CICERON TAMBIEN VIAJA A PTIA


 

Cicerón ha leído autores, pero ahora  quiere conocerlos. Homero, Tales, Epicuro, Platón, Virgilio…  Sólo que algunos ya han muerto.

Está pensando en que la vida es inmortal, que sólo cambia de estado. Cuando termine ésta, llegará a donde aquellos siguen existiendo. Donde aquellos siguen  tratando de destrabar las aporías filosóficas que sin resolver dejaron en esta vida.

Una de las aporías es que  la materia es eterna y por lo tanto no tiene principio ni fin…

De ahí que la “muerte mortal” no es para este ilustre romano, tan amante de la democracia, algo que deba temerse sino esperarse.

 Esperar con la alegría como quien espera, el periodo de vacaciones, para ir al encuentro de familiares queridos que viven en otro  país.

Cicerón:

“Pero no sé de qué modo, levantándose el ánimo miraba siempre  a la posteridad, como si hubiese de vivir  cuando saliese de esta vida.”

M. T. Cicerón, De la vejez, Cap. XXIII


Cicerón
Es una fe que no duda absolutamente nada. La heredó de los presocráticos, repetida por Marco Aurelio y Epicteto, sus contemporáneos, que decían obedecer las disposiciones de los dioses, aun si fueran posiciones adversas, las cumplirían absolutamente.

Nada del tremendo volumen de  Leibniz en el que se pregunta por qué a los buenos no siempre les va bien. Nada de las prolongadas dudas de Agustín. Esos presocráticos sólo decían: a donde me envíen los dioses, ahí iré.

Epicteto no se anda con rodeos y descubre el juego de los que se preguntan si el mal tiene su origen en el cielo:

“Los dioses han creado a los hombres para que sean felices; luego, si son desgraciados, es por su propia culpa”
Epicteto, Máximas

En Soliloquios, libro VI, Marco Aurelio dice: “Si es, pues, cierto que los dioses hubieren acordado ya sobre mí y lo que me debe acontecer, bien resuelto estará; porque no es fácil formarse la idea de un Dios inconsiderado y sin reflexión.”

Sócrates pensaba de la misma manera varios siglos atrás respecto del viaje a Ptia. Se los dijo a sus amigos que lo acompañaban en su celda el último día antes de beber la cicuta ordenada por el Estado: Voy a Ptia, donde están los pensadores que me antecedieron. Dialogaremos largo y tendido sin tener que atender ya los molestos requerimientos del cuerpo, ni la dictadura de los sentidos.

A la entrada de la ciudad de Pachuca, Estado de Hidalgo, México, se levanta en el primer tercio del 2020, la estatua del general Felipe Ángeles, el vencedor, con Francisco Villa, del poderío de Victoriano Huerta,  con la toma de Zacatecas, en 1914. Murió fusilado en Chihuahua en 1919.Para los hidalguenses con información histórica,   y para los mexicanos en general, Ángeles no ha muerto. Ya murió pero sigue vivo, en el consciente colectivo.

Cada etnia tiene la representación de su mitología. 

Tepantitla (fragmento) en el noreste dentro de Teotihuacán.
Es el Tlalocan, paraíso náhuatl

En los países de ideología materialista algunos de sus héroes  hace décadas que también murieron pero, por sus estatuas, siguen vivos en el ánimo de la gente.

En cada manifestación los estudiantes gritan: ¡El Che vive!

Y este es el punto al que Cicerón se refiere. Ya murieron pero siguen vivos.
 

Todos mueren pero no mueren.

Al citar a un autor, así sea remoto, no escribimos: “Homero decía”, sino: “Homero dice”. Homero está vivo, por eso el tiempo presente.
Walhalla, templo a la mitología nórdica

Cicerón menciona, a Escipión su compañero de ese momento, hazañas cometidos por otros en tiempos pasados, tales como la de Escipión el africano, etc. ¿Por qué hicieron tales hazañas sino creían que seguirían viviendo en la memoria de la  posteridad?

¿Para qué conquistar la montaña inescalable si no creo que   vivirá  en  la memoria histórica, en la idealidad trascendente, y sólo en la realidad empírica, compañera del secularismo  de 24 horas?

Es cuando Cicerón  expresa su idea, a Escipión,  de ir a Ptia, porque es el lugar donde  el tiempo no existe y los seres ya no ocupan espacio:

“Muchísimo deseo tengo de ver a sus padres, a quienes traté  y estimé mucho; y no solamente tengo ardentísimos deseos de ver a los que he conocido, sino a aquellos también de quienes he oído hablar, o yo mismo he leído y escrito.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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