuando comían gusanos, escarabajos, lagartijas, yerbas.

En una ocasión el poderoso “reino” de Culhuacán (cerca de Iztapalapa) se los llevo  prisioneros, los desnudaron  a todos los hombres,  mujeres y niños, con la  orden que así   vivieran.

“El Huehe Huitzillihuitl fue aprehendido y llevado a Culhuacán  junto con una joven. El brujo de los culhuaques  los sacrificó poco tiempo después. Así fue como quedaron destruidos mediante emboscadas aquellos mexicas que buscaban tierras…”

 A sus tecuhtli o guías los sacrificaron sacándoles el corazón. Ese modo de sacrificio no lo inventaron los aztecas. Cuando fueron fuertes ellos sólo lo continuaron, eso sí, en una escala enorme, pues muchos había sido sus implacables enemigos.

Con el tiempo, sin embargo, estos dos grupos, el de Culhuacán y el de Tenochtitlán, por más enemigos encarnizados que fueron, acabaron  fundiéndose mediante matrimonios de un lado con el otro. De tal manera que los grandes personajes que la historia conoce de los aztecas, descendieron en parte de los de Culhuacán.

Con ocasión de nombrar los aztecas su primer Tecuhtli o señor, o "rey" o "emperador", como dicen los cronistas e historiadores,  dice Chimalpahin: "El elegido fue  el Acamapachtli, Príncipe de Culhuacán. Y es necesario que aquí os refiera  el cómo y el cuándo, de este linaje: este segundo de nombre Acamapachtli que fue traído con grandes regocijos, pertenecía al linaje real de Culhuacán, y de él provinieron  los gobernantes de los mexicas."

En otra ocasión diez señoríos se pusieron de acuerdo y rodearon a los aztecas, que para entonces vivían en el cerro y bosque de Chapultepec. Los derrotaron, los dispersaron y a otros se llevaron para sacarles el corazón.

Es muy aceptada la idea, entre historiadores que se ocupan  de la cultura náhuatl precristiana, la práctica del canibalismo ritual. Se dice que después de sacarles el corazón y ofrecerlo a los dioses, echaban a rodar el cuerpo escalinatas debajo de la pirámide, los familiares del captor lo recibían, se lo llevaba a su casa y con actitud reverencial lo preparaban y se lo comían. Estaban comendo carne ya sagrada por haber pasado por el sacrificio ritual.

Cuando los frailes de la conquista les hablaban a los indios de la eucaristía, el asunto no se les hacía del todo ajeno…

Más después de cada derrota, a manos de sus numerosos enemigos, siempre los cuatro “cargadores del dios” aztecas volvían a poner de pie y la historia continuaba.

“Para entonces ya tenía que estar en el barrio de Tecuanipan Yáopol, Tzompahuacan Teuhctli, cargador sagrado…” Y más adelante: “Este año verdaderamente arribaron a  Tizateeptl Cuitlahuac los antiguos chichimecas meztlapictin teotenancas, acaudillados por Totoltécatl…Teomama de la deidad de ellos dicha el diablo Nauhyoteuhctli, envoltorio sagrado que andaban cargando.”

Estos “cargadores divinos” es una práctica que ha perdurado hasta nuestros días. En las festividades de algún santo, particularmente en las largas peregrinaciones hacia la Basílica de  la Virgen de Guadalupe, (ahora ya no se tiene memoria del origen de tan antigua tradición pero se continua con la práctica), siempre hay cargadores divinos. Se les ve llevando a la imagen divina atada a sus espaldas, colgando de los hombros, a través de la ciudad, de valles, montañas y desiertos.

Es tal el movimiento de grupos étnicos distintos, lo que relata Chimalphain, que con frecuencia el lector se pierde en ese constante cruzarse, rehacerse, fundirse, desbaratarse, de las etnias. Es lo que más adelante aprovechará el primer europeo que llegue a America, en todos sus paralelos, pues en todos  existía  la misma irreconciliable  división. Parecido a lo que en la actualidad es con los liberales y los conservadores, o los de izquierda y derecha.

Otro testimonio que Chimalpahin deja abundantemente documentado es esa necesidad, tanto material como anímica, de los mexicanos de desplazarse, irse, echarse a caminar, en grupos (consignada, documentada,  esa necesidad, con la ya mencionada Tira de la peregrinación), hacia horizontes ignotos.
Tira de la peregrinación (Códice Boturini)
Huitzilopochtli en una cueva de la montaña les dice que salgan de su isla Aztlán.

En una parte de su relato, Chimalphain deja asentado que todos eran chichimecas y todos ellos
salieron de Aztlán. Fuero ocho grupos: Xochimilcas, chalcas, texcocanos, etc.
Fue un éxodo que duro cientos de años, que  salieron por oleadas. Conforme iban llegando  se asentaban en las
orillas del gran lago.
Los mexitin fueron los últimos en salir. De ahí que, cuando llegar
al Valle de México, ya todo estaba ocupado. Y aunque los ocho grupos tenían un mismo tronco,
genético y cultural, después por defender sus tierras se vieron confrontados de todos contra todos.
 
 

Su destino es el Sol detrás del sol. Entre tanto los aztecas, aquí, en la tierra,  van  para allá o para acá, sin importar el tiempo que eso les lleve. Sembraban, guerreaban, eran derrotados, ganaban, volvían a sembrar, y cada vez avanzaban otro trecho aproximándose a la Ciudad  Sagrada.

Recordar que duraron los aztecas dos siglos y medio, desplazándose hacia el oriente, a  partir de su salida de la isla  Aztlán, en el año 1,064.

Llegaron tarde al Altiplano. Ya  no había tierra disponible, todo tenía dueño. Sólo quedaba el agua.    

Entre carrizales, lodo y aguas de la gran laguna, fueron rellenando islotes aislados. Entretanto comían insectos y gusanos y cubrían sus cuerpos con hojas y con andrajos. 

Finalmente levantaron ahí su bella  ciudad, otra isla, la que, dice W, Prescott, entraría a la leyenda de los inmortales,  dentro del gran lago de Texcoco.

Leer a Chimalpahin es conocer la  parte sur del Valle de México en su historia, tan dinámica, como ni en sueños imaginamos.

Don Francisco de San Antón Muñon Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Relaciones originales  de Chalco Amaquemecan, Fondo de Cultura Económica, México- Buenos Aires, 1965.

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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