EDIPO, SOFOCLES Y LA LIBERTAD


 

La libertad del humano es la que no existe en este mito que se conoce desde una antigüedad muy remotísima.

Edipo no es un complejo, es un mito, una aporía ininteligible del campo filosófico.

Cuando Sófocles la escribió ya corría el relato entre los tebanos. Los de Tebas a su vez la tomaron de una leyenda más antigua contenida en La Odisea. Aquí Yocasta, la madre-esposa de Edipo, se llama Epicasta.

¿Qué está en el fondo de este mito? ¿Deseos incestuosos tácitos o explícitos, que parecen ser parte de la pasta humana? Cierta escuela de la psicología ah hecho, con la figura del incesto y el parricidio,  su leit motiv.

En realidad el mito de Edipo es multitemático, si así se puede hablar. Es la libertad del hombre la que se cuestiona. También si el origen del mal está fuera del alcance de Zeus, dio supremo. En un momento el anti coro exclama:

 “¡Oh Zeus, supremo gobernante del cosmos, si tal eres en hecho como lo eres de nombre, no dejes que a tus ojos el mal se oculte, ni a tu poder inmortal se sustraiga!”

La fugacidad del humano, esa fugacidad a la que Nezahualcóyotl se refiere con mucha frecuencia. Dice el coro de Edipo: “Ay raza de mortales, nada en ustedes veo sino una nada que vive en un instante!”

Y el anti coro habla a los que hace cinco minutos eran los dueños del mundo, refiriéndose a Edipo, que era el rey y ahora, nada “Él, que voló tan alto, él, que dominó  fortunas y riquezas, él que feliz se creyó…”

Es la libertad, ese valor ininteligible,  la que se reclama a los dioses que parecen haber trazado la senda de cada individuo.

Peer Gynt, personaje de Ibsen,  estaba destinado a vivir junto a su amada Solveig. Se va “libre” medio siglo, de vagabundo y aventurero por los continentes, y al final regresa a vivir con Solveig.

Nos encontramos aquí con otro tema que ha traído de cabeza no sólo a los filósofos  tanto presocráticos como pos socráticos. Y también a los teólogos del cristianismo: ¿Por qué los dioses permiten el mal? ¿Por qué deben quedar expuestas sus  creaturas, sus hijos, al mal o a la tragedia?

Hace algún tiempo murieron ocho alpinistas al precipitarse en caída mortal en el trascurso de la ascensión a la Rampa de Oñate, en el flanco occidental de la montaña Iztaccihuatl, México.

Algunos de ellos amigos nuestros y compañeros por largos años en la práctica de la escalada. Entre ellos Juan José Oñate y su hijo de diecisiete años de edad.

No es lo mismo tratar estos temas desde el escritorio del intelectual que tocar la puerta del hogar para llevar la noticia de la tragedia.

Los alpinistas de todos los países lo saben. No alcanzar la cumbre, e incluso morir en el intento, al fin y al cabo es  nuestro “juego alpino”, tácitamente aceptado. Pero nada es más aterrador como tocar esa puerta…

 ¿Qué podemos decir de esto a la luz del tema que estamos tratando? ¿Qué podemos decirles a sus familiares? ¿Qué los dioses así lo quisieron?

Los dioses hacen con los hombres como los adultos con los niños que recién incursionan en el  mundo, parece advertirnos  Edipo. Los dejan hacer, pero no más de lo que ellos lo permiten. Ya por imposición arbitraria de los padres o ya por advertir de algún peligro.

Para que el vigilado no se sienta incómodo le dicen que es libre. Esto lo dice mucho en nuestros días el liberalismo moderno. Y hasta hacen leyes a doc. Ya se fueron del hogar, ya no lo vigilarán los padres, en adelante será el Estado el que lo sancione, pero se insiste en decirle que es independiente.

El mito de Edipo parece decir que libertad es la mentira ofrecida a la humanidad con la bella fórmula llamada libre albedrío. “Los dioses no hace  autómatas, hacen hombres libres”

El asunto no es cosa menor. Por veinticinco siglos los filósofos han tironeado en todas direcciones haciendo valer la libertad y otros negándola, como en el caso de Edipo.

Todo eso en un planeta en donde hasta los vientos tienen trazada su ruta siguiendo ciertos paralelos ya establecidos.

Ni los vientos son libres
Tomado del libro
Técnica Alpina
Actividades Deportivas, UNAM, 1978
de Manuel Sánchez y Armando Altamira
 
Libre albedrío parece más bien un sarcasmo. Liebniz  escribió su voluminosa, y formidable, obra filosófica buscando la respuesta ¿por qué el mal o la tragedia existen si la divinidad  (en este caso ya el cristianismo)es puro amor. El leit motiv de su teoría es una armonía  preestablecida en el universo.

Pero, ya dueño de su “libre albedrio”, el hombre se ríe y responde con otro lugar común: “Yo soy el arquitecto de mi propio destino”.

Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich, 1968
 
Ese es el bello epígrafe con el que empieza la formidable novela de Jan Valtín: La noche quedó atrás.

Mencionado el sujeto (la libertad) el verbo y el complemento (el cómo decirlo) fue una actividad desarrollada, como se dijo, por varios poetas de la antigüedad griega. Pero es Sófocles el que le dio la manera que ha trascendido los siglos y llegado hasta nosotros.

En sí el asunto parecería una “simple” nota roja, en nuestros tiempos del relativismo, en los que cada día nos desayunamos con la noticia que, en lo que corre de la mañana, ya van veinte o treinta asesinatos en los diferente puntos de una misma ciudad.

“Su valor depende no del asunto mismo-escribe Ángel Ma. Garibay K.- sino de la manera como pudo él desarrollarlo…Un tema conocido, trivial, que corría en el vulgo, fue elevado a la categoría de la más bella creación de arte dramático por el genio del poeta.”

Como Goethe hizo con otra bella antiquísima  leyenda de aquel continente: Fausto.

Pero este asunto “trivial” tiene su precio, es otra de las varias lecciones de este mito, y es la descomposición social, dice el coro: “Con innumerables muertos  la ciudad se aniquila”

En lo más profundo de su tragedia, Edipo  envía un pensamiento de saneamiento social que se adelanta, por siglos, a los imperativos categóricos  del cristianismo y a la sociología moderna misma:

“El más bello de los trabajos es ser útil a otros en lo que uno tiene  y en lo que uno puede.” Esto lo opuesto al liberalismo moderno de nuestro siglo.

 Sobre todo al liberalismo moderno donde priva el paradigma de “Cada quien para su santo”.

Si seguimos con atención el modo en que Sófocles lo escribió, encontraremos  no el morbo incestuoso sino cómo los dioses se la van ingeniando para darle “rienda suelta” a Edipo para conducirlo.

¿Conducirlo a dónde? ¿A la desgracia con todos los males que le caen encima? Llevarlo a  la felicidad. Pero Sófocles  dice esto, de la felicidad,  a través de su triada que se compone de otras dos obras y son Edipo en Colono y Antígona.

Edipo, el tema, es como una serie cinematográfica, de 60 episodios, de los cuales vemos solo 20.

La respuesta que da Sófocles, a través de la accidentada vida de Edipo, es que los humanos vemos todo esto con un lente de 50 mm (“normal”, para decirlo en términos de un fotógrafo) y los dioses lo ven con un gran angular de 360 grados.

San Agustín lo dice (en Confesiones) de otra manera, con su extenso meditar respecto del tiempo: los humanos vemos los tres conocidos tiempos pretérito, presente y futuro. Los dioses, en cambio, están en un eterno presente, porque  ellos  están fuera de lo fenomenológico, fuera del tiempo.

El asunto:

El oráculo le dice a Layo, rey de Tebas, que no debe tener hijos porque, si así sucediera, un hijo suyo le dará muerte y se casará con su esposa. Layo, para conjurar el dicho del oráculo,  al nacer su hijo le ordena a un criado suyo que lo lleve a la montaña  Citeron y le de muerte. El criado se apiada y lo regala a Pólibo, el rey de Corinto, el cual, con su esposa Mérope, no podía tener hijos.

Creció Edipo y escuchó rumores que no era hijo legítimo de Pólibo y fue a consultar al oráculo de Delfos. Éste le dijo cosas terribles, que mataría su padre y  se casaría con su madre.

Edipo, quiere evitar tan cruel destino (creyendo todavía que se trata de Polibo y de Mérope) y huye de su casa.

Ya lejos, en tierra de Tebas, se topa  en un cruce de tres caminos con una caravana que lleva al rey de Tebas y sus sirvientes le impide el paso. Pelean y Edipo da muerte a todos, incluido a Layo, el rey de Tebas, al que conducían en un carruaje.              

Edipo sigue su camino y se topa con la Esfinge que tiene asolada a la ciudad. La Esfinge planteaba enigmas a la gente y les daba muerte. Edipo, en cambio, resuelve los enigmas y le da muerte a ella.

Al saber que  Layo ha muerto, en agradecimiento por lo de la Esfinge, el pueblo proclama rey a Edipo y al hacerlo  se casa con la reina, Yocasta, viuda de Layo. Con ella procrea a dos hijas: Antígona e Ismene. Se menciona que también procrearon  hijos varones pero aquí no se dicen sus nombres.

El  descubrimiento que el vaticinio del oráculo se cumplió al pie de la letra, lo desarrolla  Sófocles de una manera lenta, formidable, que  va acercando al lector (originalmente al espectador pues no hay que olvidar que se trató de una obra de teatro), con un suspenso sostenido.

Al descubrirse todo, Yocasta se ahorca y Edipo, sacándose los ojos de desesperación, abandona voluntariamente Corintio.

Se va a  mendigar por el mundo. No puede ver y lo acompaña, en ese duro peregrinar de pordiosero, su hija Antígona.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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